Un hilo que cuelga entre un árbol de la vereda y la reja de una casa, red invisible para los chicos del barrio. La pelota más liviana de todas que ocupa un lugar bajo el árbol navideño cada diciembre, cada Día del Niño, cada cumpleaños. Minivoley, vóley adaptado, newcom. Clubes por todos los barrios. Pintadas, murales, colores. A donde sea que miremos Monteros inhala y exhala vóley.
Es vox populi en el mundo del vóley que, en la ciudad de Monteros, a menos de 60 kilómetros de la capital tucumana, hay una pasión por este deporte que iguala a los populares clubes de fútbol.
Es un atardecer cualquiera en el interior tucumano, pero de la década de los años 60. Son más de las 20:00 pero, lejos de encontrarnos con los jóvenes haciendo las tareas, los hombres regresando a descansar después del trabajo o las madres con su labor incansable del hogar, la realidad es que en los barrios de la ciudad las casas están vacías. ¿Dónde están todos? Viendo un partido de vóley.
“Unas 500 o 600 personas disfrutaban de ver los partidos que se jugaban cada día a partir de las 20:00 en los distintos clubes de barrio la ciudad. Se disputaba la popular liga monteriza y el anhelo de todos era que el club de tu barrio llegase a la final”: quien nos cuenta esto es Manuel “Manolo” Árquez, emblema del vóley tucumano, nacido, criado y llevado a la gloria en Monteros.
Rastreando la genealogía del fanatismo por este deporte en la ciudad, todo nos lleva a un nombre: José Nicolás Russo. Este monterizo, cuyo nombre quedó por siempre plasmado en el complejo del gimnasio municipal, tiene la “culpa” o la responsabilidad de que, en la ciudad de Monteros, este deporte sea bandera: “Él se fue jovencito a estudiar Educación Física a Buenos Aires, y volvió con todas las novedades que acá no conocíamos. Entre esas, el vóley, que sin dudas pegó en la ciudad. No hay un motivo de porqué pegó, pero así lo hizo” dice Manolo para eltucumano.com
“Cuando yo tenía 6 años más o menos, recuerdo ir a la cancha a ver partidos de 500 o 600 personas alentado a los jugadores por horas, donde volvíamos a la casa a las 3 de la mañana. Ahí supe que quería ser jugador de vóley, yo también quería eso, quería que me alienten”.
En este 2024 que se separa varias décadas de aquellos años 60, todavía existen en la ciudad espacios donde el vóley es bandera, pero sin dudas los dos clubes más grandes y con mayor hinchada son dos: el Club Social Monteros, y Monteros Voley Club. De alguna manera, Manolo tiene que ver con la historia de ambos: en Social Monteros jugó por más de una década. A Monteros Voley Club lo fundó junto a su familia, fundamentalmente junto a su hermano Carlos y con el apoyo de su madre “Tita” de Árquez.
El pasado domingo, un superclásico que también representaba la final del Torneo Iniciación Masculino que llevó adelante la Federación Tucumana de Voley, disputó al equipo rojo (Social) y al naranja (MVC) en el polideportivo municipal. Las zapatillas chirriantes volvieron a hacerse eco de un público enloquecido en las tribunas heladas. Ni la noche fría de este crudo invierno tucumano ni los dedos congelados de la hinchada pudieron tirar por lo bajo el festejo de poder vivir esa pasión otra vez en comunidad: alrededor de 3000 monterizos volvieron a dejar su emoción y su corazón en una cancha con 12 personas, una red y una pelota. El triunfo esta vez fue de Monteros Voley Club, en donde se consagró con los tres primeros sets en un reñido encuentro.
“Antes los partidos se definían por saque. He llegado a jugar un partido de cuatro horas y diez minutos. Ahora es diferente”, dice Manolo, recordando épocas de antaño de cuando desarrolló su mayor pasión. Pero la nostalgia no es únicamente de sus iniciaciones, sino que la nostalgia de este jugador trae a su memoria la manera de trabajar de años anteriores: “Cuando yo era joven el sacrificio de ser deportista lo hacíamos con gusto. Era un placer tener vida sana, no tomar, no fumar, entrenar los fines de semana y sacar lo mejor de uno mismo. Cuando terminé mi carrera como profesional (consagrado campeón sudamericano en 1974) ya pasando los 30 años, me dediqué a ser entrenador, seguí vinculado al vóley. Entrené hasta diez categorías distintas a la vez. Yo como entrenador lo di todo por mis chicos, me he llegado a pelear con padres o madres que les pegaban, que no los dejaban ir a entrenar, que los castigaban sacándoles el deporte… ¿cómo les vas a sacar el club, cuando es lo único que los saca de la calle y les da disciplina? He dejado de entrenar desde el 2016 porque me cansé, me cansé de estos tiempos actuales donde hay tantos vicios, donde es tan trabajoso encaminar a un chico, enseñarle del sacrificio que necesita el deporte”, se lamentó.
