Jesús Centeno
Pekín, 12 nov (EFE).- El histórico acuerdo que firmaron hace 25 años Estados Unidos y China para que el gigante asiático ingresara en la Organización Mundial del Comercio (OMC) cambió el rumbo tanto de ese país como de la economía global, aunque algunas voces se preguntan todavía si su ingreso fue la decisión correcta.
El 15 de noviembre de 1999, representantes de ambos países firmaron un acuerdo para desbloquear la entrada de China en un organismo al que había pedido unirse en 1986 cuando se llamaba GATT.
En 1989, las conversaciones quedaron congeladas tras la represión de Tiananmen, pero el diálogo se reanudó en 1992. Tres años después, cuando el GATT se convirtió en la OMC, EEUU se comprometió a abordar la entrada de China.
Pekín anunció medidas para abrir su economía, redujo aranceles en un 30 % y permitió la entrada de empresas extranjeras a través de compañías con capital mixto, logrando luz verde para ingresar como ‘país en desarrollo’, estatus que mantiene y que le otorga un trato diferenciado, gracias al pacto con EEUU, que seguía a otros similares firmados con Japón o la Unión Europea (UE).
Muchos creían que la economía china se integraría con el resto, y voces como Anthony Gooch, portavoz del entonces comisario europeo de Comercio Pascal Lamy, aseguraba que su entrada era “un paso importante para el establecimiento en China del imperio de la ley, ya que dentro de la OMC ese país deberá cumplir normas con carácter vinculante”.
Bruselas pensaba también que la entrada promovería la democracia y la protección de los derechos humanos en China, algo que no sucedió, aunque el crecimiento económico fue innegable.
“China prometió al mundo que adoptaría una economía de mercado, pero socialista. Algunos no podían entender qué diferencia habría”, comenta a la televisión estatal CGTN Long Yongtu, uno de los negociadores chinos que participaron en las conversaciones.
En 2001, China era la octava economía del mundo, por detrás de Italia. Hoy es la segunda: “En aquellos años, no había ninguna razón para que EEUU considerara a China como su gran competidor. No estábamos en su radar”, agrega.
El experto recuerda que el acuerdo hizo que China se convirtiera en la fábrica del mundo y una colosal potencia exportadora, hasta el punto de que su comercio exterior representa hoy el 35 % de su PIB. En los primeros años tras ingresar, llegó a casi el 50 %.
En 20 años el país multiplicó por diez la inversión extranjera directa, logró acceso a mercados internacionales y alcanzó tasas de crecimiento anual del 10 % que le permitieron sacar a millones de personas de la pobreza o modernizar sus infraestructuras.
No obstante, las circunstancias hoy han cambiado. EEUU permitió que China entrara a la OMC en 1999 y casi 20 años después comenzó, durante la primera presidencia de Donald Trump, una guerra comercial que provocó un drástico deterioro de las relaciones que se prolongó con Joe Biden en la Casa Blanca con restricciones a las exportaciones de tecnología a ese país.
Washington y Bruselas han presionado a China para que actualice su estatus en la OMC conforme a su capacidad económica actual. Exigen también a Pekín que abandone prácticas de competencia desleal como los subsidios industriales o la transferencia de tecnología y que avance en políticas medioambientales.
Pero, al mismo tiempo, China tiene también nuevos socios, especialmente en el Sur Global: en 2023, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático superó a la UE como principal destino de sus exportaciones gracias a la proximidad geográfica y a acuerdos regionales de libre comercio.
Medios estadounidenses como Político se preguntan si la decisión estadounidense sobre el ingreso de China en la OMC fue correcta: algunos políticos que gobernaban entonces creen que Pekín ganó demasiado y que tuvo un coste injusto para las economías desarrolladas.
Senadores como Kevin Brady (republicano por Texas) señalan que se arrepiente de haber votado a favor porque, “aunque estábamos convencidos de que ayudaría a China a formar parte de un sistema comercial basado en reglas, ellos no tenían ninguna intención de cumplir” con lo acordado.
Otros destacan que las empresas estadounidenses se beneficiaron y que los consumidores accedieron a bienes importados a menor coste, aunque esto contribuyó a la desindustrialización y la pérdida de empleos, a lo que hay que sumar que Pekín bloqueó muchos de los intentos de Occidente de entrar en sectores todavía hoy cerrados.
Charlene Barshefsky, representante comercial de EEUU en los años de la adhesión, admite que fue “ingenuo” esperar que China evolucionara hacia una economía de mercado, aunque cree que excluirla habría sido peor, pues habría aislado al gigante asiático del único organismo que intenta regular el comercio global. EFE
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