Rodeado del poder mundial, el estadounidense-peruano Robert Prevots dio inicio a su papado. ¿Qué continuidades y cambios se pueden esperar de Francisco a León XIV? ¿Por qué el Vaticano reedita la añeja Doctrina Social de la Iglesia? El académico y especialista en derecho canónico aporta coordenadas. Y propone: “Defender el laicismo para proteger la libertad de conciencia y el principio de igualdad en sociedades diversas”.
Martes 20 de mayo 09:22
Robert Prevost se convierte en León XIV frente a una nutrida Plaza San Pedro | Foto RTE
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Este domingo, a diez días de la fumata blanca que anunció su triunfo en la votación cardenalicia, Robert Prevost se convirtió definitivamente en León XIV. Al recibir el Palio y el Anillo del Pescador, símbolos del poder pontificio, formalmente comenzó su papado. Según los organizadores, asistieron a la Plaza de San Pedro unas 150 mil personas. Entre ellas, buena parte de la crema política, económica y diplomática mundial.
El Palio es una estola de lana blanca con seis cruces de seda negra agarradas con agujas, que emulan los clavos de la cruz de Jesús. La estola sería el peso del rebaño sobre los hombros del pastor. El Anillo del Pescador es de oro y tiene grabada la imagen de San Pedro con llaves y redes en la mano.
Caras y caretas
En las primeras filas de asistentes estaban el segundo de Donald Trump en el gobierno estadounidense JD Vance, la presidenta de la Comisión Europea Ursula Von der Leyen, el canciller alemán Friedrich Merz, la primera ministra italiana Georgia Meloni y su presidente Sergio Matarella, sus pares de Israel Isaac Herzog, de Ucrania Volodimir Zelensky, de Colombia Gustavo Petro, de Ecuador Daniel Noboa y de Paraguay Santiago Peña, entre otros. También Dina Boluarte, la presidenta de facto de Perú (país de adopción de Prevost).
Con sus auras reales también llegaron a Roma el rey Felipe de España y su reina Letizia, Matilde de Bélgica y Máxima de Países Bajos, las princesas Charlene de Mónaco y Victoria de Suecia y los príncipes Alberto de Mónaco, Eduardo del Reino Unido y Faisal Bin Sattam de Arabia Saudita. Un lujo.
Incluso hubo un lugar para el embajador ruso Ivan Soltanovsky. Vale recordar que, de haber querido ir, Vladimir Putin no podría haberlo hecho ya que pesa sobre él un pedido de captura de la Corte Penal Internacional deLa Haya por ser considerado criminal de guerra. Otro tanto sucede con el isarelí Benjamin Netanyahu, amenazado por una orden de captura debido a sus crímenes de lesa humanidad en Gaza. Pese a sus ausencias, León XIV recibió sonriente a sus enviados.
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Ante tal selecta multitud, el Papa hizo una homilía cargada de palabras coloridas y buenos deseos. Dijo que es necesario unirse contra “el odio del mundo moderno” y “un modelo económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres”. Y propuso que sea la Iglesia el “fermento para un mundo reconciliado”, superando la discordia y las heridas “causadas por el odio, la violencia, los prejuicios y el miedo a lo diferente”. Estallaron los aplausos.
León XIV convocó “también a las iglesias cristianas y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad”. Y recordó especialmente a quienes “sufren a causa de las guerras”, Como en Gaza, donde “los niños, las familias y los ancianos supervivientes están pasando hambre”, o en Ucrania, donde “una nación martirizada espera, por fin, negociaciones para una paz justa y duradera”.
“La estructura clerical se preserva con su misma lógica de poder”
Hace casi un mes murió Francisco. La sucesión generó un sinfín de especulaciones durante más de dos semanas. Finalmente el Colegio Cardenalicio, integrado por una mayoría bergogliana, eligió a otro americano que combina su gen estadounidense con su trayectoria peruana. Prevost eligió llamarse León XIV, reflotando y poniendo en primer plano la centenaria Doctrina Social de la Iglesia.
Carlos Lombardi es abogado, docente en la Universidad Nacional de Cuyo y en la Universidad de Congreso de Mendoza. Se especializa en derecho canónico, es decir en las leyes y normas que rigen a la Iglesia. Y lleva años denunciando el sistema de encubrimiento de abusos sexuales en el clero, del que Bergoglio fue garante tanto en Argentina como en el Vaticano. La Izquierda Diario conversó con él.
Carlos Lombardi | Foto Delta 90.3
¿Qué lectura hacés del impacto internacional de la muerte de Bergoglio y de ese clima instalado de cierta “tristeza” mundial?
