la-historica-mania-de-italia-a-espana-en-eurovision:-¿por-que-no-nos-votan-(casi)-nunca?

La histórica manía de Italia a España en Eurovisión: ¿por qué no nos votan (casi) nunca?

“Aquí está la Jennifer Lopez de saldo”. Estas fueron las palabras que Cristiano Malgioglio dedicó a Chanel mientras comentaba la pasada edición de Eurovisión. No fue el último desdén que el periodista siciliano dedicó a nuestra representante, que alcanzó el tercer puesto tras 27 años sin pisar el podio. Aunque hubo una disculpa casi de inmediato, un dato sacó a la luz un resquemor histórico: Italia fue el único país que no otorgó ningún punto a España ni en la votación profesional ni en la popular. Una antipatía que, lejos de parecer puntual, ha sido la tendencia habitual desde 1961.

En las 42 galas que ambos territorios han compartido, sólo nos han otorgado 12 points en dos ocasiones: 1979 (Betty Missiego) y 2016 (Barei). Al revés, la cifra se dispara a nueve: 1984 (Alice y Franco Battiato), 1985 (Al Bano y Romina Power), 1987 (Umberto Tozzi y Raf), 1989 (Anna Oxa y Fausto Leali), 1990 (Toto Cutugno), 2011 (Raphael Gualazzi), 2013 (Marco Mengoni), 2015 (Il Volo) y 2019 (Mahmood). En total, 114 punti frente a 259.

Llamativos son los 22 ceros que nos han dedicado, con especial descontento en 1967 (Raphael), 1969 (Salomé), 1978 (José Vélez), 1991 (Sergio Dalma), 2012 (Pastora Soler) y 2014 (Ruth Lorenzo). Sobre todo, teniendo en cuenta que España es quien más apoyo le ha proporcionado en 42 finales. Por delante, incluso, de Alemania (237), Portugal (188), Francia (172) y Suecia (167). Si bien existen numerosos lazos entre ambas banderas, ¿por qué tiene lugar este fenómeno? En las diferencias, quizá, se halle la respuesta.

Las primeras, en el orden más social. “Ellos toman el desayuno de pie, sin dedicarle más tiempo del necesario. En cuanto al carácter, el español se dirige a otras personas de una manera más directa, mientras que el italiano tiende a ser más protocolario. Lo mismo sucede con el saludo: no es extraño que se dé la mano en lugar de dos besos. Igualmente, tienen mayor predisposición a introducir anglicismos”, sostiene Luis Fernando Molina, profesor de Literatura Itálica en la Universidad de Sevilla.

Todo ello ha estado condicionado por el propio desarrollo geopolítico de cada región. Hay que tener presente que Italia evolucionó a una democracia en 1945, algo que España no logró hasta 1975. Esta brecha de 30 años tuvo un gran impacto en la dinámica sociocultural de cada uno. En especial, en el aspecto musical: al no estar bajo el yugo de una dictadura, la exposición internacional era superior. “Son más familiares”, subraya Ignacio Peyró.

Para el director del Instituto Cervantes de Roma, las relaciones diplomáticas han jugado un papel crucial a la hora de marcar distancias: “Tienen un vínculo muy fuerte con Argentina y Estados Unidos. Y una vecindad con Europa más próxima. Es un lugar más apegado a su tradiciones”. Ni siquiera sus esferas lingüísticas resultan equiparables: mientras que España ha fraguado una sólida conexión con Latinoamérica, Italia se ha quedado anclada en el Mediterráneo. Lo que se ha traducido en menor número de intercambios. Y, en consecuencia, en una promoción casi en exclusiva de su patrimonio.

De ahí que, cuando su música empezó a expandirse, sacasen la artillería pesada para impulsarla. Un movimiento que explicaría el rápido avance de la canzone en Spagna. “Nosotros vivimos un periodo de gloria en los 80 y 90. Después, la proyección en Europa fue decayendo. Y, exceptuando Hispanoamérica, hoy apenas llegamos al resto del mundo. En cambio, ellos tienen cantantes de tirón universal”, apunta Antonio Javier Marqués, docente de Filología Itálica en la Universidad de Oviedo.

Habla de Laura Pausini, Eros Ramazzotti, Raffaella Carrà, Gigliola Cinquetti, Nek… Y Måneskin que, tras reventar Eurovisión con Zitti e buoni, lideró Los 40 Principales con Beggin en agosto de 2021. “Pese a que son dos pueblos a los que les gusta relacionarse, ellos han mostrado más respeto por la cultura. Nos llevan ventaja. También han aprendido a dilatar el tiempo. Disfrutan más de los pequeños momentos”.

La puerta a Latinoamérica

España siempre ha sido un mercado predilecto para el Belpaese al ser la puerta de entrada a América Latina. Incluso hoy. “El sueño de cualquier solista italiano siempre ha sido publicar sus álbumes allí. Es el primer paso para llegar al otro lado del Atlántico”, dice Brando, productor de Modà, Edoardo Bennato y Gabriella Martinelli. Además, en 2013, fue el responsable de la candidatura que protagonizó Emma Marrone en Eurovisión: La mia città. Por lo que conoce a fondo el panorama discográfico ítalo. Uno en el que no abundan referentes castellanos.

Julio Iglesias es de los poquísimos que han conseguido un hueco destacado en él: ni Mecano ni Héroes del Silencio, que presentaron distintas canciones, lograron mantenerse. Menos relevantes fueron los pasos de Los Bravos, Aguaviva y Mocedades. “A día de hoy, el paradigma ha cambiado y están surgiendo nuevas alianzas”, asegura en referencia a la próspera acogida de Ana Mena, Lola Índigo y Aitana.

