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Simone Biles, la resiliencia y el valor de poner en discusión la salud mental en atletas de alto rendimiento

Gustavo Grazioli / Especial para El Ciudadano

“No puedo hacerlo”, le dijo Simone Biles a su madre, Nellie, después de sentirse desorientada en sus pruebas aéreas en los juegos olímpicos de Tokio 2020/21. La gimnasta, dueña del aire, ganadora de todo, quien incluso bautizó pruebas con su nombre, ese año se vio impedida. Se bloqueó y sufrió los denominados “Twisties”, como se explica en el reciente documental “Simone Biles vuelve a volar”, de Netflix.

Aquello era una pérdida del sentido de la posición durante sus acrobacias. Al verse asediada por esa presión, renunció a seguir saltando en la final. Tengo que concentrarme en mi salud mental. Simplemente creo que la salud mental es más importante en los deportes en este momento. Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos, y no solo salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos; había explicado en aquel momento, después de su determinación.

Su acto puso en eje el debate de la salud mental en los deportistas y la importancia de contar con ambientes de contención. Años antes, Biles, junto a otras gimnastas, habían destapado la olla de los abusos que sufrieron por parte del médico del equipo de gimnasia femenina de Estados Unidos, Larry Nassar. 125 años de cárcel y una cuenta que devela al menos 260 víctimas, entre ellas una jovencísima Biles. Pese a ello, y el valor de su resistencia para llegar a presentarse a un nuevo certamen olímpico, a pesar de atravesar cuadros de ansiedad, terapeutas y medicaciones, los jueces del teclado

fueron implacables con su renuncia a Tokio.

Los ataques no se demoraron: “Perdedora, desertora, antipatriota”. O tweets por el estilo: “¿Los ‘problemas de salud mental’ son ahora la excusa de referencia para cualquier mal desempeño en el deporte de élite? Qué broma”, como supo decir Piers Morgan, personalidad de la televisión y editor periodístico.

Biles pensó que ese capítulo sería el último en su carrera y que ahora sí no volvería a los gimnasios. “No sabía si iba a poder volver a competir de nuevo, porque este año hubo muchas ocasiones en que estaba en el gimnasio y era como ‘Tengo miedo de sumergirme de lleno, no voy a volver a hacerlo, nunca voy a hacerlo’”, le dijo al sitio Olympics.com en 2023. Pero no. Lo de Tokio fue un antes y un después. Trabajó sobre sus acrobacias, primero para volver a disfrutarlas sin sentir la presión de una competencia y regresar a esa niña que le gustaba dar vueltas en el aire, y después, cuando el juego volvió a ser parte de todo, sí, el regreso.

“Creo que lo que significa el éxito para mí ha cambiado un poco, porque antes todo el mundo definía el éxito por mí, aunque yo tuviera mi propia opinión de lo que quería”, explicó también en el sitio Olympics.com. “Ahora es simplemente estar, sentirme bien mentalmente, divertirme y que pase lo que tenga que pasar”. Esto último la define al máximo, porque después de un largo paréntesis, su vuelta a las competencias la llevaron por certámenes en los que consiguió nuevas medallas y volvió sobre los pasos de los galardones. En el Mundial de Amberes 2023 fue la protagonista del equipo de Estados Unidos para conseguir su séptimo título mundial consecutivo por equipos femeninos, algo sin ningún precedente en la historia de la disciplina.

Y ante la mirada del mundo, sobre si iba a participar o no de la competencia en París 2024, sus pruebas previas dejaron en claro su pleno resurgir. En la capital francesa, donde Pierre de Coubertin concibió los juegos de la era moderna, la gimnasta de 1,42m de altura y 27 años, acaba de colgarse su novena presea olímpica, donde demostró su labor en Competición por equipos con Estados Unidos y Competición general individual (los cuatro aparatos).

En la tabla de logros, donde se destaca como la gimnasta más laureada de la historia, suma un total de 39 medallas entre Campeonatos Mundiales de Gimnasia Artística, en los que ha conseguido 30 (23 oros, 4 platas y 3 bronces), y Juego Olímpicos, donde lleva ya 9 (6 oros, una plata, dos bronces). Y todavía le quedan más competiciones por delante.

“Hace tres años, nunca pensé que volvería a pisar un suelo de gimnasia, por todo lo que había pasado. Pero con la ayuda de Cecile (Landi) y Laurent (Landi), volví al gimnasio y trabajé muy duro, mental y físicamente…Y mi colla de cabra es una especie de oda, porque a la gente le encanta y otros lo odian. Así que es como lo mejor de ambos mundos. Yo estaba como, está bien, si va bien, vamos a usar el collar de cabra. Sé que la gente se volvería loca con él. Al fin y al cabo, es una locura que esté en la conversación de los mejores atletas, porque sigo pensando que soy Simone Biles de Spring, Texas, a la que le encanta dar volteretas”, fueron sus palabras en la sala de prensa tras conseguir su segunda medalla de oro en París.

Biles, sigue con su llama competitiva encendida, y ahora no solo su imagen se exporta como ejemplo de deportista sino también como modelo de persona que pudo abrir su corazón y enfrentar las adversidades de un pasado tormentoso, que quiso romper con su vuelo y terminó con más impulso. “Para volar voy a curar mis alas rotas”, dicen Los Pérez García en su canción “Mirando el fuego”.

Eso es lo que hizo Biles.