Ñuñorco, Yatay, Alem Molino, Club Sarmiento, Club Social, Monteros Viejo, y muchos más, eran los espacios donde se disputaban la pelota. En algún momento, los mejores jugadores de cada equipo se mudaron a Social Monteros. Allí nacía el primer amor de los fanáticos.
Equipo de Ñuñorco Voley, campeòn de 1º división de la Federación Tucumana de Voley en 1957.
Vivir por y para un club, o por y para un deporte, es algo que no solamente concierne a un exjugador o a un entrenador, sino que es un sentimiento que también los hinchas llevan dentro. Es el caso de Pablo Macció, integrante de la hinchada de Social que supo ver en ese club un gran amor, ya desde niño: “Yo tenía unos cinco años cuando empecé minivoley en Social Monteros. Me quedaba a ver los partidos y veía como alentaban a la gente. Supe que yo también quería eso, que siempre quería jugar vóley. Yo quería ser grande y que la gente me aliente desde la tribuna. Por eso seguí siendo parte del club aunque vivía en San Miguel. Me venía a Monteros los fines de semana y a alentar al rojo cada fin de semana. Durante la década de los años 90, este deporte me dio de todo. Me dio amigos, me dio alegrías, viajes… todo”, se acuerda, evocando una nostálgica infancia noventera, hoy con 44 años.
«Mister (Miguel Santos Díaz) es un entrenador que hoy con sus más de 70 años sigue siendo emblema de Social y sinónimo de amor por el voley. Siempre estaba ahí» dice Pablo, y así como Mister, hay figuras de este deporte que están siempre presentes. Un ejemplo desde el lado del jugador, los hermanos Frontini. O un ejemplo desde el lado de la hinchada, los chicos de la Banda del Quiosco que alientan a Social y recuerdan en sus banderas inclusive a Ocacho, quien falleció hace algunos años pero que sigue vivo en el cántico de los que siguen y aman al rojo.
En Monteros, existe un museo del vóley: es Wimpy, el bar de la familia Árquez que administra Manolo junto a sus hijos, en donde tan solo entrar es recorrer la historia del deporte monterizo por excelencia a través de las fotografías de cada equipo que se formó con los años, con sus logros, sus copas, sus amores: “Cuando era soltero mi mamá me decía ‘toda la plata la usas en voley’. Pasaron los años, formé familia, y seguí siendo igual. Ni a mi negocio le puse la plata que le di a vóley porque lo hago de corazón. Hoy en día no casi existen ni técnicos ni jugadores de corazón. Creo que esa pasión por pasión se va muriendo de a poco por esta misma sociedad consumista, que nadie hace nada si no tiene un billete encima. Que bien estarían todos los clubs si hubiera dirigentes solo por pasión y no únicamente por dinero. Los políticos también tienen que dejar de lado ese discurso de que un chico en el club es un chico menos en la calle, porque en el fondo no hacen mucho por los clubes e instituciones. Hay que volver a engrandecer las ciudades con un buen manejo de instituciones, y cada vecino debe tener un club en su barrio como antes, para vivirlo y disfrutarlo” opinó Manolo.
Fotos: Monterizos.com.ar
De los hijos de Árquez, tres varones y una mujer, todos han pasado por este deporte, y todos han cosechado logros. Pero uno de ellos, Federico, el menor, se encuentra viviendo el vóley de manera profesional, ya que juega en Europa: “Mi hijo es tan joven y lo vemos 15 días al año, cuando no está con la selección está en Rumania en su equipo. Es difícil porque a veces se que está solo o triste y está tan lejos, pero se tomó el deporte de manera seria, con el respeto que se merece el vóley”.
El pasado domingo 7 de julio, en las tribunas de Social Monteros había cientos de Pablos ilusionados con el rojo, y en la de Monteros Voley, cientos de Manolos esperando los puntos del naranja. Todos, con una sola pasión compartida: hinchar y alentar a sus jugadores. Una pasión que representa a toda una ciudad, que supo armar pantallas gigantes en la calle durante la época que Social se convirtió en Swiss Medical, una pasión que encontró amigos y amores, un sentimiento que formó la famosa Banda del Quiosco en casa de Michelín Andujar: “Nos juntábamos en el 98 en mi casa, nos decíamos ‘Los Pibes’. Éramos exjugadores que seguimos a la liga tucumana por todos lados, a pulmón. Luego los chicos de las inferiores se sumaron. Hugo Fernández fue alguien que nos cobijó mucho. Luego se formó la Banda del Quiosco, en la misma seguidilla. Eran también exjugadores que tomaban la batuta. En el partido de Social Monteros vs. River haca unos años llevamos una bocina de tren, fue algo que llamó la atención de todo el mundo. La hacíamos sonar cuando sacaba River y tuvo que parar el partido, vibraba todo. Tenemos miles de anécdotas” explicó Miche para eltucumano.
Si de algo no cabe duda, es que, de una manera u otra, con Newcom, con minivoley, con los cambios generacionales y más, no habrá en Monteros pasión más grande que la del vóley.