Se llamaba Víctor Hugo Quiroga, tenía 69 años y estaba jubilado. Pero como necesitaba trabajar, había logrado ser guardia de seguridad. Gracias a unos conocidos, consiguió un turno de noche como vigilante en un inmenso predio en las afueras de Córdoba Capital. En su primera noche de trabajo, lo mataron.
Víctor fue víctima de un salvaje y despiadado asalto colmado de violencia a manos de una banda de delincuentes, varios de ellos perdidos por las drogas, ávidos de manotear lo que sea. Lo que sea, como sucedió: dinero, cables de cobre, garrafas de gas, herramientas, handies, celulares y hasta un Fiat Duna como el que se terminaron llevando esa madrugada.
El hombre sufrió una brutal golpiza y fue maniatado de pies y de manos. Lo dejaron encerrado en una garita. Víctima del estrés, murió.
El homicidio ocurrió en la madrugada del 17 de diciembre de 2023 en Eco Parque, un gran predio industrial ubicado en el viejo camino a Monte Cristo, kilómetro 7, en la periferia este de Córdoba Capital.
La mayoría de los sospechosos fueron detenidos tras una prolija investigación que llevó adelante el fiscal Andrés Godoy junto a pesquisas del Departamento Robos y Hurtos de la Policía. La imputación fue homicidio en ocasión de robo.
Uno de los acusados “levantó la mano” y, por consejo de su abogado, confesó todo y en un proceso de juicio abreviado en un Juzgado de Control terminó recibiendo una pena de 13 años y 4 meses de cárcel. La condena estuvo más cerca del mínimo de la pena que del máximo.
El resto de los acusados sigue adelante con el proceso.
El brutal crimen de don Víctor deja en evidencia, como tantos otros casos ocurridos en Córdoba en los últimos tiempos, hasta dónde pueden llegar personas adictas a las drogas con tal de obtener dinero para comprar sus dosis y, a la vez, (sobre)vivir. A su vez, el violento episodio se circunscribe en ese formidable y nunca resuelto “negocio” del robo y reventa de cables para obtener el cobre en Córdoba.
De acuerdo a la investigación, el grupo no era una gran banda.
De hecho, dejaron varios cabos sueltos. El grupo, o buena parte de los miembros, se dedicaba a cometer robos en grandes predios cuando todo estaba cerrado.
Andaban armados, reducían a guardias y se terminaban apoderando de lo que encontraban.
Y eso fue lo que pasó aquella infausta madrugada.
Violencia extrema
Eran las 4.30 de aquel 17 de diciembre del año pasado, cuando el tropel llegó caminando a Eco Parque, un predio que estaba siendo construido por la firma Comar.
Con roles asignados, los delincuentes, al menos tres de ellos armados con pistolas, primero redujeron a Quiroga, quien se encontraba en una casilla y lo sometieron a una brutal golpiza para luego maniatarlo de pies y de manos, mientras le exigían dinero y pertenencias.
Fue tremenda la saña ejercida sobre este jubilado que justo realizaba su primera jornada como guardia.
Según la causa, tras dejarlo inconsciente por los golpes, los ladrones lo dejaron inmovilizado y encerrado en la casilla. Acto seguido, los delincuentes fueron a reducir a otro guardia que estaba descansando en un auto y que desconocía todo lo que estaba pasando. Walter Salazar también fue golpeado de manera brutal por los ladrones, quienes no dejaban de exigir dinero.
Tan desaforados estaban los asaltantes que le manotearon $ 6.000 pesos, un celular, una de sus zapatillas y las llaves de su Fiat Duna, auto que se llevarían finalmente.
En su derrotero ya en el interior del predio, los delincuentes se apoderaron de una gran cantidad de piezas de cobre, cables, garrafas, handies, bordeadoras, entre otros implementos que cargaron en el auto para luego escapar de manera ruidosa.
Según la causa, los ladrones demostraban una violencia absolutamente exacerbada vinculada, según las sospechas, al consumo directo de drogas como la cocaína.
El auto aparecería quemado en un descampado ubicado en barrio Arenales, a dos kilómetros del lugar donde había ocurrido el asalto.
Espanto en una casilla
Tras comprobar que la banda había escapado, el guardia Salazar comenzó a desatarse de las ataduras. Cuando logró hacerlo, corrió hasta la casilla para ver qué había sido de su compañero Quiroga.
Apenas llegó y abrió la puerta, quedó paralizado.
Sentado en una silla y maniatado, el otro guardia yacía muerto. En vano, intentó reanimarlo.
Desesperado, Salazar logró pedir ayuda a unos vecinos, quienes alertaron a la Policía.
Al cabo de unos momentos, el predio quedó repleto de jefes policiales, funcionarios judiciales y peritos varios. No se podía entender tamaña violencia para un golpe comando en un predio en construcción y con esos dos guardias.
De la banda, a todo esto, no había demasiadas informaciones en los primeros instantes de la pesquisa. Apenas, algunos datos sueltos.
Cuando los policías se enteraron de que el Duna sustraído había aparecido quemado, se miraron entre sí.
Quizá allí podría estar la pista para dar con los asesinos.
Pesquisa y avances
Bastó que los investigadores de Robos y Hurtos comenzaran a trabajar en la zona donde había sido incendiado el rodado, para obtener los primeros datos.
Si bien al comienzo algunos vecinos se mostraron temerosos en dar información, varios finalmente terminaron por empezar a brindar datos sobre quienes habían sido vistos quemando el vehículo para luego escapar corriendo.
De esta manera, los pesquisas pudieron obtener apodos de individuos que eran de la zona y que se dedicaban a cometer violentos robos en predios privados.
Los vecinos señalaban que el grupo estaba integrado por jóvenes perdidos por las drogas.
En ese marco, los pesquisas establecieron que el grupo, tras el crimen, había estado recorriendo chacaritas y compradores de cobre robado.
La investigación avanzó y se obtuvieron nombres de los sospechosos en un prolijo trabajo de pesquisa basado en testimonios, análisis de comunicaciones, rastreos de celulares y ciberpatrullaje (en redes).
A las pocas semanas, dos de los principales acusados fueron detenidos, mientras que el resto de los sospechosos logró desaparecer de los domicilios y los lugares que solían frecuentar.
Juicio y condena
A los ochos meses del crimen del guardia, uno de los detenidos, por consejo de su abogado, aceptó la realización de un juicio abreviado.
Tras haber aceptado su participación en el homicidio, Carlos Yuthiel Peralta (19) fue condenado por el juez de Control N° 5, Carlos Lazcano, a la pena de 13 años y 4 meses de cárcel efectiva por el delito de homicidio en ocasión de robo.
Según su familia, el joven tiene una alta dependencia a las drogas.
La misma realidad atraviesa Gastón Gabriel Sueldo, el principal acusado, quien no aceptó un abreviado y fue enviado a juicio común por parte del fiscal Godoy.
En tanto, Sergio Jonás Arrieta, otro sospechoso, fue capturado recientemente. Mientras tanto, Leandro Germán Magra permanece prófugo.