Media hora antes de que comience la charla del escritor español Fernando Aramburu, conocido internacionalmente por «Patria», el libro de 2016 que luego llegó a HBO en forma de serie, la cola para el ingreso a la sala Victoria Ocampo del Pabellón Blanco de la Feria del Libro, ya es larguísima.
La promesa es oírlo hablar de «Hijos de la fábula», su nueva novela editada por Tusquets, una tragicomedia que vuelve a tener a ETA en el centro de la narración. Aramburu nació en San Sebastián en 1959, pero desde 1985 reside en Alemania. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza, profesor de español, traductor, poeta y narrador, eligió ahora un camino distinto al de «Patria». Mientras que en ese best seller, traducido a 35 idiomas contó la historia dramática de dos familias que vivían en un pueblo a poca distancia de San Sebastián, en un principio unidas por una estrecha amistad y después enemistadas por razones políticas y por la influencia de ETA, en “Hijos de la fábula” sigue a dos ingenuos que sin armas, sin experiencia, sin dinero, sin apoyo social, en un país cuyo idioma no dominan, deciden continuar por su cuenta la lucha armada que la organización ha dado por terminada.
Aquí, los protagonistas son Asier y Joseba, dos jóvenes exaltados que se marchan en 2011 al sur de Francia con la intención de convertirse en militantes de ETA. Esperan instrucciones en una granja de pollos, acogidos por una pareja francesa con la que apenas se entienden. Allí se enteran de que la banda ha anunciado el cese de la actividad armada. Abandonados a su suerte, sin dinero, sin experiencia ni armas, deciden continuar la lucha por su cuenta, fundando una organización propia, en la que uno asumirá el papel de jefe y disciplinado ideólogo, y el otro el de subalterno más relajado. El contraste entre el afán de gestas y las peripecias más ridículas, bajo una lluvia pertinaz, va llevando la historia hacia una especie de drama cómico. Hasta que conocen a una joven que les propone un plan.
En diálogo con la periodista cultural Hinde Pomeraniec, Aramburu no sólo contó cómo y cuándo pensó esta novela, sino que además hizo gala de su gracia y don de gente. En realidad, contó el autor, esta novela se le ocurrió junto con «Patria», pero en aquel momento decidió que no podría hacer las dos a la vez y que además el tono tragicómico de «Hijos de la fábula» necesitaba de cierto tiempo de reposo antes de salir a la luz. «Después de consultar con los amigos y con la familia, antepuse el proyecto “serio” o más dramático, que probablemente tenía una complejidad literaria mayor. Y después llegó el tiempo de escribir esta especie de comedia trágica o de tragedia cómica. Fue una aspiración antigua para la cual tuve que esperar algo de tiempo y así encontrar el momento adecuado porque sabemos que el humor entraña riesgos». Finalmente, me decidí a escribir esta novela después de que una víctima del terrorismo me dio su aprobación cuando le garanticé que en ninguna página aparecería en víctimas y que los protagonistas no generarían ninguna víctima en el curso de la historia», contó el autor.
Y ahondó: «Yo sabía que iba a emplear en esa novela algunos elementos humorísticos. Y lo último que yo quiero es hacer daño a personas que han sufrido mucho. Entonces consulté el proyecto antes de iniciarlo con una víctima directa del terrorismo, una persona cuyo nombre no voy a revelar, pero que es una persona a la que yo tengo una gran estima y una gran admiración. Y le expuse el proyecto y le aseguré que en mi novela no aparecería víctimas del terrorismo y que mis candidatos o aspirantes a héroes no causarían ninguna víctima en el curso de la historia. Dicho esto, me dio su aprobación y en cierto modo me sentí con las manos libres para abordar este proyecto».
Aún cuando todo lo relacionado con la ETA le cause dolor y aún cuando haya elegido este tono cercano a la sátira, Aramburu encontró el equilibrio. «En realidad, todo lo relacionado con ETA me causa dolor: crecí en la sociedad vasca y he sido testigo de muchos hechos dolorosos, sangrientos y trágicos. Y aunque reconocía que algunas escenas podían tener una repercusión cómica, no me apetecía reírme. La escribí con cierta seriedad», dijo.
Una de las palabras que resuena en el título de la novela, pero también en la trama, es fábula. Sobre ese tema, el autor explicó: «Nacemos y ya nos están contando una fábula sobre nuestra historia familiar y después las historias que nos cuentan nuestros padres moldean nuestra percepción del mundo. La religión, más tarde, nos impone ritos y costumbres. En la escuela, los maestros continúan contándonos fábulas. A los seis años todavía creía en los Reyes Magos y les exigía a mis padres que esa noche les dejaran un vaso de coñac en el balcón de casa porque hacía mucho frío fuera y los Reyes Magos me daban mucha pena. Con el tiempo puedo ver que mi padre se ha aprovechado de la fábula para beberse el coñac. La ideología o cierta convicción en relatos transmitidos y asumidos hace ver la realidad a través de esa lente. El problema no es que nosotros nos conduzcamos por la vida y nos relacionamos con los demás por medio de fábulas o de convicciones, teorías o creencias, sino cuando algunos se consideran legitimados a dañar a los demás para que su fábula se consuma. El terrorismo -y no solamente el que azotó al País Vasco- sino cualquier otro, ya sea de índole política o religiosa, es precisamente el ejercicio de la consumación de esto: algunos están convencidos de que su fábula es una verdad».
Y en medio de ese tema complejo, triste, doloroso, Aramburu encuentra efectivamente el lugar para el humor. Pero con una aclaración: «En esta ficción no me río del terrorismo, pero sí de los terroristas. Hay una afirmación del filósofo Fernando Savater que creo que define perfectamente mi novela. Él, que fue amenazado por ETA y que no podía moverse libremente, necesitaba escoltas que lo protegieran, dijo en una intervención pública reciente que aspirábamos, cito textualmente, a sobrevivir a los terroristas y después a reírnos de ellos. Y cuando yo escuché esta frase dije caramba, esto es lo que yo, sin darme cuenta, he pretendido, es decir, mofarme de los agresores, dejando al lado a sus víctimas y dejando de lado el terrorismo. Es un asunto de extrema y dolorosa gravedad».
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