Lo de El Flaco Julio es incurable y para toda vida. Un caso excepcional de esos para los cuales la ciencia del hombre nunca tendrá una explicación satisfactoria. Citando a Andrés Calamaro: un remedio sin receta. Parafraseando a Jorge Luis Borges: ni bueno ni malo, simplemente, incorregible. Es que cualquiera que conozca de cerca la historia de Julio Dante Rodríguez Varela llegará al mismo diagnóstico: no está enfermo, es un enfermo. Lo suyo no es una condición ni un estado, sino una esencia; algo que define su ser. Para muchos fue una locura lo que hizo el domingo pasado cuando se fue desde Villa Mariano Moreno hasta la cancha de Atlético Concepción, en Banda del Río Salí, para ver el partido de El León aquejado por los terribles síntomas del dengue. Para él, se trató de un acto de coherencia sentimental; la respuesta natural a un mandato del alma, aunque el cuerpo le exigía reposo. Es que Julio está enfermo de amor por su club y esta es su historia; la historia de un hincha que hace treinta años va a la cancha, pero nunca vio jugar a su equipo.
Acaso porque el mundo lo hizo así y ya no puede cambiar, Julio desoyó la recomendación de los médicos y las súplicas de su esposa Ivana. Desde el año pasado que no veía jugar a Los Leones de La Banda y no lo iba parar ni un mosquito ni el dengue ni el chikunguña. Poco importaban la fiebre, los dolores musculares y el cansancio físico. Después de todo, la enfermedad que lo habita es mucho más fuerte que cualquier virus: “Durante la semana tuve dengue y lo único que me preocupaba a mí era ir a la cancha. Junté algo de fuerzas y me mandé. Agarré el auto y me fui… Fue un sufrimiento la ida y la vuelta”.
“Fue de terror, pero eran más las ganas de ir a la cancha… Eran más que nada las ganas de volver a la cancha porque era la primera vez en el año que se juega de local. En mi casa fue un problema también. Mi esposa me decía: ‘no podés ser tan irresponsable, mirá si te pasa algo’. La verdad que no estuvo bueno, no fue la mejor idea. Me había propuesto ir a la cancha sin importar cómo esté… No me importaba nada”, comenta el hombre de 42 años desde su casa, ya mucho mejor en lo que respecta al dengue. De lo otro sigue igual que siempre: enfermísimo.
El partido que Atlético Concepción le ganó por 2 a 0 a Atlético Famaillá el domingo dejó una postal que retrata la locura de Julio por El León de La Banda. En la foto que terminó virilizándose en las redes, se lo puede ver al hincha tirado sobre una bandera de su club en la tribuna: “Esa imagen es del entretiempo. Vi que había una bandera que no habían colgado, la abrí y me tiré un rato. No me imaginé nunca que me saquen una foto. Después, algunos me cargaban… Me decían ‘estás loco’. La verdad que había solcito y corría una brisa fresca, estaba ideal para tirarse. Viendo las fotos parece que estaba muerto”.
La verdadera enfermedad de Julio comenzó hace aproximadamente 30 años atrás cuando se vino junto a su familia desde su Tafí del Valle natal hasta san Miguel de Tucumán: “He vivido una parte de mi infancia en La Banda del Río Salí. Cuando nos vinimos para acá, la cuestión era de qué equipo me hago. La opción era Atlético o San Martín y no me gustaba ninguno de los dos porque era algo más enfocado en la ciudad. Justo en esa época, a principios de los noventa, se hablaba mucho del gran Atlético Concepción. En La Banda es como una religión, no hay hinchas de Atlético o San Martín”.
Con doce años fue por primera vez a la cancha de Los Leones y ya no se quiso ir nunca más de ahí. Eso sí, esas primeras incursiones a la tribuna fueron enguilladas. Eran tiempos de mucha violencia entre las hinchadas y, de enterarse, su familia no le iba a permitir ir: “Antes había muchos problemas, mucho quilombo. Mi madre me agarraba de la oreja si sabía que había ido a la cancha. Muchos años estuve en silencio siendo hincha Desde entonces no falté nunca de la cancha, muy rara vez me pierdo algún partido”.
