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HAY UN ELEFANTE EN LA SALA. Por Mattías Meragelman

HAY UN ELEFANTE EN LA SALA. Por Mattías Meragelman

El sistema político perdió referencias en las formas y en el fondo. La manera de comunicar de Milei es una muestra explícita pero también hay ejemplos en la política local. La democracia y su desafío más profundo: respetar al otro.

Según explica el diccionario la expresión “hay un elefante en la sala” se utiliza “para describir una situación en la que hay un problema obvio o una verdad incómoda que todos pueden ver pero que nadie quiere abordar o discutir, es una metáfora que sugiere que hay algo grande y difícil de ignorar presente en una situación dada, pero que la gente actúa como si no estuviera allí”.

En el sistema político argentino existe un “elefante en la sala” que lo está haciendo crujir y estamos evitando abordarlo, porque enfrentarlo implica contestarnos preguntas muy incómodas sobre cómo llegamos a esta realidad. 

El ex presidente Mauricio Macri brindó una entrevista en la semana que pasó y en ese marco definió la llegada de Javier Milei a la presidencia de la siguiente manera: “La gente votó a alguien sabiendo que tenía una psicología especial, la gente votó a alguien con un mandato destructivo y de confrontación”. 

Dejando de lado las mil diferencias políticas que se puede tener con titular del Pro y especialmente con su gobierno entre los años 2015 y 2019, hay algo de lo que describeque es clave. Y es la elección por parte de la mayoría de la sociedad argentina de un dirigente que expresa una forma de hacer política basada en la agresión y eso rompió con lo que veníamos observando desde el retorno de la democracia. 

El actual presidente de la Nación hizo menciones agresivas en sus redes sociales contra personas con síndrome de down o con situaciones de bullying, insultó públicamente a cientos de dirigentes de la oposición o periodistas, celebra que miles de personas se queden sin trabajo (y por momentos hasta parece disfrutar de ese proceso de despidos masivos) y se volvió habitual escucharlo en referencias fálicas o sexuales al momento de explicar cualquier aspecto de nuestra vida cotidiana. 

¿Es el presidente el único responsable de haber llegado hasta acá? Claramente no, porque si creyéramos que el problema es una sola persona la solución sería muy simple. Estamos frente a un clima de época y Milei quizás solamente sea su emergente más estridente. 

Haciendo la salvedad de la magnitud y las implicancias de cada caso en particular, podemos mencionar brevemente diferentes hechos de los últimos años:

Hace dos años intentaron matar a quien era la vicepresidenta de la Nación, se volvió algo habitual que el Concejo Deliberante de la Capital riojana sea un espacio de confrontación donde se observaron los comportamientos más inverosímiles, un empleado del Ministerio de Salud de la Provincia fue exonerado hace unas semanas de la Administración pública por cuestionar en redes sociales al Gobierno provincial o hubo gente que utilizó sus vínculos para que le coloquen antes la vacuna contra el COVID.

En este recorrido tampoco se puede dejar de mencionar la crisis de representación de la clase dirigente y a la corrupción como un elemento central en ese proceso. 

La profesión de político se volvió sinónimo de ingresos no justificados, de acciones que solamente buscan el beneficio personal por encima del colectivo y de vehículos o propiedades que no parecen ser justificables mediante declaraciones juradas ante la AFIP o como se llame ahora. 

El sistema político también se horadó por este proceso de pérdida de credibilidad de la política, porque si la inflación no me permite llegar a fin de mes y estoy convencido que mis representantes no defienden mis intereses, sino que solamente buscan su propio beneficio, es lógico que la ruptura del sistema político me parezca algo lejano o poco importante para construir una mejor calidad de vida. 

Esta semana también dejó un ejemplo en ese sentido. Mientras el país sufre un Gobierno de derecha que ajusta y miles de personas pierden su trabajo y otros millones caen en la pobreza, el principal partido de la oposición debate por avales para una interna sin ningún sentido del oportunismo. 

No escribo este texto desde el formalismo, desde la preocupación por las formas, sino aterrado por el impacto en el fondo de la cuestión. Y el fondo está el respeto por la existencia de otro, porque el sistema democrático no es solamente votar, es fundamentalmente poder convivir y aceptar que existen otras formas de pensar.

Hace muchos años Ricardo Mercado Luna estableció un concepto histórico/sociológico que describió con una exactitud y claridad única a la sociedad riojana: “La Rioja de los hechos consumados”. En la tierra de la harina y la albahaca los hechos van ocurriendo y la comunidad los va aceptando mansamente en sus consecuencias, como si los hechos no fueran el resultado de procesos sociales y políticos, de pujas de poder e intereses, sino un devenir de la naturaleza que no se puede cuestionar o discutir.

Mucho tiempo después quizás ese concepto se puede extender al resto del país. Estamos viviendo una “Argentina de los hechos consumados”. Pareciera que comenzamos a vivir como “normal o lógico” que cada vez se extienda más el límite de lo tolerable, de lo aceptable. 

O quizás algo peor. Lo “aceptable” es agredir al otro, el poder se construye sobre la eliminación de la diferencia y no sobre los consensos de las divergencias. ¿Qué es lo normal o lo esperable en la política de hoy?

Mercado Luna finalizaba su texto con optimismo y allí marcaba que dentro del propio proceso de “los hechos consumados” existía el mecanismo de la resistencia, del límite a la imposición de esta lógica y la construcción de una nueva realidad. 

Sin embargo, para que esa resistencia surja el primer paso es poner sobre la mesa lo que está pasando, se están rompiendo los consensos básicos del sistema democrático argentino y cada vez es más evidente que existe una democracia formal pero no una democracia plena que incluya el respeto por el otro.

Y en ello también tenemos un rol central los medios de comunicación. Somos nosotros grandes cultivadores de los discursos de odio, del desprecio por el otro y de la construcción de una “nueva normalidad” donde el rechazo a quienes piensan diferente a mi se volvió lo habitual.

A veces por intereses personales o económicos, otras por obtener más audiencia o por ideologías propias, hemos convalidado esta realidad y omitimos mencionar el elefante que se fue construyendo.  

Este texto no aborda todos los aspectos de este proceso, simplemente pretende ser un punto de partida y visualizar hacia dónde parecemos estar yendo. 

Si tiramos una rana a una olla con agua hirviendo la rana salta apenas toca el líquido, pero si está dentro del mismo recipiente y el agua va subiendo sutilmente de temperatura, se irá adaptando y finalmente muere hervida casi sin darse cuenta de lo que ocurrió. 

El agua se está calentando.

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