El impacto es indiscutible y responde a lo que, históricamente, simboliza la figura del papado para ciertos sectores de la sociedad. Se relaciona, además, con ese halo de “misterio” que ronda a la institución cada vez que fallece un papa y que la propia institución se ha preocupado mucho en que no desaparezca. Lo de la tristeza tiene que ver más con la persona, con la imagen que Bergoglio siempre buscó mostrar: cercanía a las personas, trato menos distante, más “humano” y dialogante. Pero eso no debe confundirse con “apertura” institucional. Es probable que, personalmente, tuviera disenso con determinadas cuestiones doctrinales (rol de las mujeres, sacerdotes gays, etc.) y que lo impulsaron a iniciar procesos de reforma, pero él se preocupó muy bien en recordar que era un “hijo de la iglesia”, por lo tanto nunca sacó los pies del plato, sea en los dogmas, doctrinas o moral. Por eso, más allá de los gestos, la estructura clerical no cambió, se preservó con su misma lógica de poder.
En 2021 denunciaste ante el Vaticano al cardenal Mario Poli, a cinco obispos y tres curas por su rol en casos de abusos en el Monasterio Cristo Orante de Tunuyán. ¿Qué pasó con esa denuncia? Recordemos que Poli participó en la votación del nuevo Papa y que en los últimos dos años el prefecto de la Congregación para los Obispos del Vaticano, es decir uno de los encargados de investigar, fue el propio Prevost.
No hubo respuesta. Denunciamos a Poli, a los obispos Oscar Ojea, Carlos Malfa, Marcelo Colombo, Marcelo Mazzitelli y Dante Braida; y a los curas Ricardo Poblete, Mario Panetta y Ricardo Medina. Pedimos que el organismo vaticano que corresponda investigue la responsabilidad por no investigar al monje Oscar Portillo. Se presentó la denuncia por los canales oficiales de comunicación, en formato digital y papel, incluida la Nunciatura Apostólica. Sólo obtuvimos una respuesta de las comisiones de Tutela de Menores, tanto del Vaticano como en Buenos Aires.
¿Y qué dijeron?
Nada, sólo se sacaron el problema de encima. Es que los engranajes de encubrimiento de violadores con sotana (y sus cómplices) siguen intactos, como sus privilegios legales garantizados por el Estado. Yo creo que hoy estamos en condiciones de demandar judicialmente a la Santa Sede.
En éste y otros temas ahora se discute qué continuidades y qué cambios puede significar Prevost como sucesor. ¿Qué ves en el nuevo Papa en comparación con Bergoglio?
La comparación no puede reducirse a gestos personales. Hay que observar las dos dimensiones en las que se despliega la acción de la Iglesia: la interna, es decir la eclesiástica, y la externa, que es social y política. Prescindiendo de los pronósticos que aseguran una continuidad, es muy temprano para tener una certeza de cuál será su línea de gobierno. Lo que se publica hoy es superficial, si usa zapatos simples, si lleva estola con ribetes de oro, si reza en latín o no, si almuerza con los barrenderos… Mientras tanto, la maquinaria de poder sigue intacta, y eso es lo que realmente importa. El verdadero rostro de un pontificado no se mide por su liturgia, sino por lo que deja intacto.
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Una ideología totalizante
Muchos hablan de “continuidad” porque Prevost se referencia en León XIII y su Doctrina Social de la Iglesia, lo que lo ligaría a Francisco, el “papa peronista”. Vos decís en un artículo titulado “Nuevo papa, vieja cruzada” que, históricamente, la Iglesia usó esa doctrina como “una herramienta de poder cultural, político e institucional” para “contener las transformaciones sociales”. ¿Cómo funciona esa herramienta?
Lo más importante es distinguir dos planos en los que la Doctrina Social de la Iglesia actúa como herramienta de poder. Por un lado, la intervención en las políticas públicas de los Estados laicos, donde la Iglesia intenta influir en decisiones sobre el trabajo, la economía, la función del Estado y el rol de los dirigentes (sean o no católicos). Ahí la Doctrina funciona como un “código moral” paralelo que condiciona a la política desde fuera del sistema democrático, pretendiendo orientar, frenar o moldear decisiones sociales con base en una moral religiosa.
¿Algún ejemplo?
Un ejemplo claro de este intento de tutela doctrinal se dio en 2002, cuando el Vaticano (bajo la supervisión directa del cardenal Joseph Ratzinger) publicó la Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política. Allí se establece que hay valores “no negociables” que los políticos católicos deben hacer prevalecer por encima de cualquier otra consideración social, incluso en contextos de pluralismo o necesidad. En la práctica, fue una orden directa para que los dirigentes no legislen según su conciencia o las demandas de la sociedad, sino según el pensamiento clerical.
El Colegio Cardenalicio vota a Robert Prevost en la Capilla Sixtina | Foto Vatican Media
Hablabas de dos planos, ¿cuál es el otro?
