Yakarta, calurosa y húmeda ciudad, de casi 30 millones de habitantes en su área metropolitana, es la cuarta más poblada del mundo y sufre grandes inundaciones no sólo en la época de los Monzones, sino porque una parte se encuentra bajo el nivel del mar y se está hundiendo. El hacinamiento, la contaminación ambiental, la falta de agua potable y la pobreza, contrastan con el avance tecnológico y la modernización de esta ex capital ubicada en la isla de Java, en un país tan singular como Indonesia, recostado sobre los mares del sudoeste asiático y formado por miles de islas.
Ex colonia holandesa, que alcanzó su independencia en 1945, es multifacética y en ella conviven, etnias, lenguas, dialectos y religiones distintas. Claro que el 88% son musulmanes sunnitas y lo convierten así en el país islámico más poblado del mundo, con cerca de 270 millones de habitantes. Sin embargo, en su Constitución nacional, se resguarda la Pancasila, es decir, cinco principios filosóficos en los que está basado el estado indonesio, entre los que se destacan no sólo la creencia en un Dios Supremo, sino el de “la Unidad en la Diversidad”.
Hacia allí partió el Papa Francisco para realizar el viaje más extenso de su papado (el 45º), cargando con su silla de ruedas y los 87 años de edad. Un viaje pastoral para visitar las pequeñas comunidades católicas en Indonesia (donde representan el 3,7%), Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur, pero también para reafirmar dos grandes temas de su papado: el diálogo interreligioso y la lucha contra el cambio climático. Dos temas que han quedado bien reflejados en sus encíclicas: Fratelli Tutti (2020) sobre la amistad y la paz social y Laudato si (2015), sobre el cuidado de la Casa común.
El Papa al llegar Yakarta, primera escala de su gira por Asia y Oceanía..Francisco llegó a Yakarta el 3 de septiembre, luego de trece horas de vuelo, en una continuidad de los viajes anteriores de Pablo VI (1970) y Juan Pablo II (1989). En la misa ante más de 80.000 reunidos en el estadio nacional Gelora Bung Karno, los alentó “a soñar en la fraternidad, la cual es un verdadero tesoro entre ustedes. Con la Palabra del Señor añadió-, los animo a sembrar amor, a recorrer confiados el camino del diálogo…”, para terminar, diciéndoles: “Sean constructores de paz. Sean constructores de esperanza”.
Pero esta vez se agregó un hecho relevante: durante el encuentro interreligioso matinal, frente a la mezquita Istiqlal, la más grande del sudeste asiático, donde se reunieron representantes de todas las religiones presentes en Indonesia, el Papa Francisco y el Gran imán, Nasaruddin Umar, firmaron una declaración conjunta. Entre otras cosas, en ella, instaron “a la promoción de una cultura de respeto, dignidad, compasión, reconciliación y solidaridad fraterna, para superar tanto la deshumanización como la destrucción del medio ambiente”.
Señalaron además que “dado que existe una única familia humana global, el diálogo interreligioso debe ser reconocido como una herramienta eficaz para resolver los conflictos locales, regionales e internacionales, especialmente aquellos causados por el abuso de la religión” y condenaron los ataques contra la Creación que se producen sobre la Tierra “con consecuencias destructivas, como las catástrofes naturales y el calentamiento global, que hacen de la crisis medioambiental un obstáculo para la convivencia armoniosa de los pueblos”.
El Papa al ingresar a un estadio en Yakarta para presidir una misa. Esta declaración, pareció sumarse a la sin precedentes realizada en 2019 en Abu Dabi (capital de los Emiratos Árabes), con el Gran iman Ahmad Al-Tayyeb, en la que ambos invitaban “a la reconciliación y a la fraternidad entre todos los creyentes…y entre todas las personas de buena voluntad”.
Durante la ceremonia, se produjo algo más para destacar. El Gran iman besó el solideo que cubre la cabeza del Papa y, a continuación, el Papa besó las manos del Gran iman. Posteriormente, dejaron inaugurado como tal “el túnel de la amistad”, de veintiocho metros de largo, que une la mezquita Istiqlal con la catedral de Santa María de la Asunción.
