En la cara interna de la pierna izquierda, muy cerca de la ingle, Juan Schiaretti tiene una herida de bala. Una marca que tiene más de cincuenta años. Desde la tarde del miércoles 4 de febrero de 1970, cuando le pegaron un tiro a quemarropa y lo dejaron tirado en la vereda de la calle Deán Funes, a pocos metros de La Cañada, en pleno centro de la ciudad de Córdoba.
El actual gobernador y precandidato a presidente tenía 20 años, ya lo llamaban “Gringo”, estaba por cursar el quinto año de Ciencias Económicas y era el secretario general del Integralismo, una fuerza estudiantil con influencia católica, que incluía al peronismo y tenía un accionar más radicalizado que otras agrupaciones universitarias.
Ese día salió del Sindicato de Luz y Fuerza con compañeros de militancia y antes de llegar a la esquina, cuatro hombres los cruzaron. Uno de ellos se llevó la mano a la cintura para desenfundar un arma.
—Corramos –gritaron.
Schiaretti dudó. De una trompada lo tiraron al suelo. Cuando se puso de pie, una pistola calibre 6.35 lo apuntaba en la panza.
—Así que yo soy policía –fue lo último que escuchó antes de sentir el disparo.
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Ninguna biografía de Schiaretti menciona aquella bala que le entró por la ingle y se le incrustó a centímetros de la arteria femoral. El diario Clarín publicó un repaso de su vida previo a las elecciones de 2007, cuando superó apenas por un punto a Luis Juez. La nota menciona su participación en el Cordobazo, dice que estuvo en Ezeiza cuando regresó Perón y que partió al exilio en 1975. Página/12 publicó una nota similar luego de los comicios de 2015, cuando ganó su segundo mandato. Del disparo, nada.
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Sólo una vez Schiaretti aceptó hablar de aquel episodio ante la prensa. Fue el lunes 30 de enero de 2017, para una primera versión de esta crónica, publicada en la revista Salida al mar. Sentado en la punta de la mesa ovalada que domina su despacho de gobernador, recibió al autor de esta nota y al editor de la revista, Dante Leguizamón. Vestía una camisa blanca de paño fino con adornos azules en el cuello.
Parado en ese salón vidriado de la Casa de Gobierno, con una foto de Evita de fondo y junto a la estatua del Cura Brochero, Schiaretti señaló el lugar preciso donde sintió el ardor del plomo aquella tarde.
—Acá— dijo—Era una bala calibre 6.35 que usaban los servicios de inteligencia. Ese proyectil tenía la característica de moverse mucho, era muy difícil de extraer. La bala pasó a un centímetro de la arteria femoral, me salvé de desangrarme y se alojó a dos milímetros del nervio ciático, que de dañarse me hubiera dejado paralítico. Tuve suerte.
—Era un libro tenía un tren en la tapa. Con ese libro me enseñó a leer mi vieja— contó en esa entrevista.
A los 11 años, en 1961, ingresó al Liceo General Paz. Entre sus compañeros de curso estaban Fernando Vaca Narvaja (luego integrante de la conducción de Montoneros), Hugo Juri (exrector de la Universidad Nacional de Córdoba), Antonio María Hernández (dirigente radical en los 80 y 90) y el extécnico de Atenas, Walter Garrone.
Finalizado el Secundario, Schiaretti decidió estudiar Ciencias Económicas. Cursó la carrera con la UNC intervenida por la dictadura de Juan Carlos Onganía. Sin la posibilidad de organizarse en centros de estudiantes, los universitarios elegían delegados de facultades para conformar la Coordinadora de Estudiantes.
Sostiene que lo que marcó a su generación fue la proscripción del peronismo.
—Hay que entender que el grueso de mi generación formaba parte de la mayor fuerza política del país. Y esa fuerza no podía votar. Para nosotros la democracia no existía. Y esa es una de las explicaciones de la virulencia del 60 y 70 en la Argentina.
Tenía 19 años cuando fue elegido como delegado de su Facultad. En las aulas de Ciencias Económicas conoció a una persona que tuvo mucho que ver con su carrera política: Domingo Cavallo.
Hacia fines de los 60, pese a su juventud, comenzaba a sentarse en las mesas dónde se disputaba el poder.
—Previo al Cordobazo, recuerdo una reunión en el Smata en la que tres dirigentes estudiantiles nos sentamos en una mesa con Agustín Tosco, Elpidio Torres y Atilio López.
El periodista Ángel Stival era estudiante en aquellos años y recuerda a Schiaretti como un agitador, un orador de barricada, que se ponía “colorado” cuando arengaba.
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Para el verano de 1970, el rector interventor de la UNC era un hombre con apellido ilustrado en la provincia mediterránea, uno que ahora tiene calle y barrio: Rogelio Nores Martínez. Fue él quien impuso el examen de ingreso para los aspirantes, una decisión que motivó la reacción estudiantil y fue determinante en la vida de Schiaretti, porque sería la que lo pondría en el camino del pistolero que lo baleó.
