La portada de Nexus, el último libro del historiador israelí Yuval Harari, tiene una ilustración muy simple y muy apropiada: la foto recortada de una paloma mensajera.
Al principio de este voluminoso libro de más de 600 páginas, con más de 100 de ellas dedicadas a notas bibliográficas e índices, Harari nos recuerda la simpática historia de Cher Ami, el ave del Ejército de Estados Unidos que en 1918 voló a través del fuego enemigo alemán y que, pese a ser herida por las esquirlas de un proyectil que le partieron una pata y se le incrustaron en el pecho, recorrió 40 kilómetros hasta el cuartel general y llevó el mensaje que salvó la vida de los 500 integrantes de un batallón que estaba siendo bombardeado equivocadamente por sus propias fuerzas armadas.
Pero, apenas unas páginas después, Harari vuelve al ejemplo de la paloma para contarnos que no existe una sola prueba de que ese animal haya llevado el supuesto mensaje, que al ave herida pudo haber sido otra y que el ejemplar de una sola pata y embalsamado que millones de estadounidenses visitaron con devoción en el Museo Nacional de Historia Americana de Washington puede que no haya protagonizado vuelo heroico alguno. Cher Ami es solamente una cucharada del cemento con el que los seres humanos solidificamos las creencias que nos han ayudado a sobrevivir al paso de los siglos. Es una de las marcas, de las ficciones que nos han ayudado a conectarnos, a mirarnos a los ojos y a reconocernos como iguales.
Harari te cuenta el cuento
Este es el tono del último libro de Harari, quien lleva una década trepado en el pedestal del intelectual más leído y elogiado por políticos como Barack Obama y por grandes empresarios como Bill Gates y Mark Zuckerberg.
Cada cosa que dice o que hace es seguida por audiencias masivas en todo el mundo occidental.
A este señor flaco, pelado, de hablar reposado, vegetariano y que comparte la vida con su esposo en un moshav, una comunidad rural cooperativa, cerca de Jerusalén, le encanta mostrarnos que es un tipo listo, que no sólo sabe analizar grandes procesos y argumentar de una manera original y atrapante, sino que además disfruta haciéndonos ver que las cosas que creíamos conocer no son en realidad como las pensábamos.
La aventura que emprende en este relato es también apasionante. No decepciona a sus millones de admiradores en cuanto a la exuberancia de ejemplos, citas literarias, anécdotas históricas, leyendas, trasvasamientos de conocimientos que hace desde diversas disciplinas científicas. Harari, como los grandes novelistas, crea su propio universo y sus propias categorías y leyes, con la virtud de hacerlo en el formato del ensayo histórico, por momentos devenido en filosófico.
Cuando uno se aproxima a sus libros, Harari sorprende con su capacidad de exotización, de ver las cosas comunes desde un punto de vista diferente. Tiene una gran habilidad para desnaturalizar conceptos y visiones que aceptamos como verdades. Nos pone frente a un espejo y nos hace preguntar: ¿esos somos nosotros?
El subtítulo del libro muestra la ambición argumentativa de Harari: Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la inteligencia artificial. El viaje es apasionante. Comienza con la afirmación de que los seres humanos pudieron imponerse sobre los otros homínidos gracias a que fueron capaces de desarrollar amplias redes de cooperación. La información fue la materia básica que ayudó a construir ese universo de redes y, a lo largo de la historia, se fue relacionando de diferentes formas con la verdad y con el poder.
El mundo es una ficción
El viaje de Harari repasa el surgimiento de los grandes relatos que actuaron como pegamento de las civilizaciones, y cómo esas grandes ficciones, religiosas o mitológicas, fueron creando nuevas realidades gracias al nexo social que es la información. De ahí el título del libro.
Es muy atrayente cómo analiza las narraciones religiosas, por ejemplo, la vida de Jesús, como “campañas de promoción de marcas” que no están basadas sobre hechos comprobables que la sostengan, pero, en cambio, gozan de las dos ventajas que la ficción tendría sobre la verdad: su capacidad de simplificación y la posibilidad de malearla para que siempre, a diferencia de la realidad, termine siendo reconfortante.
“Aunque la mayoría de los cristianos –ejemplifica– no estuvieron físicamente en la Última Cena, han escuchado tantas veces el relato y han visto tantas imágenes del acontecimiento que tienen de ella un recuerdo mucho más vívido del que guardan de gran parte de las cenas familiares en las que han participado”.