La Doctrina Social de la Iglesia también actúa como herramienta de poder en la vida individual de las personas. No se limita sólo a dar recomendaciones éticas, sino que busca intervenir directamente en decisiones íntimas. Ejemplos sobran: el rechazo al matrimonio igualitario, la oposición al uso de métodos anticonceptivos, el rechazo al aborto incluso en casos extremos o la imposición de un modelo educativo “católico” para la crianza de los hijos. En definitiva, como toda ideología que se presenta como universal, la Doctrina Social de la Iglesia es invasiva, porque pretende determinar lo correcto en lo público y, a la vez, desconoce la autonomía moral de los individuos. Su legitimidad no surge del diálogo ciudadano, sino de una supuesta verdad revelada.
En tu artículo decís que, con la Doctrina Social,la Iglesia busca hacer pasar por un “conjunto de principios éticos” algo que en verdad es “una ideología con pretensión de totalidad”. ¿En qué se basa esa ideología totalizante?
Se sostiene en una antropología religiosa pesimista: todos somos pecadores, necesitamos redención y sólo podemos alcanzar la verdad a través de una mediación autorizada. Desde esa óptica, el ser humano no es autónomo, sino un ser caído que debe someterse a una moral revelada. Esta visión no es solo espiritual, es profundamente política. A esa matriz teológica se suma la herencia histórica del catolicismo romano en su alianza con los poderes imperiales, especialmente con el Imperio español, que no sólo colonizó territorios, sino que impuso su religión mediante violencia simbólica y material: etnocidios, inquisición, destrucción de cosmovisiones indígenas. Desde entonces, el pensamiento católico, que no es otra cosa que el pensamiento clerical, opera como una forma de poder que se presenta como ética, pero actúa como dogma.
¿Qué implicancias tiene eso en sociedades como la nuestras, que son por demás diversas, cosmopolitas e incluso multirreligiosas?
Las implicancias son graves. En los hechos, la Iglesia bloquea avances legislativos, condiciona sentencias judiciales y presiona sobre las decisiones de gobierno, especialmente en aquellos países donde la mayoría se identifica culturalmente como “católica”. Ese fenómeno tiene nombre: clericalismo. Y aunque Francisco lo criticó en abstracto, fue uno de sus principales exponentes. Basta recordar cuando afirmó que los postulados de la Ilustración ya no son válidos, en una clara operación para debilitar los principios de laicidad, razón pública y autonomía de las instituciones democráticas.
También afirmás que esa pretensión de universalidad no significa un aporte “a la moral pública” sino “una regresión a formas premodernas de dominación religiosa”.
Cuando hablo de “formas premodernas de dominación religiosa” me refiero a estructuras de poder que, en nombre de una verdad revelada, organizaban de manera absoluta la vida social, sin admitir disenso, pluralismo ni autonomía del individuo. Son formas de dominación en las que la religión no es una dimensión de la vida, sino su principio regulador total. Ejemplos históricos sobran: el derecho canónico como fuente del derecho civil en Europa medieval; el tribunal de la Inquisición como órgano judicial que castigaba ideas y conductas divergentes; la condena eclesiástica de la ciencia moderna, como en el caso de Galileo; la negación de ciudadanía plena a los no católicos, e incluso la obligación sacramental como requisito social o político (bautismo, confesión, comunión).
Sin embargo, hoy se ve a León XIV como alguien alejado de todo ese pasado y que sí quiere aportar a “la moral pública” de esta modernidad.
La Doctrina Social de la Iglesia es un ropaje más “amable” de esas mismas formas premodernas, que no desaparecieron del todo. Se la presenta como un “aporte moral”, pero sigue pretendiendo regular la ley civil, condicionar las decisiones del Estado y determinar qué vidas son dignas y qué elecciones son legítimas. En sociedades modernas, la moral pública se construye desde la pluralidad y el debate democrático, no desde la tutela eclesial.
Una de las primeras acciones de León XIV en el Aula Pablo VI (Sala Nervi) del Vaticano
Iglesia y Estado, asuntos separados
La Iglesia ya no tiene el poder de control social que tuvo siglos atrás. Pero, como venimos charlando, su influencia política sigue gravitando entre gobernantes y sectores dominantes del mundo. ¿Cuál creés que es en estos tiempos “el partido que juega” el Vaticano? ¿Cuáles son sus prioridades en este contexto global?
La Iglesia, y en particular el Vaticano, sigue jugando un rol estratégico en el contexto global actual, a pesar de que es cierto que perdió parte de su prestigio, credibilidad y poder de control directo sobre las sociedades. En este sentido, su principal objetivo es reposicionarse como una autoridad ética y moral global, ofreciendo respuestas a los desafíos contemporáneos como la ecología, la paz, la ética en la tecnología y la fraternidad universal. Sin embargo, detrás de estos propósitos, el Vaticano mantiene una pretensión de universalidad y control moral totalizante, que busca alinear las sociedades globales con su pensamiento y moralidad. Aunque se presenta como un actor que contribuye al bien común, su enfoque sigue siendo jerárquico y doctrinal, generando tensiones con las sociedades modernas, que son cada vez más diversas, plurales y autonomistas. Aunque la Iglesia no enfrenta los mismos desafíos que en siglos pasados, sigue intentando conservar y expandir su influencia moral y cultural, lo que implica una lucha constante por definir los marcos éticos globales desde su propia perspectiva. Esta vocación de totalizar el discurso moral es lo que genera fricciones con el ideal de una moral pública plural y democrática.
