Esteban Guida/Fundación Pueblos del Sur
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Como ocurrió en Argentina, allá por el año 2000, la iniciativa de la dolarización irrumpe nuevamente en la escena pública como una respuesta salvadora ante la crisis económica. En aquel momento era para eliminar el riesgo de una crisis cambiaria; ahora, surge como una mágica solución para terminar con el problema de la inflación. En ambos casos, el argumento principal, vinculado a la postura neoliberal tradicional, es la mala praxis de la gestión de gobierno. No es el modelo económico el que está errado, sino los gobernantes incapaces de aplicar como corresponde las recetas tradicionales.
En la actualidad, quienes proponen este tipo de medidas no cuestionan la estructura económica argentina; no hacen un replanteo de la posición geopolítica del país en el concierto mundial; no refieren a la situación socioeconómica de pobreza y deterioro del salario real, ni hablan de la dependencia al flujo internacional de capitales, ni de la insolvencia del modelo actual (salve en su faceta fiscal).
Por esto se entiende que los propulsores de la dolarización no proponen un cambio de modelo, sino la profundización del actual y la consolidación de los mecanismos que generan sus propios desequilibrios. Por eso el macrismo (o del PRO) adhiere a estas medidas (y/o a quienes las proponen), y Javier Milei, principal exponente mediático de la dolarización, enfoca su crítica al Estado y los políticos que lo gestionan.
Pero en estos días muchos economistas han descrito con rigor y fundamentos las consecuencias nefastas de una dolarización en Argentina, mencionando el impacto sobre los precios, el salario, la pobreza, la actividad económica, el sector externo y el sistema financiero, entre otras cosas.
No vamos a repetir estas cuestiones en este artículo, para no sobreabundar. Aunque, en opinión de quien suscribe, se destaca un aspecto tal vez poco abordado de las consecuencias de la dolarización: la emigración. Luego de Ecuador implementó la dolarización, miles de familias ecuatorianas dejaron de contar con los recursos mínimos para sostener sus necesidades básicas. Esto hizo que más del 15% de la población tuviera que emigrar para buscar trabajo fuera del país, a fin de solventar la vida de los suyos enviando recursos desde el exterior. ¿A quién le tocará irse de la Argentina si luego de una dolarización, miles de familias ya no cuenten con el sostén mínimo y necesario para su supervivencia? Es una situación que divide aguas: de un lado están los que por nada del mundo dejarían que esto pase; del otro, a quienes no les importa.
Por lo tanto, debe quedar en claro cuál es el modelo de país que quieren instalar los dolarizadores, porque esto no sólo implica el destierro de una parte del pueblo argentino, sino también la subordinación definitiva de nuestro país al imperio del poder transnacional.
La dolarización aborta nuestras chances de ser una nación digna de ser vivida, hecho que históricamente han querido quienes ven a Sudamérica como la fuente de riqueza a explotar para su propio deleite y satisfacción. Para ellos, las personas sirven en tanto y en cuanto aportan a su proyecto de dominación. Si no lo hacen, sobran; si se oponen, hay que destruirlos.
Pero ¿cómo es que estamos hablando nuevamente de propuestas tan nocivas y nefastas para el interés nacional? Así como el frío es la ausencia de calor, y la oscuridad es la ausencia de luz, la falta de una propuesta concreta para alcanzar el desarrollo nacional con justicia social abre el espacio para todo tipo de opciones cipayas. Estas encuentran hendijas en la mente de las masas porque ciertamente no hay claridad respecto a la propuesta para volver a ser una Nación. Aunque ciertamente hay ideas, antecedentes, oportunidades y experiencia suficiente para darle forma y conocimiento público, a través de compatriotas que hablan, predican y proponen una alternativa nacional, éstas no llegan a ocupar el espacio de poder necesario para darles curso y vida política.
Por su parte, la dirigencia en su amplia y diversa mayoría, tampoco promueve este tipo de temas, ni abre espacios de participación para generar este tipo de propuestas. Han aceptado las cláusulas y condiciones de los poderes dominantes, a cambio de concesiones privadas que nada tienen que ver con el interés nacional, aunque sí con sus proyectos personales.
La propuesta de superación tiene que comenzar, ineludiblemente, por establecer los objetivos políticos de la gestión económica. No podemos seguir hablando de medidas, sin definir el propósito del ordenamiento económico. Por ejemplo, ¿para qué queremos duplicar las exportaciones, como ha señalado el gobierno? Si aumentar las exportaciones resultan un objetivo en sí mismo, lo más probable es que sirva para que las corporaciones tengan dólares baratos para fugar la riqueza, como ha ocurrido durante los últimos años.
En todo ámbito de participación, debemos impulsar el encuentro nacional para dejar en claro qué queremos como país y qué objetivos políticos vamos a definir como Nación. Obviamente, los gobiernos son los primeros responsables de hacerlo, pero desde el minuto uno de su gestión, quedan subsumidos en la lógica de los grupos de interés que los sustentan.
Los argentinos queremos ser una Nación justa, libre y soberana; queremos que el aprovechamiento de los recursos naturales sirva primeramente para generar trabajo y riqueza que atienda al bienestar de todos los argentinos; queremos que la propiedad y la gestión del capital público y privado estén organizados libremente, pero en armonía con el interés nacional y la satisfacción de las necesidades básicas de los argentinos.
Estas definiciones no pueden estar, nuca, reservadas al criterio de un gobierno, por más que gane las elecciones con la mayoría de los votos. El programa económico que se defina, tiene que atender y cumplir con eficacia y eficiencia esa definición, luego de lo cual, seguramente quedará espacio para la creatividad y las diferentes propuestas de políticas y medidas económicas.
No es lo mismo proponer un plan antiinflacionario, por más complejo que sea, en el marco de un proyecto de Nación, conocido y acordado por el conjunto de las fuerzas productivas, con una estrategia de corto, mediano y largo plazo, y un conjunto de medidas afines, que hacerlo bajo las indicación de los organismos internacionales que, como sabemos, persiguen objetivos opuestos a los nuestros. Sin una propuesta de Nación, no hay plan de estabilización que funcione, salvo que pretenda la calma de los cementerios.