Cuando pensamos en 1492, lo primero que viene a la mente es la conquista de América, ese hito que cambió el rumbo de dos mundos que hasta entonces desconocían mutuamente su existencia. Las crónicas históricas cuentan cómo el catolicismo europeo, respaldado por el poder de la corona española, fue impuesto a las poblaciones originarias de estas tierras. Pero, ¿qué tan plena fue esa conquista espiritual?
Cuando pensamos en 1492, lo primero que viene a la mente es la conquista de América, ese hito que cambió el rumbo de dos mundos que hasta entonces desconocían mutuamente su existencia. Las crónicas históricas cuentan cómo el catolicismo europeo, respaldado por el poder de la corona española, fue impuesto a las poblaciones originarias de estas tierras. Pero, ¿qué tan plena fue esa conquista espiritual?
Hoy, más de cinco siglos después, los dioses antiguos y las creencias ancestrales siguen vivas en las comunidades indígenas. En Salta, al igual que en otras partes de América, la Pachamama, la Madre Tierra, sigue siendo venerada con fervor. Cada año, en agosto, se abre la tierra para agradecerle sus frutos, para pedirle protección y abundancia. Este ritual, que atraviesa generaciones, persiste como un acto de devoción y respeto hacia una cosmovisión que ha desafiado el paso del tiempo y la imposición de nuevas creencias.
Esto nos lleva a una reflexión inevitable: ¿quién conquistó realmente a quién? ¿El Dios católico, traído por los conquistadores europeos, logró suplantar a la Pachamama? ¿O fue la Pachamama la que conquistó, sutilmente, a la fe católica, integrándose en las prácticas religiosas de los descendientes de los colonos y conviviendo con las nuevas doctrinas?
La realidad en Salta, y en muchas otras regiones del continente, es compleja. La imposición de la fe católica fue indudablemente violenta, pero la resistencia espiritual de los pueblos originarios fue igualmente tenaz. La iglesia católica, con el tiempo, debió adaptarse a esta realidad. Hoy en día, no es raro ver a sacerdotes bendiciendo las ceremonias a la Pachamama o celebrando misas en las que se incluye algún guiño a las creencias andinas. En lugar de erradicar las creencias ancestrales, lo que ha surgido es una convivencia de ambas.
¿Es esto una derrota del Dios católico? No necesariamente. Lo que vemos es una fusión de mundos, una mezcla de símbolos y significados que dan lugar a una espiritualidad propia, única de estas tierras. Los dioses paganos no fueron derrotados; se han mantenido firmes en la vida de las comunidades indígenas, adaptándose, dialogando y compartiendo espacio con el cristianismo.
Los dioses paganos no fueron derrotados; comparten espacio con el cristianismo.
Así que la pregunta persiste: ¿quién conquistó a quién? Quizás la respuesta no esté en el triunfo de una creencia sobre otra, sino en la capacidad de los pueblos originarios para resistir, para integrar, para seguir honrando a la Pachamama mientras aceptaban, a su manera, los símbolos de la nueva fe. Al final, quizás lo que ocurrió no fue una conquista, sino un encuentro que sigue desafiando nuestras ideas sobre lo sagrado.
Este mestizaje espiritual, que sigue latente en la cultura salteña, nos recuerda que la historia no es unidireccional. La resistencia de la Pachamama está presente, no solo en la tierra que seguimos honrando, sino también en el corazón de quienes, consciente o inconscientemente, mantienen viva una conexión ancestral. Así, la pregunta no solo cobra mayor profundidad, sino que invita a seguir explorando el diálogo entre lo que fue impuesto y lo que nunca dejó de ser.
Salta, con sus cerros y valles, sigue siendo testigo de esta resistencia, donde la fe católica y la Pachamama continúan danzando en un equilibrio único, creando una identidad que se niega a ser conquistada del todo.
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