A los intendentes justicialistas empezó a incomodarles una piedrita en el zapato, en la relación con el gobierno de Marcelo Orrego. Hasta ahora es una queja silenciosa. Muy subterránea. Pero ya impactó en los pisos elevados del Centro Cívico. La razón, por supuesto, es política. Y radica en los operativos territoriales desplegados en todos los departamentos desde el inicio de la gestión.
A nadie le disgusta que el gobierno provincial se instale por unas horas en un polideportivo, una unión vecinal o una plaza, con servicios de todo el Estado, para facilitar los trámites a la gente. Por el contrario, es un gesto interesante que esta modalidad de gestiones anteriores haya tenido continuidad.
¿Cuál es el problema entonces? Que también aparecen los referentes del orreguismo de ese municipio, para capitalizar el lazo con la provincia. Y, por supuesto, para rivalizar anticipadamente con el intendente anfitrión. Entonces, el jefe del distrito se toma una foto con las autoridades. Se publican las sonrisas en redes sociales. Pero tras bambalinas hay tensión.
Un episodio reciente permite graficar la cuestión. Una funcionaria de tercera línea del orreguismo recibió el reclamo airado de un municipio justicialista, porque en uno de los operativos el último candidato de Producción y Trabajo apareció repartiendo semitas y una bebida caliente para los presentes. Esta aparente pavada, puede no serlo del todo.
Para un dirigente departamental, alineado con el gobierno provincial, la sola presencia de su jefe en el distrito puede empoderarlo. No es una lectura demasiado sofisticada. Cualquier intendente justicialista tendría elementos para sospechar. Y de hecho está pasando.
Desde el orreguismo le bajaron el precio al berrinche de los intendentes. Una importante referente que tiene despacho en el Cívico les echó en cara la imparcialidad que está desplegando el gobierno. Los operativos territoriales están llegando a los 19 departamentos sin discriminación alguna. Subrayado esto último.
En Producción y Trabajo todavía tienen una factura pendiente. Aseguran que al ex intendente de 9 de Julio, Gustavo Núñez, el gobierno de Sergio Uñac nunca le llevó un operativo de esta naturaleza. No son rencorosos, pero sí memoriosos, como diría la diva Mirtha Legrand.
El basualdismo devenido en orreguismo jugó en soledad durante muchos años. Hizo pie primero en Santa Lucía, en 2011. Luego conquistó 9 de Julio durante dos períodos hasta que el justicialismo logró recuperar el distrito, gracias a la sumatoria de la Ley de lemas. Con Fabián Martín ganaron Rivadavia en 2015 y en adelante nunca más perdieron una elección. En 2023 sumaron Capital con Susana Laciar.
Todavía juegan en minoría, tanto en el concierto de los municipios como en la Legislatura, eso es innegable. Pero por primera vez en 20 años administran el poder a nivel provincial.
Orrego es la figura que mejor mide, sin importar el encuestador que se consulte. Que haya empezado a caminar por los departamentos tan tempranamente y que, de paso, sus referentes vayan marcando su pertenencia al proyecto, es motivo suficiente para provocar alguna inquietud entre los intendentes.
Hoy los intendentes son el último reservorio del PJ. Son 13 en total, a los que eventualmente se pueden sumar los dos bloquistas: Jorge Espejo de Iglesia y Juan Atampiz de Zonda.
Por haber ganado en sus distritos en 2023, en un contexto de derrota provincial y derrota nacional, tienen peso específico en la toma de decisiones. Tallaron fuerte en la nueva conformación partidaria, resuelta el sábado por lista de consenso. Pero todos son conscientes de que esta situación es provisoria.
La cuenta regresiva comenzó el día de la asunción. En 2025 tendrán que someterse al primer plebiscito cuando haya elecciones para diputados nacionales. A ninguno le resultará indiferente que le pinten el departamento de violeta o de amarillo, aunque el comicio poco tenga que ver con la gestión municipal.
Sin embargo, el 2025 marcará la línea de largada para el 2027. Nadie, absolutamente nadie se hará cargo de esta cuenta. Dirán que solo piensan en la gestión. Que no se puede vivir con la urna en la cabeza. Pero sí, de hecho ocurre. Cada acción, cada gesto cuenta para construir ese capital que se cuenta en votos.
Si en el camino van apareciendo los emergentes del orreguismo, entonces hay una razón suficiente para ponerse en guardia. Está pasando.
JAQUE MATE