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Del «nos quitan la fiesta de los fuciños» al «mucho que decir y poco que contar»: las frases de Arsenio para la eternidad

Solo alguien con la personalidad de Arsenio Iglesias, fallecido este viernes a los 92 años de edad, podría abrochar las profundas diferencias entre el Celta y Deportivo, a pesar de haber servido con orgullo y éxito al conjunto coruñés. «Seas del equipo que seas, es una gran pérdida», es una de las frases más repetidas tras conocerse la pérdida del arquitecto del ‘SuperDepor’, un equipo que enamoró a varias generaciones de aficionados de Galicia y fuera de ella.

«Uno está lleno de dudas y yo tengo dudas en todo»

La vida de Arsenio podría contarse a través de sus títulos, pero son todavía más importantes las citas que entre victorias y derrotas dejó en una sala de prensa que no le gustaba demasiado, pero donde siempre cumplía. La más célebre fue una advertencia cumplida. «Cuando con la fiesta, que nos la quitan de los ‘fuciños’ (narices en gallego)», avisaba días antes de que Djukic fallase un penalti que privó al Deportivo de conseguir su primera Liga.

La sentencia ha resonado con fuerza en los últimos años, una dura época para el equipo coruñés, que hasta en dos ocasiones se ha quedado al borde del ascenso. En 2019, después de un 2-0 en la ida y con el autobús de la celebración reparado, el Mallorca frustró el ascenso en la vuelta de los definitivos playoffs.

Aquello no era ni mucho menos el primer paso hacia el infierno, pero todo lo que vino después fue una Negra sombra de Rosalía: el descenso a Primera RFEF y la frustrada escapatoria de la categoría de bronce tras volver a perder el curso pasado en el último partido del ascenso ante el Albacete. La salud de Arsenio era precaria, pero entre los labios del busto que Arsenio tiene cerca de Riazor se leía: «Uno está lleno de dudas. Yo tengo dudas en todo».

«Para ser entrenador hay que estar loco»

Otra intervención inspiradora, como la lapidaria «mucho que decir y poco que contar» que estremeció a la sala de prensa tras el penalti fallado por Djukic. Una cicatriz que se cerró con la Liga de la 1999/2000 y otras gestas que logradas por los «neniños» («niñitos»), como el zorro de Arteixo llamaba a la generación de oro que cultivó. Antes de codearse con los grandes, Arsenio evitó en 1992 el descenso a Segunda. «¡Cuánto sufrimos, Martín!», resopló después de abrazarse a Martín Lasarte.

La suya, una vida disfrutada tanto en el campo como en los banquillos con un profundo respeto. Arsenio se estrenó como jugador en Primera con su Deportivo el 28 de noviembre de 1951 ante el FC Barcelona en Les Corts. Su estreno terminó en goleada (6-1), aunque fue capaz de marcar. Cuentan que tras anotar al mítico Antoni Ramallets se dirigió a él con un «perdón, señor». Arsenio estuvo en el conjunto coruñés en cuatro etapas distintas, sumando un 538 partidos en el banquillo en 14 temporadas. Logró dos ascensos y la Copa del Rey de 1995.

También dirigió al Real Zaragoza, Burgos, Elche, Almería, Hércules, Compostela y hasta al Real Madrid, al que entrenó 19 partidos en el final de la temporada 1995/1996. «Para ser entrenador hay que estar un poco loco», reconocía, porque él se acostumbró a depositar el peso de toda una ciudad en sus espaldas. «Siento una gran pena por las gentes de la calle, por la ilusión tan tremenda», aseguraba tras los fracasos, que en realidad eran victorias inmensas, porque cultivaban el deportivismo del futuro.

«No quiero que nadie me maldiga»

Arsenio, comprometido, no soportaba que la gente sufriera por el fútbol, al que intentaba quitarle el peso de las circunstancias. «Tranquilidá y que Dios reparta suerte», aseguraba un técnico que también lidió con las críticas, pero «si discuten a Sacchi o a Parreira, ¿cómo no me van a discutir a mí?». Calma y argumentos en una época donde el fútbol se vivía sin ningún tipo de límite. «Puede que sea un conservador, pero lo que no soy es un atolondrado», insistía.

Como sucede con los obituarios, hoy todos recordarán las virtudes de Arsenio, pero él siempre tuvo recelo al elogio. «Me voy para que luego puedan darme un abrazo y no me maldigan en agosto. Lo que no quiero es que nadie me maldiga», porque el mito deportivista diagnosticó al fútbol mejor que nadie: «Es tan cambiante que tenemos que estar siempre con la mosca detrás de la oreja».

Nunca hizo falta tirarle de la lengua. Un simple «qué» bastaba para iniciar la lección de un maestro con títulos y clase.