De local o de visitante. Para él, Atlético Concepción es parte de su religión: “Te podría contar de innumerables canchas… Cuando jugamos con Estrella del Sur, con Deportivo Rivadavia de Cafayate, con Andino… Fui a Salta, a Orán, Yacuiba, Embarcación… Una vez jugamos con Juventud Unida de Gualeguaychú por el interzonal del Argentino B y era el único hincha de Atlético Concepción en la cancha. Era un día de semana, un miércoles a la noche, viajé con la delegación… Cargué una bandera, un sombrero y nos fuimos, dos días de viaje, semejante viaje nos mandamos… Ahí estaba, solito en esa tribuna, y perdimos 2 a 0, no pateamos una vez al arco”.
“De visitante teníamos que ir una banda grande porque si íbamos una banda chiquita cobrábamos todos. Antes, durante y después de los partidos”, remarca y recuerda varios momentos difíciles que vivió en distintas canchas de otras provincias como cuando fue a ver a los Leones a Jujuy contra Talleres de Perico y llovían piedras sobre los hinchas visitantes: “Por una razón u otra esa vez terminé en la comisaría. En provincias como Santiago del Estero es impresionante cómo los maltrata la policía a los hinchas tucumanos… Contra Mitre de Santiago, mamita querida, fue bravo. También la de Chaco Forever es una cancha picante. Me decían: ‘no te metas porque no vas a salir vivo de ahí’ y fui con la barra de Forever”.
A esas situaciones peligrosas también las vivió cuando le tocó recorrer las canchas del interior tucumano alentando y defendiendo sus colores: “Acá también tenés canchas que son muy bravas, dificilísimas como la de Jorge Newbery, tenés que tener la protección de Dios para salir vivo de ahí… O las canchas de Santa Ana, Bella Vista… Ahora, por suerte, la sociedad ha empezado a recapacitar un poco y no se ven esos quilombos que se veían antes”.
“Para mí ser hincha es lo más lindo que me ha pasado en la vida porque, muchas veces, uno va a la cancha y lleva sus problemas, sus tristezas y vas y las largás ahí y las transformás por buenas energías. El hecho de ir, de abrazarte con la gente, es una bendición muy linda cuando sentís la verdadera esencia de ir a la cancha, por eso no podría no haber ido a la cancha este domingo. Ojo, como yo hay muchos locos, en Atlético Concepción nos conocemos todos, capaz que somos 1500 hinchas y son 1500 abrazos, 1500 risas y 1500 vinos compartidos. Yo noto que alguien no ha ido a un partido y ya lo extraño”, confiesa este técnico en electromecánica fanático de los motores y de su funcionamiento. Su propio motor son los colores de El León de La Banda. Por eso no se pierde nunca un partido: llueva, truene o denguee.
Fundado en 1909, Atlético Concepción es un club que supo sacar pecho frente a varios de los equipos más poderosos del fútbol argentino. Derrotó a grandes como Boca, Racing Club, el Independiente de Bochini, Newell’s, Lanús, Huracán y muchos más. Pero a Julio lo que lo sedujo de El León no es su chapa de grande del interior de la provincia. De hecho, nunca ve los partidos. Lo que ha enamorado a este hincha, la principal causa de esa enfermedad incurable que lo define, es su embelesamiento con la hinchada: “Soy de las personas que alientan todo el partido, a veces, miro la tribuna y me doy cuenta que estoy llorando, nunca veo el partido, siempre estoy alentando o debajo de la bandera… Provoco alegría, aliento, le meto fiesta, ese es mi rol en la tribuna, por eso no me permito no ir a la cancha. Salís rebautizado de la cancha, es muy lindo, yo lo vivo así desde siempre, por la parte de lo pasional. Desde lo deportivo no te sabría decir porque nunca veo los partidos”.
Así es Julio. Un enamorado, un loco, un enfermo, un hincha. No traten de entenderlo ni de curarlo. Lo suyo es para toda la vida.