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A 30 años del atentado a la AMIA: un aniversario cruzado por la política local y el contexto global

Mientras otra hoja del calendario cayó al suelo sin que la justicia haya podido aún dar respuestas por el atentado terrorista que voló la sede de la AMIA hace treinta años, el acto central por la memoria de los fallecidos, el dolor de sus deudos y el reclamo por una condena que nunca llega volvió a reflejar este jueves la complejidad geopolítica bajo la cual Argentina recuerda el luctuoso ataque del que fue víctima.

Como siempre, a las 9.53 sonaron las sirenas, un pesado silencio envolvió la mañana entre lágrimas y mocos sorbidos en voz baja, los nombres de los 85 muertos tronaron en el micrófono de algunos de sus familiares, y se eligieron nuevas palabras para el mismo reclamo de siempre: el dolor más profundo, que año tras año lastima peor, es el de la impunidad.

Pero debajo de esa espesa capa doliente, y tal como también ocurre todos los años en la calle Pasteur, los discursos hablaron del presente. Respecto del caso AMIA, ese presente consumió un par de párrafos con el beneplácito de la comunidad judía al proyecto oficial de legislar el juicio en ausencia para lograr aquella condena que se viene negando desde hace tres décadas, aunque sea frente a los banquillos de los acusados vacíos.

Pero las páginas más sensibles de la alocución del titular de la AMIA, Amos Linetzky, se refirieron a la firma de Javier Milei en la declaración de Hamas como agrupación terrorista, y las críticas -inusualmente duras- a los colectivos feministas, la Cruz Roja y Unicef por sus posiciones respecto de la invasión de ese organización proiraní al territorio de Israel, donde asesinó y secuestró a centenares de personas el 7 de octubre.

En esas palabras se cruzaron el pasado y el presente, como ocurrió otros tantos 18 de julio.

Aunque Hamas no tuvo nada que ver con el atentado a la AMIA en 1994, es el principal enemigo de Jerusalén ahora, al cual devolvió el azote del año pasado con bombardeos en la Franja de Gaza para tratar de rescatar a los 121 rehenes que permanecen secuestrados por la banda terrorista.

Una lectura apresurada llevaría a concluir que esa guerra y ese reclamo no son parte de las demandas de todas las víctimas del atentado en Buenos Aires -una porción de las cuales ni siquiera era judía- sino una batalla política de Israel. Pero una segunda mirada conectaría los dos hechos: el terror como arma de guerra, antes y después, debe ser condenado y desterrado de todo el planeta.

Midiendo con la misma vara, la calificación de Hamas como organización terrorista por parte del gobierno también es una oportuna -aunque no por eso menos auténtica- ofrenda política a la colectividad judía y al Estado de Israel en tiempos difíciles.

A través de esa coincidencia actual entre Milei y Netanyahu -para corporizar a los dos países- resuenan los ecos de nuestros propios atacantes: Hezbollah en 1994 y la Yihad Islámica dos años antes, cuando dinamitó la embajada de Israel en Argentina.

A todos esos sellos los une un mismo demiurgo y financiador: Irán. Tal como reiteró en marzo la Cámara Federal de Casación Penal -en una sentencia también agradecida este jueves- se trata de un “Estado terrorista” que actúa por interpósita persona, utilizando aquellas agrupaciones palestinas o libanesas.

La escalada contra Teherán inevitablemente trae del pasado el ominoso pacto con el que Cristina Kirchner quiso decorar la impunidad de los autores del ataque a la AMIA, tal como denunció otro recordado el jueves, el fiscal Alberto Nisman. En 2013, la presidenta creyó ver un guiño de Estados Unidos -que pretendía apaciguar a Irán negociando controles a su plan nuclear- para avanzar con la propuesta que le había sugerido Hugo Chávez, celestino con los iraníes.

Otra señal partió desde Balvanera al mundo: la alianza ideológica del gobierno con Israel cuando la izquierda mundial condena la respuesta judía sobre Hamas con manifestaciones claramente antisemitas. Un enemigo común para las fuerzas del cielo.