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La historia del Parravicini, luces en la época de oro en Tucumán y la verdad de su noche más oscura

El 5 de julio se cumplirán cien años, desde que el ex Gran Splendid Theatre abrió sus puertas de calle 24 de septiembre 586, al mundo del cine en Tucumán. Su aparición marcó un antes y un después en el corazón de nuestro casco histórico, imponiéndose en su entorno con la belleza de su fachada y el cartel luminoso de su marquesina «única sala local nombrada en inglés», que evocaba el espíritu de los principales teatros y cines de la época dorada de la industria cinematográfica de Hollywood. 

Los tucumanos eran atraídos al Gran Splendid por las carteleras que divulgaban la película de estreno, pero del mismo modo, había un atractivo velado. Al traspasar la puerta de entrada de 8 hojas articuladas con vidrios biselados, se ingresaba al foyer iluminado por un gran ojo de buey y ornamentado con grandes focos. En estos espacios transcurría parte de la vida social de la alta sociedad: los jóvenes caballeros ocupaban las primeras filas de la sala, mientras que las señoritas, que iban a lucirse coquetas, debían ubicarse por detrás. En los intervalos de la función, se trasladaban a la elegantísima confitería, ubicada en la planta alta del edificio y muy concurrida en la época, en donde se daban los encuentros con cruces de sonrisas y miradas. 

En sus inicios, las entradas eran costosas, por lo que eran accesibles solo a esta clase social. Sin embargo, a partir de 1935 se incorporaron las funciones populares de los días martes, a precios viables para el público en general. En esta época también se sumaron las matinés infantiles.

El Gran Splendid Theatre fue diseñado en un exquisito estilo Art Nouveau, reflejo de la extraordinaria belle epoque, cuyas principales características formales eran el uso de detalles ornamentales con motivos vegetales, dispuestos en las fachadas a modo de guirnaldas que caían sobre los muros y la presencia de la línea curva en todos los elementos de la caja arquitectónica. La sala contaba con excelentes visuales y acústica y tenía una capacidad para 800 espectadores. El proyecto estuvo a cargo del Arq. Víctor Abate y la construcción fue llevada a cabo por Eduardo Lestón.

En esta sala los tucumanos disfrutaron de las primeras películas mudas, musicalizadas por una banda que tocaba desde el foso del escenario, hasta la llegada del cine sonoro en el año 1930 con el estreno de la película «París». Funcionó así durante 50 años, hasta que en 1970 pasó a manos del productor Juan Carlos Giuffré, que lo bautizó como Teatro Parravicini, en homenaje al actor argentino. Pasó entonces a tener una doble función: proyectar películas y ser el escenario de obras teatrales protagonizadas por figuras populares como Alfredo Alcón, Soledad Silveyra, Víctor Laplace, Luis Sandrini, entre otros. Así fue hasta fines de los ’70, tras la muerte de Giuffré, se incorporó una cartelera de cine para adultos, transformando el perfil del público.  

El telón se bajó definitivamente en el año 1995, condenando al Parravicini al abandono, hasta que en 1998 se transforma su función original para dar lugar a un restaurante chino, clausurado 3 años más tarde por falta de higiene y salubridad. El último intento de recuperar este edificio data de 2013, cuando se instala un frustrado bowling. 

El Parravicini no encontraba su identidad, hasta que, en el año 2018, ocurrió un trágico final. La noche del 23 de mayo, la ciudad se estremeció por un terrible estruendo provocado por el derrumbe de su fachada, que lamentablemente cargó con varios heridos y la muerte de tres personas que se encontraban circulando por esta transitada zona. A pesar de formar parte del inventario de edificios de valor patrimonial de la provincia y con la advertencia que respetó en su momento Giuffré de no modificar la boca del escenario por estar sostenido por muros portantes de adobe, la estructura se encontraba en remodelación. Se había desvaciado su estructura interior y según sostuvo el fiscal de la causa, Diego López Ávila al realizar la pericia técnica: “A priori, aparentemente, hay un responsable directo que es la empresa (Fortino) que en apariencia ha realizado modificaciones estructurales, aunque no estaban autorizados, lo que ha provocado el desenlace fatal”.

Cien años después el sitio que albergó a este edificio pasó a ser un estacionamiento de autos, simplemente un vacío urbano que refleja el recuerdo de una historia de apogeo y derrumbe aun presente en la memoria colectiva de los tucumanos. Nostalgia, tristeza, impotencia y pena por la tragedia acontecida son los sentimientos que se mezclan al pasar por ahí. Pareciera que, como relata Gabriel García Márquez, Tucumán fuese otro Macondo, condenada a cien años de soledad, al anonimato y la desidia por ir perdiendo su identidad. Ojalá busquemos una nueva oportunidad para valorar lo que nos queda.