A cargo de los elencos oficiales de la provincia, la Orquesta Sinfónica de Córdoba, bajo la dirección artística de JongWhi Vakh, y el Coro Polifónico de Córdoba, dirigido por Camilo Santostefano, junto a destacados solistas, La Bohème se presentó con entradas agotadas en Córdoba. La ópera tendrá dos funciones más: la de 26 y 28 de septiembre, ambas sold out. No hay nueva fecha anunciada hasta el momento.
La puesta en escena está en manos de Cristina Gómez Comini, maestra de la danza, quien debuta en este rol. El vestuario y toda la puesta se lleva a cabo en los talleres del teatro. Realizar esta ópera ha puesto en acción todo el potencial del aparato escénico original del coliseo.
El libreto conjuga la comedia y el drama. La acción tiene lugar en el Barrio Latino de París. Los protagonistas son jóvenes para quienes la vida es una sucesión de oportunidades, sobrevivir y enamorarse; el poeta, Rodolfo, el pintor Marcello, el músico Schaunard, y Colline, el filósofo, Mimi, una humilde costurera, y Musetta, una cantante que aspira a ser una estrella.
La trama, escrita por Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, basada en la novela Escenas de la vida bohemia de Henri Murger, narra las vidas de estos jóvenes artistas que viven con pasión y pobreza en el París del siglo XIX. En cuatro actos, con una duración de casi dos horas, veremos nacer el amor, los celos, la alegría y también la muerte y la tristeza.
La noche del estreno
Durante su estreno el viernes pasado, el Teatro del Libertador recibió a todos de gala. El público hacía fila desde una hora antes para tomar sus lugares. El entusiasmo de los espectadores se sentía en el aire. Nos entregaron programa de mano en papel e información complementaria a través de un código QR. Familias, estudiantes y adultos mayores llenaron por completo la sala, lo mismo ocurrió en las otras funciones.
La orquesta, aunque oculta en el foso para muchos, fue la primera en encender los aplausos con su presencia. Cuando se corrió el telón, la función comenzó apenas unos minutos después de las 20. El frío parisino de la habitación de los protagonistas, junto a sus gestos, vestuario y la escenografía, nos transportaron de inmediato.
Los subtítulos, situados arriba, ayudaban a seguir la trama en detalle y destacaban frases inolvidables, como “Mi alma es millonaria” o “El primer sol es mío”. La escenografía, hermosa y cautivadora, partió de un boceto inspirado en la visión original de la directora, Cristina Gómez Comini, que el taller de Realización Escenográfica convirtió en realidad.
Predominaban el metal y la cartapesta, con una gran luna que evocaba tal vez un ojo, testigo silencioso de la historia, y a la vez una blancura que parecía iluminar realmente. En cuestión de segundos, la maquinaria del teatro, con toda su magnificencia y trucos, logró lo que solo el arte escénico puede hacer: “meternos, llevarnos y traernos” a su gusto.
En esta versión el diseño de Augusto Bernhardt, inspirado en el art nouveau, destaca por su estilo único, en contraste con producciones más tradicionales. Las líneas curvas y la ornamentación orgánica, típicas de este movimiento, acentúan la elegancia y la belleza visual, con una estética más simbólica que realista. La paleta de colores y los decorados crean una atmósfera etérea y artística, resalta la belleza y el contraste de los momentos dramáticos, siempre dentro de un marco de gran elegancia
Las voces sonaban majestuosas, sosteniendo notas increíbles. Los protagonistas enfrentaron el mayor desafío y no pudieron hacerlo mejor. Nacho Guzmán (tenor), como Rodolfo, brindó una interpretación entregada y convincente.
En el primer acto, la voz de Lucía González (soprano), encarnando el rol de Mimí, se fundió con la música, creando una melodía poderosa y hermosa. Su aria Mi chiamano Mimí” sonó con tal perfección que provocó pura emoción, llegando directamente al corazón.
Anahí Cardoso (soprano), en su papel de Musetta, nos deleitó con una voz cálida, aportando un contraste vibrante y lleno de energía que resaltó la fragilidad de Mimí. Por su parte, los barítonos Federico Bildoza y Federico Finnocchiaro, junto al bajo Roy David Pullen y José Luis Moreno, destacaron con sus graves en una escena conmovedora, particularmente cuando uno de ellos se despide del abrigo, añadiendo una carga emocional significativa al momento.
La orquesta, en perfecta armonía, nunca sobresalió ni se impuso. Fue una compañía precisa, que nos transportó con su música, tan envolvente que parecía más una temperatura, un color.
El pasaje del Circo Da Vinci es bellísimo, emocionante, sobre todo para quienes hemos seguido su trayectoria y los hemos visto recorrer las calles, plazas y escenarios con sus instrumentos de viento y percusión, creando magia a su paso.
La iluminación fue inolvidable, especialmente en el momento final. Mimí llega de noche a los brazos de su Rodolfo, pero ya es tarde. Las luces del alba anuncian la fatal despedida. Uno de los telones del fondo se eleva, y la tramoya retira la escenografía, revelando a los técnicos que están detrás de escena tirando de las cuerdas.
El público vivió momentos de risas y ovaciones, con varios arranques espontáneos de aplausos que demostraban la conexión con la obra. Han generado tal belleza, que el espectador se siente profundamente conmovido, como ante un paisaje imponente donde las palabras y pensamientos se atropellan y las emociones brotan.