—Todo el arco estudiantil estuvo en contra y comenzamos a resistir con asambleas —cuenta Schiaretti.
Los exámenes estaban previstos para el 5 y 6 de febrero, “opinen lo que opinen los estudiantes y hagan lo que hagan sus dirigentes”, sentenció Nores Martínez. También prohibió los cursos preparatorios: “Este test tiene una gran ventaja, y es que no precisa ningún curso previo. El chico sabe o no”.
Para preparar a los aspirantes, la Federación Universitaria de Córdoba (FUC) organizó su propio cursillo en la sede del sindicato de Luz y Fuerza, conducido por Tosco. Era el ámbito ideal para la politización del conflicto.
Carlos Arturo Scrimini es médico alergista y vive en Santiago del Estero. En 1970 cursaba Medicina en Córdoba, militaba en el Partido Comunista (PC) y era el presidente de la FUC.
—En el gremio había una concurrencia multitudinaria de estudiantes —recuerda—, inundaban el sindicato hasta la vereda, era una actividad diaria, permanente.
Faltaban pocos días para el examen y los dirigentes universitarios querían dar un golpe que debilite al rector. El objetivo era uno de los símbolos de la lucha contra la dictadura autoproclamada Revolución Argentina: el Hospital Nacional de Clínicas. Para evitar que el dato se filtrara (intuían que en los cursos de Luz y Fuerza había policías infiltrados), el 3 de febrero informaron que harían una marcha hacia la Plaza Colón, pero en el camino se desviaron hacia el hospital.
En minutos, el Clínicas se llenó de jóvenes. Scrimini fue el responsable de negociar con el Jefe de la Policía, el teniente coronel Héctor Romanutti.
—La idea era aguantar hasta la noche, nosotros sabíamos que en un momento teníamos que desocupar y escapar sin ser detenidos –dice y se ríe al recordar que usaba un seudónimo en las comunicaciones con Romanutti —me hacía llamar González.
En la puerta del hospital, un joven de apellido Rojas insistía en que lo dejaran entrar para ver a una mujer internada. Los estudiantes accedieron y lo acompañaron hasta la pieza, pero al ver que la paciente no lo reconoció, lo detuvieron. Rojas tenía un revolver, era policía. Lo maniataron y encerraron en una habitación.
Hubo otro detenido durante la toma, se llamaba Carlos Hugo Juncos y terminaría siendo protagonista central en esta historia. Unos estudiantes lo vieron bajar de un auto de la Policía y lo agarraron dentro del hospital. Según Scrimini, sus compañeros “lo querían hacer boleta”. Él lo conocía de vista, creía que era un delegado estudiantil, por eso dudó. Cuenta que el detenido le dijo: “¿Carlos, te parece que yo puedo ser cana?”.
—Muchachos, ante la duda, lo encierran en una pieza, le ponen llave, pero no lo toquen, porque puede ser un compañero —ordenó.
Recién a las 11 de la noche los estudiantes desalojaron el Clínicas. Habían logrado que Nores Martínez pospusiera el examen.
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Sentado en el comedor de su casa en La Calera, Juan Carlos chiquito Schneiter se sirve un mate. Es la mañana de un domingo de julio de 2016. Tiene 68 años y todo su cabello blanco. Hace cuatro días que regresó de Estocolmo, la ciudad que lo recibió en el exilio hace más de cuatro décadas, donde hoy viven dos de sus tres nietos.
—Yo le avisé al Gringo que ibas a venir. No para pedirle permiso, pero sí para decirle que te voy a dar mi versión —aclara antes de meterse en la historia—. La toma de Clínicas fue central en el ataque a Schiaretti. Ahí lanzamos toda la práctica revolucionaria que veníamos trabajando desde el año 68.
Chiquito Schneiter agrega información clave: Schiaretti fue uno de los estudiantes que identificó al policía Juncos dentro del Clínicas. Sin embargo, el actual gobernador de Córdoba no confirma el dato:
—No me acuerdo que Juncos haya estado en el Clínicas –dice.
Por la tarde, la toma se tornó violenta. El gobierno envió a Gendarmería y amenazó con desalojar el hospital por la fuerza. Los estudiantes armaron barricadas y llevaron a los dos rehenes –Rojas y Juncos– vendados y con las manos atadas, hasta el techo. Schneiter cuenta que los pusieron sobre la cornisa, al borde de un precipicio de más de ocho metros hasta el asfalto de la calle Santa Rosa.
—Le dijimos a la Policía: “si tiran, los tiramos”.
Y la policía tiró.
