La enviada especial de Clarín se encontró con el entrenador del equipo que quedó a las puertas de ser campeón de la Serie A de Italia y le «robó» unas palabras el día después del triste 1-1 con Salernitana.
Hubo que apuntarle directo al corazón al técnico de Napoli, Luciano Spalletti, para obtener una palabra suya en este lunes de resaca futbolística y ligero duelo emocional. Después del empate 1-1 con la Salernitana que dejó en apnea a los napolitanos a punto de gritar “¡Campeones de Italia!”, Spalletti no amaneció con ganas de dar lecciones de oratoria. Todo lo contrario.
Eran las diez de la mañana en esta Nápoles lluviosa cuando el técnico entró con su familia al hotel Majestic, en el centro histórico de la ciudad, para desayunar.
Y mientras le armaban una mesa para ocho, se entregó, mansamente, al ritual de dos, tres selfies con los empleados del hotel y algunos huéspedes que lo reconocieron.
-Cuénteme, al menos, cómo durmió anoche…
-¿Usted cómo durmió?
-Más o menos. ¿Y usted?
-Apenas me desperté, estaba bien. Cuando me despabilé, un poco peor. Hubiera sido mejor si seguía durmiendo. Mientras dormía, durante la noche, estaba bien porque no era consciente. En cambio cuando abrí los ojos y recuperé el estado de conciencia, mal. Porque me hubiera gustado ganar ese partido (el Napoli-Salernitana que hubiera sido la coronación del campeón).
-No puedo decir más. La oficina de prensa del club no me lo permite.
-Pero usted conoce bien lo que significa el Napoli, el club que Diego tanto amó, para los argentinos…
Ahí nomás, el técnico más taquillero de esta temporada de la Serie A italiana aflojó…
-¿Qué quiere que le diga?
-¿Qué sintió el domingo?
-Lamentamos no haber podido dar esta alegría a todos los enamorados del Napoli, pero sucederá probablemente en los próximos partidos. Gracias por haber llenado el estadio de color azul como ayer. Fue una belleza haber asistido a ese espectáculo que llevaremos siempre con nosotros.
No quiso decir nada más Spalletti. Saludó y fijó la vista en el cappuccino con facturas que lo esperaba sobre la mesa.
Nápoles amaneció este lunes más serena. Aunque las botellas de cerveza apoyadas sobre algunos monumentos, enteras o hechas pedazos, delataban la celebración que rebalsó los barrios del centro y la periferia.
Como si fuera preciso purificarlo todo para volver a arrancar de cero y poner la energía en el partido Udinese-Napoli del jueves, la llovizna mañanera se fue volviendo lluvia espesa durante el día. La imagen era la de una ciudad que necesitaba desahogarse después de un fin de semana afiebrado por los festejos de un triunfo que se hace desear.
Llueve desde el domingo cuando, al oscurecer, sobre el Castel dell’ Ovo, ese castillo con los pies en el golfo de Nápoles donde la leyenda cuenta que el poeta Virgilio escondió un huevo del que dependía la buena fortuna del lugar, se proyectó un “Grazie, ragazzi” (“Gracias, muchachos”) inmenso dirigido al equipo de Spalletti.
Sobre la escalinata de la catedral de la ciudad, allí donde la sangre de San Gennaro se vuelve milagrosamente líquida tres veces al año, los napolitanos que iban a misa pisaban, sin siquiera notarlo, un retrato adhesivo del 9 del Napoli, Víctor Osimhen, que algún devoto pegó mirando hacia la catedral. Tal vez como cábala.
Nápoles, Italia. Enviada especial.