Las tres han tendido puentes que, hasta el momento, parecían intransitables. La repercusión que han generado sus canciones con Fred de Palma, Rocco Hunt y Sangiovanni han acentuado las sinergias entre ambos países. Lo que demuestra que, a pesar de la disparidad histórica entre los intérpretes ibéricos e tanos, existe un espacio de colaboración que beneficia a los dos. “También se está gestando un enlace importante con Miami. La música en español ha pasado de ser una cuestión local a un terremoto internacional”, afirma Brando.

Algo que se ha percibido en Eurovisión, donde este idioma ha abanderado las candidaturas de Moldavia (2006), Rumanía (2012), Serbia (2020) y Chipre (2021), entre otras. Italia, por contra, sigue haciendo caso omiso con votaciones que no ponen en valor ninguno de los nexos mencionados. El certamen es un ecosistema particular donde han concurrido otros factores para que Madrid apenas reciba puntos de Roma.

Pesos pesados en San Remo

Éste no ha sido un formato tan querido en la bota hasta hace apenas un lustro. En parte, por culpa de su inestable participación: debutó en 1956, peleó hasta 1980, se retiró dos temporadas, regresó de 1983 a 1985, desapareció en 1986, volvió siete estaciones para luego ausentarse otras dos, en 1997 reapareció y, entre 1998 y 2010, se alejó por completo.

“En esta época, se retransmitía a menudo con retraso y no generaba demasiada conversación en los medios. De hecho, algunos ejecutivos de la RAI creyeron erróneamente que Eurovisión podría canibalizar San Remo, un concurso que sirve como preselección nacional. Como resultado, mantuvieron el festival oculto al público local. Sin olvidar que, durante las décadas de 1990 y 2000, la oferta cultural se centró casi en exclusiva en contenido nacional, prestando menos atención a los eventos extranjeros”, mantiene Eddy Anselmi, jefe adjunto de la delegazione appenninica desde 2012 hasta 2021.

En 2011, la enseña transalpina retornó con el firme compromiso de ganar. Si bien sólo lo ha hecho una vez (2021), rozó la victoria en otras seis ocasiones: 2011 (Raphael Gualazzi), 2015 (Il Volo), 2017 (Francesco Gabbani), 2018 (Ermal Meta y Fabrizio Moro), 2019 (Mahmood) y 2022 (Mahmood y Blanco). Al principio, la audiencia no respondió por arrastrar una larga desconexión. Sin embargo, gracias al prestigio que ha cosechado, la cita ha ido ganando visibilidad hasta arrasar con un 41% de share en 2022. San Remo, por su parte, alcanzó el 58%. Lo que deja entrever que, con 73 ediciones a sus espaldas, es toda una institución.

Ahí se encuentra, precisamente, una de las grandes divergencias entre España e Italia: concurren pesos pesados de la industria como Iva Zanicchi, Nicola Di Bari, Andrea Bocelli, Mina, Patty Pravo y Colapesce Dimartino. Lo que equivaldría, en nuestro Benidorm Fest, a Alejandro Sanz, Joan Manuel Serrat, Mónica Naranjo, La Oreja de Van Gogh, Natalia Lacunza y Joaquín Sabina.

Sin alianzas mediterráneas

El compromiso con el que la Repubblica ha encarado San Remo y, en consecuencia, Eurovisión ha sido completamente distinto al de España. Y, por tanto, uno de los motivos que explicarían la ausencia de puntos. Ahora bien, no es el único. “Resulta curioso que la mayoría de ellos proceda de los 70 y 80. Este desequilibrio obedece a diversas causas: el gusto musical, el desempeño de la propuesta y el patrón de votación”, continúa Anselmi.

De ellos, el último merece una reflexión. Pues, aunque aparentemente Italia tenga lazos mayores con España que con Ucrania, esa cercanía no ha influido a la hora de emitir sus valoraciones: “Las alianzas regionales determinan bastante la orientación del voto. Hay varios bloques repartidos por el continente, pero el más fiel suele ser el nórdico. En cambio, esta vocación es menos evidente en el sur”. Esto es lo que explicaría que, salvo Portugal, Malta, San Marino, Croacia, Grecia, Chipre y, por supuesto, Italia no hayan sido tan fieles a nuestras apuestas.

Noticias relacionadas

Eso no quiere decir que este rechazo se extienda a otros campos. Como hábitat singular, el festival tiene sus propias reglas. “Hay mucho amor entre ambos países. No obstante, al ser tan pasionales, es normal que surja cierta pugna. El certamen es un juego que todos quieren ganar”, destaca Brando. A lo que Molina añade: “El contacto ha sido históricamente continuo, con un flujo constante de artistas, científicos y hombres de Corte. La base latina también ha contribuido a la identificación de ambas naciones”.

Como puntualiza Peyró, existe un enorme interés por el arte patrio: “Se ven series y películas. Hay autores, de Alicia Giménez Bartlett a Clara Sánchez, que triunfan en ventas. Además, existe un sólido hispanismo universitario”. Sin desmerecer el deporte y la gastronomía que, según Marqués, “son muy valoradas y apreciadas”. ¿Por qué Eurovisión es, entonces, una rareza? Anselmi sentencia: “La relación de Italia con España no se caracteriza por la indiferencia, sino por el respeto, el aprecio y… la rivalidad”.