Francisco, allí, señaló: “…Si pensamos en un túnel, fácilmente imaginamos un recorrido oscuro que puede darnos miedo, especialmente si estamos solos. Aquí en cambio es diferente, porque todo está iluminado. No obstante, la luz que lo alumbra, son ustedes, con su amistad, con la concordia que cultivan, con el apoyo mutuo y con su caminar juntos que los conduce, al final del camino, hacia la luz plena. Nosotros creyentes, que pertenecemos a diferentes tradiciones religiosas, tenemos un papel que desempeñar: ayudar a todos a atravesar el túnel con la mirada dirigida hacia la luz…A las numerosas señales de amenaza, a lo tiempos oscuros, contraponemos el signo de la fraternidad que, acogiendo al otro y respetando su identidad, los exhorta a un camino común, hecho entre amigos, y que conduce hacia la luz…”.
El túnel que une la catedral con la mezquita en Yakarta.En el año 2006, escribí el libro: “Diálogo con el islam”. Partía de un hecho lamentable como fue el asesinato del sacerdote italiano, Andrea Santoro, en la iglesia de Santa María de Trabzon, en Turquía, por parte de un joven fundamentalista islámico. Terminé aquel libro contando que, al año siguiente, los padres del joven asesino se acercaron a pedir perdón a los familiares del sacerdote, hoy considerado un mártir de la Iglesia romana. El padre Santoro, decía: “Diálogo y convivencia no se dan cuando se está de acuerdo con las ideas y elecciones ajenas, sino cuando se les deja lugar junto a las propias y cuando se intercambia como don el propio patrimonio espiritual”.
Quiera Dios, el de todos, que estos continuos pasos dados por Francisco y la Iglesia en pos del diálogo interreligioso, especialmente con los musulmanes, sean fecundos y transformen los túneles en puentes luminosos y efectivos de la mano de María, venerada por ambas religiones.
(*) Su último libro es “Un encuentro con María” (Ágape).
Los misioneros que recibieron al Papa en Papúa Nueva Guinea
“Fue increíble ver al Papa aquí. Nos había prometido que iba a venir, pero dudábamos porque Papua Nueva Guinea está muy alejada de todo. Para colmo, tuvo que suspender la visita que había agendado para 2021 por la pandemia. Mucho menos creíamos que iba a venir a nuestra diócesis, en Vánimo, absolutamente aislada, a la que sólo se puede acceder por agua o por aire siempre que sea de día”, dice a VR el padre Tomás Ravaioli, uno de los cinco sacerdotes argentinos que desde hace más de una década misiona en el país, junto con otro de Sri Lanka y 15 religiosas, tres de ellas también argentinas.
Los misioneros en Papúa Nueva Guinea, entre ellos cuatro sacerdotes y tres monjas argentinas.La génesis del viaje, cuenta el padre Tomás, fue una visita que un grupo de fieles papuanos le efectuó a Francisco en 2019 en la residencia de Santa Marta durante la que el pontífice les dijo que se las iba a devolver yendo a su país. “Además, les preguntó en qué podía ayudarlos y ellos le respondieron que la Iglesia católica tenía en la diócesis dos colegios primarios, pero que hacía falta un secundario”, narra Ravaioli. “Entonces -completa-, Francisco le pidió el dinero para su construcción a la Conferencia Episcopal Italiana y hoy la escuela es una realidad”.
Durante su visita a Papua Nueva Guinea y después de un encuentro multitudinario por la mañana en Puerto Moresby, la capital del país, el Papa realizó un vuelo de dos horas hasta Vánimo, visitó el colegio y se encontró con los docentes y alumnos que estaban maravillados con su presencia. “Pese al trajín que le demandó ese día -añade el padre Tomás- tuvo el gesto de ir luego a la casa donde vivimos los seis curas, de dedicarnos media hora mateando y dejarse abrazar. Y, por supuesto, también visitó a las hermanas”.
El padre Tomas señala que la presencia de la Iglesia católica en Papua Nueva Guinea -un país de once millones de habitantes, de los cuáles el 50 % son cristianos de diversas denominaciones y un 40 % son católicos- es muy relevante en el desarrollo social porque cuenta con muchas escuelas y hospitales, más allá de su acción religiosa, siendo muy apreciada por sus habitantes. Pese a su riqueza natural, tiene mucha pobreza y graves problemas de delincuencia.
Además de Ravaioli, los otros sacerdotes argentinos son los hermanos Agustín y Martín Prado, Migue De La Calle y Alejandro Díaz. Y las religiosas argentinas son Cielos Prado -hermana de Agustín y Martín-, Consuelo y Sagrario. Dice que optaron por venir a un país tan alejado y a la diócesis de Vánima -donde no hay agua corriente, ni luz- “por amor a Jesucristo y a las almas de aquí y porque el Papa nos pide ir a las periferias geográficas”. Y concluye: “La gente nos adora y somos inmensamente felices”.
Sergio Rubin