Varios estudiantes se abalanzaron sobre los rehenes para empujarlos. Según el relato de chiquito Schneiter, el que se antepuso fue Schiaretti.
—Fue hacia Juncos y Rojas, abrió sus brazos, los abrazó del cuello y los sacó de la cornisa.
El actual Gobernador no se acuerda (al menos eso dice) detalles sobre aquel episodio.
—No lo recuerdo. De esa parte no me acuerdo —dice Schiaretti y agrega—, siempre cuidaba que no cometiéramos nosotros un acto de linchamiento.
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Al día siguiente, miércoles 4 de febrero de 1970, había mucho movimiento en Luz y Fuerza. En el tercer piso, familias enteras seguían el sorteo de las plazas en las colonias de vacaciones del gremio. Y aunque ese día no hubo cursillo de ingreso, los estudiantes deliberaban las acciones a seguir en la puerta del sindicato.
Faltaban 15 minutos para las seis de la tarde cuando Schiaretti salió a pie de la sede sindical.
—Iba con dos compañeros por la calle Deán Funes y antes de llegar a La Cañada nos atacó una patota de 4 o 5 personas de civil —recuerda el gobernador—. Nos golpearon, yo caí y cuando me levanté, me apuntaban con una pistola.
Uno de los compañeros era Chiquito Schneiter. El actual gobernador recuerda que también estaba el Petiso Ferreira, un estudiante de Medicina.
Schneiter dice que todo pasó muy rápido:
—Los tipos venían a paso decidido, con las manos listas para sacar un arma. Lo apuntaron en el estómago al Gringo, yo le pegué a uno, y grité que corramos. En ese momento oí el disparo.
Schiaretti asegura que la bala le entró por la zona inguinal y con una mano señala el lugar por dónde sintió el ardor del plomo.
—Era una bala calibre 6.35 que usaban los servicios de inteligencia. Ese proyectil tenía la característica de moverse mucho, era muy difícil de extraer. La bala pasó a un centímetro de la arteria femoral y se alojó a dos milímetros del nervio ciático, que de dañarse me hubiera dejado paralítico. Tuve suerte.
Ferreyra y Schneiter vieron que los atacantes no los persiguieron y volvieron a asistir al compañero herido. Ferreira le hizo un torniquete con un cinto.
—No sabíamos a dónde carajo ir. Paramos un auto y fuimos a la CGT —relata Schneiter.
La sede de la central obrera estaba en la avenida Vélez Sarsfield 137, a unas cuatro cuadras del lugar donde los atacaron. Allí se sumó el dirigente gremial Oscar Settembrino y siguieron viaje hasta la clínica Segura-Falleti, en calle Deán Funes al 900.
El cirujano Florencio Segura necesitó más de 40 minutos y realizar seis radiografías para descifrar la trayectoria del proyectil y extraer la bala. Segura declaró al Diario Córdoba que la “herida revestía cuidado” y dijo que “de haberse lesionado la arteria femoral se hubiera producido una lesión de graves consecuencias”.
—Fue la CGT la que pagó la internación y la operación —aclara el hoy gobernador de Córdoba.
Según La Voz del Interior del viernes 6 de febrero de 1970, Schiaretti presentó un hábeas corpus el mismo día del disparo. “Entiendo que los individuos eran policías de civil”, dejó asentado en la denuncia y reclamó que la justicia “disponga medidas para asegurar el total goce de mi libertad que presumo amenazada”.
Sentado en su consultorio, el traumatólogo Florencio Vicente Segura se sorprende cuando escucha que su padre operó a Schiaretti.
—No tengo idea de esto.
En 1970 tenía 20 años y cursaba Medicina en la UNC, pero no recuerda siquiera la toma del Clínicas ni el conflicto por el cursillo de ingreso.
Al leer el nombre “Florencio Segura” en una crónica de la época, abre los ojos, desconcertado.
—No sé nada –repite, y cuenta que desde hace años mantiene una relación personal con Oscar González (ministro de Salud en la primera gestión de Schiaretti como gobernador), pero nunca le mencionó el tema.
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En Luz y Fuerza nadie escuchó el disparo.
—El objetivo no éramos nosotros, iban a hacer mierda el sindicato. Pero nos cruzaron en el camino –asegura Schneiter.
Carlos Scrimini estaba en la entrada del edificio gremial cuando vio llegar a un joven muy excitado. Lo reconoció, era santiagueño como él.
—“Negro, qué te pasa”, le dije, con los brazos abiertos. Me dio una trompada y me tiró —recuerda Scrimini.
Lo seguían otras cinco personas que ingresaron al sindicato batiendo tiros al aire y lanzando granadas de gases. Luego se fueron al grito de “viva el fascismo”.
Según Scrimini, el ataque contra Luz y Fuerza lo realizaron los policías que se habían infiltrado en el cursillo preparatorio para el examen de ingreso.