En ese marco, y ante el fuerte intento de seguir relegitimando al Vaticano con figuras como León XIV y la Doctrina Social, ¿cuáles son los sectores y los factores que pueden contraponer esa capacidad de influencia de la Iglesia?
A mi entender, los sectores que más pueden poner en riesgo esa capacidad son la política verdaderamente laica y la ciencia crítica y autónoma. Cuando los Estados se mantienen firmes en la defensa de su independencia normativa, y cuando la ciencia no se subordina a marcos morales preestablecidos por dogmas religiosos, el poder clerical empieza a mostrar sus límites. Pero más allá de sectores organizados, hay factores culturales profundos que también socavan esa influencia: el desarrollo del pensamiento autónomo, el ejercicio del juicio crítico y una actitud activa de resistencia a la injerencia religiosa en los asuntos civiles y personales. Esto es lo que se llama laicismo, y es uno de los pilares de las sociedades verdaderamente democráticas.
¿Sería un laicismo como causa militante?
Cuando la ciudadanía reconoce que las decisiones públicas no deben regirse por preceptos revelados, sino por el debate, la ley y el respeto a la pluralidad, la Iglesia pierde terreno como árbitro moral universal. Por eso, la defensa del laicismo es una forma de proteger la libertad de conciencia y el principio de igualdad en sociedades diversas.
Hace unos años, en otra entrevista con La Izquierda Diario, decías que si la Iglesia no fuera sostenida por el Estado (dijiste textualmente “si no lo parasitara”) quedaría reducida a una “sociedad de fomento”. ¿Por qué, gobierno tras gobierno, la Iglesia sigue recibiendo todo tipo de financiamiento y privilegios del Estado?
La principal razón es, fundamentalmente, la responsabilidad política de quienes detentan el poder, en el sentido amplio del término. Nuestra clase dirigente (con contadas excepciones, dentro de las cuales se encuentran los sectores de izquierda) arrastra una dependencia simbólica frente al clero: obispos, sacerdotes y laicos católicos siguen siendo tratados como autoridades morales inapelables. En temas sensibles, muchos políticos anteponen sus convicciones religiosas a las necesidades sociales, y así las leyes, los actos de gobierno o incluso las sentencias judiciales terminan barnizadas de clericalismo. No es la Iglesia la que mantiene sola sus privilegios, es la política la que se los garantiza, reproduce y naturaliza. Y esos privilegios no son sólo económicos, también son simbólicos, jurídicos, diplomáticos y mediáticos.
¿Qué pasaría si un día se acaba ese sostenimiento estatal y esos privilegios?
Sería una institución que debería competir en condiciones de igualdad con otras cosmovisiones, filosofías o creencias. Y eso (lo saben muy bien) sería el fin de su hegemonía.
Decías que es temprano para definir con certeza cuál será la línea de gobierno de Prevost. A priori, ¿qué le dirías a quienes nos leen sobre lo que puede venir?
Lo único que me parece fundamental remarcar es que debemos mantener una actitud crítica, vigilante y contestataria. Hay que seguir observando, señalando y denunciando las injerencias religiosas (católicas y no católicas) en la vida pública. Y controlando el accionar de la clase dirigente para evitar nuevos retrocesos en derechos y garantías. Los sociólogos lo vienen advirtiendo hace tiempo: el avance de sectores evangélicos en la política argentina es un fenómeno creciente, muchas veces más conservador y agresivo que el catolicismo tradicional. Frente a eso, el laicismo no es una bandera ideológica, sino una condición de posibilidad para una democracia plural, respetuosa de las diversidades y de los derechos conquistados. Lo que se viene dependerá no solo de lo que diga o haga León XIV, sino de hasta dónde la sociedad civil y el sistema político estén dispuestos a dejarse gobernar por credos religiosos. Ese es, en definitiva, el partido de fondo que está en juego.
Daniel Satur
Nació en La Plata en 1975. Trabajó en diferentes oficios (tornero, librero, técnico de TV por cable, tapicero y vendedor de varias cosas, desde planes de salud a pastelitos calientes). Estudió periodismo en la UNLP. Ejerce el violento oficio como editor y cronista de La Izquierda Diario. Milita hace más de dos décadas en el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS) | IG @saturdaniel X @saturnetroc