Él tiene 91, ella 79 y cuando se conocieron ya eran abuelos. Carmen asegura que al principio él no le hablaba, pero ella tampoco lo miraba. Sin embargo, una vez que Eberto dio el primer paso, se dio cuenta de que era especial y no se equivocó.
Hace 14 años, Eberto Hugo Sánchez (91) y Carmen Ocampo Farfán (79) comparten la vida juntos. Se conocieron en la Iglesia de los Santos Últimos Días y por estos días viven el camino de la longevidad con una vitalidad que impresiona. Es que ninguno de los dos aparenta su edad y son un ejemplo de la importancia de mantenerse activos y tener buenos hábitos.
“Betito”, como le dice su familia, se crió y vivió casi toda su vida en el campo. Nació en la década del 30 en Monescasón, un paraje perdido a 70 kilómetros de Pehuajó, y siempre trabajó cerca de la cosecha y los animales. Tuvo tambo durante 17 años y también una carnicería; supo trabajar la tierra y hasta anduvo por Bahía Blanca, pero el destino lo trajo a Comodoro Rivadavia, la ciudad a la que vino por primera vez en 1996 y a la que volvió por consejo de Guillermina, su hija menor, quien lo invitó a radicarse en la ciudad donde ella se iba a mudar.
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Eberto y Carmén en su taller donde tejen juntos. Foto: Fredi Carrera.
Carmen, en cambio, es de otro mundo. Llegó desde Salta cuando tenía 17 años y se hizo fuerte en la Patagonia. Tuvo 13 hijos, enseñó arte en geriátricos durante 25 años y hasta editó un libro que fue escrito por los propios adultos mayores. El trabajo fue de tal importancia que llegó a un congreso de gerontología en España. A la distancia, dice con orgullo: “Yo pertenezco a la Patagonia”, porque a ciencia cierta vivió más tiempo en esta región de frío y viento que en el norte argentino.
Con sus raíces a cuestas, ambos coincidieron hace 14 años en la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, que está ubicada en la avenida Lisandro de la Torre. Eber vivía en la ciudad desde 2007, cuando decidió dejar Bahía Blanca, mientras que Carmen estaba radicada hace muchos años. Ambos eran viudos y se terminaron encontrando entre la fe, la religión y la adultez.
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“Él es muy dulce, muy respetuoso. Eso me atrapó”, dice ella convencida en la entrevista con ADNSUR. “Empezamos a hablar de otra manera cuando él me habló, porque éramos miembros de la iglesia, pero no me hablaba. Yo tampoco nunca había puesto los ojos en él y acá estamos los dos”, agrega con una tierna sonrisa.
Carmén y Eber el día que se casaron. “Ese día me enteré que edad tenía”, admite ella. Foto: Archivo personal.
Poco a poco, Eber y Carmen comenzaron a conocerse y todo cambió cuando él le presentó su familia a ella. Así, comenzaron una relación y un día decidieron casarse. Carmen recuerda ese momento, porque precisamente ahí se enteró de qué edad tenía su prometido. “Ahí me enteré de qué edad tenía, porque a Eber nunca le pregunté cuántos años tenía. Cuando estaba firmando en el Registro Civil, me di cuenta y de repente me encontré casada”, dice entre risas.
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Desde entonces, se acompañan como dos almas que entendieron que la vida puede empezar de nuevo, incluso cuando parecía que todo ya estaba dicho. Juntos han hecho de todo, desde misiones para su iglesia en Buenos Aires hasta aprender a tejer, en el caso de Eber.
Durante 27 meses, Eber y Carmen estuvieron en la localidad de Ezeiza profesando la palabra de Dios. Por estos días, les ofrecieron hacer lo propio en Salta, en un templo que recientemente se construyó. La idea es ir por un año, pero por el momento decidieron aplazarlo unos meses.
Lo cierto es que, más allá de los años, ambos viven con una vitalidad envidiable. Eber hace carpintería, dos veces por semana va al gimnasio y también teje. Precisamente, fue Carmen quien le enseñó este arte milenario y resultó ser un buen alumno. “Aprendió a tejer y a usar el telar, al punto que hoy es él quien recibe las invitaciones a los congresos de tejedores. A mí ya no me tienen en cuenta porque él teje mejor que yo”, dice entre risas.
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Una vida sana y con fe
Natalia, una de las hijas de Carmen, cuenta que llevan una vida activa. Han hecho natación y yoga, y además, todos los días reciben en su taller a clientes que van a comprar algún producto hecho en tela. También suelen salir a hacer las compras en el mismo barrio, aprovechando el movimiento comercial del sector, y se divierten.
“Nos gusta poner música y bailar, somos dos locos lindos”, dice ella con una sonrisa.
Hace unos años, Eberto sintió el golpe de la edad, pero el remedio del médico fue simple: “me dijo: no te voy a dar remedios, cerrá la boca y camina, y lo hice, porque me gusta estar en movimiento”, admite.
Por supuesto, además del movimiento y la vida social, la alimentación cumple un papel fundamental. En este sentido, admite que tratan “de comer lo más sano posible”. “Tratamos de comer la comida que comíamos cuando éramos chicos. Me gusta cocinar mazamorra, locro, anchi, que es un postre que se hace con polenta, azúcar y limón. Toda comida del norte, comidas de la infancia”, dice ella. Además, por su religión no fuman ni toman alcohol y tampoco consumen café ni Coca-Cola. “Viven como dice el Señor”, dice Natalia.
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Es que en su vida, la fe no es algo menor. Tal vez esa sea la palabra que mejor los define, en virtud que organiza sus días y les da propósito para vivir. Eberto lo admite, sin vuelta: “Desde que me bauticé, cambió todo el panorama” y de alguna forma ese es su secreto para vivir mejor: “es tener un poco de fe, hacer las cosas bien, no prohibirse lo que es bueno, no hacerle mal al prójimo y tratar de ayudar si se puede. Ese es nuestro ritmo de vida”. Por supuesto, Carmen coincide: “es vivir como Dios quiere que vivamos. Eso nos ha beneficiado y creo que eso nos ayuda hasta el día de hoy, cada día”.