Luego Harari se lanza a explicar las fallas del razonamiento marxista que colocó todo su ahínco sobre las condiciones materiales y subestimó u olvidó las realidades creadas por estos nexos humanos.
Harari busca trazar el camino de la evolución de las redes informativas y para eso propone su propio cuento sobre el surgimiento de la documentación y el nacimiento y la expansión de las mitologías y las burocracias. En el medio, cuenta la historia de su abuelo Bruno, perseguido por el gobierno del poeta rumano Octavian Goga, que convirtió primero en apátridas y luego en cadáveres a cientos de miles de judíos.
Entre los más atrayentes capítulos del libro, se encuentra uno en el que Harari se dedica a despanzurrar los textos sagrados de las religiones, sobre todo los de su religión, el judaísmo, para analizar cómo las grandes ficciones humanas han lidiado con el tema del error en la información.
Su esfuerzo para contar la aventura imposible de cientos de profetas, escribas, inquisidores, quemadores de brujas, sacerdotes de distintas religiones tratando de unificar y certificar las interpretaciones de sus textos sagrados, valen la lectura del libro.
Luego desarrolla lo que llama “el descubrimiento de la ignorancia”, con el surgimiento de las primeras sociedades científicas europeas, antes de lanzarse a contar su propia historia de cómo las redes de información asumieron las formas de democracias y de totalitarismos.
Su análisis de los nuevos populismos hace que, a cada frase –mientras habla del control de los poderes judiciales, de los ataques a la prensa, de la división entre pueblo y antipueblo–, en la mente de los lectores de este rincón del globo se puedan suceder, como en una cinta cinematográfica, los rostros de Donald Trump, Jair Bolsonaro, Cristina Kirchner o Javier Milei, entre tantos otros.
Clavame tu algoritmo
Pero el recorrido histórico se choca las narices cuando llegamos a la tercera década del siglo 21.
Ahí Harari llega al punto al que quería arribar desde la primera página. Nos dice que vivimos en una época en la que “cualquier teléfono inteligente contiene más información que la antigua Biblioteca de Alejandría” y permite a su propietario entrar en contacto con miles de millones de personas de todo el planeta. Pero, con tanta información circulando a velocidades impresionantes, la humanidad se halla más cerca que nunca de la aniquilación.
Aquí Harari hace su ingreso al tema que tantas críticas le ha ganado en los dos últimos años: su obsesión con los supuestos riesgos cataclísmicos del nuevo hechizo que acabamos de crear los homo sapiens: la inteligencia artificial (IA).
La IA, dice Harari, podrá crear nuevas especies animales, producir nuevos virus que generen pandemias masivamente mortales, decidir el lanzamiento de misiles nucleares, crear nuevas armas de ataque que todavía no sospechamos o acentuar los sesgos raciales o nacionalistas. La IA ya maneja buena parte de los mercados financieros, el mercado de los seguros, la contratación de empleados, y trabaja sobre el tiempo y la atención de todos los seres humanos, estando muy cerca de conocerlos mejor de lo que se conocen ellos mismos.
Harari recuerda cómo los algoritmos de Facebook favorecieron matanzas en Myanmar en 2016 y 2017 porque tomaron decisiones funestas “por ellos mismos”, recomendando a millones de birmanos publicaciones con fortísimos discursos de odio.
A quienes lo acusan de estar “antropomorfizando” las computadoras y de darles entidad de seres concientes, Harari les responde que es hora de ver que, por primera vez en la historia, hay redes de información que pueden funcionar e intercambiar información sin que ningún humano esté al tanto.
Hoy los ordenadores pueden engañarnos, moldear nuestras opiniones, usar nuestra intimidad contra nosotros y desarrollar emocionalidad. La IA acabará con los motores de búsqueda, con los medios de comunicación y con las publicidades. “¿Por qué leer un periódico si puedo preguntarle a mi oráculo por las últimas novedades?”, argumenta.
A otros pensadores les lleva décadas convertirse en profetas del apocalipsis. A Harari, a tono con la velocidad con que se transforman sus temas de análisis, le llevó apenas 15 años.
Nexus es un viaje mejor que muchos viajes reales, pero al mismo tiempo roza el riesgo de la pontificación. Por momentos, hay demasiada generalización sentenciosa y una subestimación de la inteligencia humana y de la capacidad de los sapiens para poder controlar este último juguete tecnológico. Después de todo, si llegamos hasta acá, no fue por haber sido débiles, ni retraídos, ni tontos. Como el mismo Harari se encargó de contarlo.