Los expositores profundizaron sobre una problemática propia del clima de época que muestra ejemplos recientes en la Argentina, en particular la violencia simbólica promovida desde ciertos medios, en el marco de un ciclo de charlas organizado por la agencia Télam.
En el inicio del panel, Ipar dejó sentada la premisa de la que partían: «Desde nuestra óptica, entendemos como discurso de odio aquel discurso público que discrimina y estigmatiza y que por otro lado justifica y fomenta la violencia».
Y agregó: «Un caso claro es la justificación de las prácticas más aberrantes que se llevaron a cabo durante la última dictadura cívico-militar, y es necesario hacer un análisis profundo de esa situación porque en la actualidad esos discursos encuentran como un reverdercer muy peligroso».
Ipar, sociólogo, doctor en Filosofía y docente en la Unsam, dijo que en la actualidad se verifica un crecimiento de los discursos de odio y vinculó esa tendencia con un «uso muy violento del lenguaje, una especie de vale todo y una falta de discriminación de los espacios de la responsabilidad en términos de la institucionalidad comunitaria».
Discursos que se naturalizan
Montenegro, titular de la comisión de Derechos Humanos de la Legislatura porteña, sostuvo que «es imperioso identificar el momento en el que estos discursos comenzaron a naturalizarse y quiénes fueron los pioneros en lograr un retroceso en el camino que la sociedad había transitado para saldar esta circunstancia».
«Tenemos que poder pensar distinto sobre algunos hechos políticos y sociales como la última dictadura», exhortó la legisladora del FdT.
Además, llamó a evitar cualquier mensaje que aliente la deshumanización: «Es necesario que en esa identificación no se anule el discurso de la otra persona, sino que se lo coteje con otros discursos referidos al mismo tema», remarcó.
Y añadió: «Los discursos de odio se nutren de poner en duda el discurso de las víctimas afectadas por la violencia y eso va naturalizando algunas cuestiones que son injustificables».
Montenegro, al referirse a los acuerdos democráticos de 1983, resaltó que ese tipo de consensos «nos costaron mucho, fue muy trabajoso lograr que estas situaciones no se repitan, y por eso entendemos que defender la libertad de expresión es fundamental, pero dejando muy en claro el rol institucional que le cabe a cada actor».
«No es lo mismo el discurso de un vecino que el de un periodista o un legislador, a la hora de referirse a determinados acontecimientos», completó.
El odio y las redes
La periodista y defensora del Público Miriam Lewin puntualizó que «los discursos de odio no son recientes» aunque el fenómeno que sí es propio de este tiempo es la visibilidad que tienen, a partir del uso de las redes sociales.
«Ahora, gracias a las redes, se viralizan y tienen más efecto nocivo en la sociedad», insistió Lewin.
Luego describió las motivaciones que llevan a algunos grupos sociales a apelar a la violencia simbólica: «Las personas que adhieren a estos discursos de odio reafirman una identidad, creen que pasan a formar parte de un conjunto o grupo que lucha por causas justas, pero que en realidad no lo son».
«Pero esa libertad de expresión no es la libertad de los dueños de los medios de comunicación para decir cualquier cosa que atente contra el crecimiento de una sociedad, sino que tiene que ser un bien del que tenemos que beneficiarnos todos, y sobre todo los grupos más vulnerables de la sociedad», concluyó.
Discursos de odio, medios y democracia
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