—Como fracasaron en evitar la toma del Clínicas, fueron a vengarse.
Esa noche el gobierno provincial clausuró el local de Luz y Fuerza. Al día siguiente, Onganía decretó la intervención del sindicato.
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—Así que yo soy policía…
Esa frase escuchó Schiaretti mientras la pistola se le hundía en el abdomen, según la reconstrucción del atentado que publicó el Diario Córdoba.
Chiquito Schneiter asegura que el hombre que disparó fue Carlos Hugo Juncos, uno de los policías infiltrados en el Clínicas.
Juncos había nacido en 1945 y vivía en barrio Panamericano. En 1960 ingresó al Liceo General Paz y cursó hasta cuarto año, cuando fue dado de baja por mala conducta. El actual gobernador de Córdoba cursó en ese mismo instituto desde 1961 hasta 1965.
—¿Se conocían?
—Por supuesto, porque compartieron tres años –asegura Eduardo Moyano, compañero de Juncos en el Liceo.
Schiaretti confirma que conocía a Juncos y que sabía que era policía.
—No recuerdo si Juncos estaba entre las personas que me atacaron. Yo me acuerdo que la persona que me disparó era canosa, peinado para atrás. Era un hombre de más de 40 años –se esfuerza para recordar.
Carlos Hugo Juncos murió acribillado a balazos en septiembre de 1973. En la edición número 26 de la revista Estrella Roja, publicada en noviembre de ese año, el ERP se adjudicó el atentado: “Un comando del Ejército Revolucionario del Pueblo procedió a ajusticiar al conocido torturador Carlos H. Juncos”.
Pero Juan Carlos Schneiter tiene otra hipótesis:
—No, no fue el ERP –suelta y hace una pausa.
—¿Y quién fue?
—No importa, ya están todos muertos. Lo jodido es vincularlo al Gringo con esa muerte, hay que cuidar eso.
El gobernador Schiaretti dice que no recuerda el desenlace de Juncos.
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Pasaron más 50 años. La vida política de Schiaretti se edificó de contrastes entre su militancia juvenil y su madurez en el poder. Del Peronismo de Base en los setenta a funcionario de Cavallo en los noventa y socio político de José Manuel De la Sota desde los 2000. De marchar con Tosco en el Cordobazo, al enfrentamiento permanente con el gremio de Luz y Fuerza en sus mandatos como gobernador.
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En todo este tiempo, de aquella bala que quedó a centímetros de la arteria femoral del actual gobernador se supo poco y nada. Pese a que aquel disparo estuvo cerca de torcer su destino, Schiaretti le quita relevancia:
—Eran los riesgos, permanentemente nos baleaban compañeros, tal vez por eso no quedó registrado. Nunca me detuve a pensar si tiene que ser mencionado, si es importante o no. Y además me parece que ese hecho, comparativamente con el genocidio que hubo después en la Argentina, no tiene dimensión.
Luis Rubio, vocal del Tribunal Superior de Justicia de Córdoba y compañero de Schiaretti en el Integralismo, asegura que las veces que se reunió con el gobernador nunca hablaron del disparo.
Otro dirigente integralista, Carlos Azocar, coincide con el gobernador y considera que el hecho pasó al olvido porque en esos años eran comunes ese tipo de atentados.
Chiquito Schneiter se despega de su excompañero de militancia universitaria y marca que el actual gobernador demoró bastante en reconocer su participación política en los setenta:
—Como tenía una protección a través de Cavallo supongo que taponó cualquier tipo de información que lo ligase directamente. Recién se mostró junto a los organismos de Derechos Humanos en los últimos años, con los juicios.
La primera entrevista de esta investigación fue con Adriana Spicogna, militante peronista que conoce a Schiaretti desde sus primeros pasos como activista política. Ella ofreció la punta del ovillo para encontrar la historia. “Tenés que buscar con el tema del examen de ingreso”, sugirió.
Spicogna también se animó a hipotizar una idea para explicar los contrastes ideológicos en la vida política de Schiaretti.
—El gringo es una persona escindida —opina.
Usa un concepto del psicoanálisis (escisión) que define actitudes conviven sin influirse recíprocamente en una persona. En este caso, en un personaje político:
La escisión entre aquel militante de base y el gobernador que baila cuarteto con Macri o el dirigente que edifica su carrera bajo las políticas de Domingo Cavallo. La escisión entre el gobernador que da público apoyo a los juicios a los genocidas del Terrorismo de Estado en la Argentina y el que edifica su poder en sociedad de José Manuel De la Sota, quien opinó que las Madres no cuidaron lo suficiente a sus hijos desaparecidos. La escisión entre aquel joven baleado por un policía bajo las órdenes de una dictadura y el gobernador que sostiene una policía que sigue disparando contra jóvenes.
Una versión de este texto fue publicada en la revista Salida al mar