–Tengo unos mangos para apostar con mis amigos, ¿vas a ser el próximo técnico de River?
En febrero de 2014 me encontré con Marcelo Gallardo en un bar de Avenida del Libertador y Alvear, en Martínez, a dos cuadras de su casa, para hacerle la nota «100 preguntas a…» que publicaba en la revista El Gráfico. El Muñeco se acercaba a los dos años sin trabajar, luego de haberse ido campeón de Nacional de Uruguay en junio de 2012, en su primera experiencia como entrenador.
En aquel momento, después de que el presidente Daniel Passarella le abriera la puerta de salida de River en junio de 2010, y de que lograra retirarse jugando (y con una vuelta olímpica) un año después en Nacional, la directiva del club uruguayo vio en ese pequeño gran estratega, que apenas si podía con sus rodillas, un liderazgo sobre sus compañeros que les llamó la atención. Tres días después de que fuera levantado en andas en los festejos por el título, en lo que fue el punto final de su carrera, el gerente deportivo y excampeón de América y del mundo con Nacional en 1980, Daniel Enríquez, estaba en Buenos Aires ofreciéndole el cargo de director técnico.
Tras 20 años de carrera como futbolista, el Muñeco quería descansar, viajar con su mujer, llevar a los chicos al colegio y a la escuelita de fútbol. Recuperar hábitos familiares. Pero dirigir a un grande de Sudamérica, que además disputaría las copas Sudamericana y Libertadores, era demasiado tentador. Convocó a sus compinches de inferiores, Matías Biscay y Hernán Buján, y cruzaron el pequeño charco. Dirigieron un año, ganaron el campeonato uruguayo y dijeron adiós, a pesar de la insistencia de la directiva para que continuaran. Ahora sí era el tiempo de parar la pelota, estar con la familia y luego prepararse más a conciencia y con mayor dedicación a la vocación que se le había despertado a los 28 años, después de tener a entrenadores como Marcelo Bielsa, que con planificación y ejercicios encontraba soluciones a situaciones que para él siempre se habían resuelto espontáneamente, sin tener que pensarlas demasiado.
Su idea era descansar seis meses y estar con los suyos, para luego iniciar su trabajo como entrenador. Alquiló una oficina para ver y analizar partidos con Biscay y Buján, y viajó a Manchester, Madrid, Barcelona y Milan para ver entrenamientos y charlar con protagonistas de la elite del fútbol. Una mañana se acercó al CENARD, porque le habían hablado de una especialista en neurociencias que trabajaba con los deportistas y quería saber de qué se trataba. Así conoció a Sandra Rossi y la invitó a sumarse a su cuerpo técnico.
El plan original de Gallardo no era estar dos años sin trabajar, sino 8 o 9 meses, un año a lo sumo. En ese lapso recibió propuestas, pero ya nos daríamos cuenta con el tiempo de que el hombre no se tira de cabeza ante el primer ofrecimiento. Estudia, desmenuza y piensa mucho todo. Cuando nos encontramos en febrero de 2014 ya tenía muchas ganas de trabajar, y se notaba. Rodolfo D’Onofrio había ganado las elecciones en River tres meses antes (diciembre de 2013), había incorporado a Enzo Francescoli como manager, y no se vislumbraba una convivencia muy armoniosa con Ramón Díaz, el entrenador.
-¡¿El próximo?!… Sé que lo voy a ser en algún momento, pero no sé cuándo -respondió Gallardo, sin dudar, a la pregunta 1 de las 100 que le hice (en realidad siempre son entre 110 y 120). Y tampoco fue la primera, sí la que decidí que fuera en primer lugar.
Gallardo pasó en River la mitad de su vida. Y vuelve una vez más.Al Muñeco le había hecho 4 o 5 notas en su etapa como jugador, pero aquella vez me fui sorprendido luego de dos horas de charla con grabador más otros 40 minutos de conversación informal. Conocí a otro Gallardo. Me llamó la atención la claridad, la convicción y la seguridad de sus ideas.
Menos de tres meses después de aquella entrevista, Ramón Díaz renunció a River luego de sumar dos vueltas olímpicas en una semana y el Muñeco fue el elegido para sucederlo.
El primer encuentro en la oficina de Rivercamp
“¡Qué lástima que no aposté con mis amigos, me hubiera ganado unos mangos!”, le escribí por whatsapp, confirmada la noticia, y quedamos para vernos a la vuelta del Mundial de Brasil.
En septiembre quise entrevistarlo para una sección del noticiero de Fox Sports y me sorprendió (otra vez) con su respuesta: “Nota no, mejor vení a tomar un café a Ezeiza y charlamos”. Era la primera vez que me pasaba algo así. En casi todas mis notas me he quedado charlando un rato en off con el protagonista, pero que me convocaran a tomar un café sin nota era la primera vez.
El jueves 2 de octubre de 2014, tres días antes del primer superclásico que dirigió – aquel en el que mandó a la cancha a Germán Pezzella de 9 bajo un diluvio para que empatara el partido cerca del final– conocí su oficina de Ezeiza, luego bautizada por los jugadores como “El confesionario”, el ámbito donde entrenador y dirigidos se decían las cosas de frente, por más duras que fueran. En tiempos no muy lejanos, con Passarella o Gallego como entrenadores, en la semana previa a un superclásico ningún periodista podía acercarse ni a 2 kilómetros a la redonda. O si te acercabas, ponían unas lonas que tapaban hasta el sol. Este hombre seguía dando muestras de su singularidad: no veía sombras ni amenazas.
Enzo Francéscoli, secretario técnico y Gallardo, una dupla que se reencuentra. Voy a la cancha desde 1975, vi al River de Labruna, al del Bambino Veira y al de Ramón. Pero este River me generaba algo muy especial por su estilo de presión alta asfixiante, las triangulaciones y la personalidad. Siempre con la pelota como eje y sin figuras de renombre. También me encantaba cómo respondía el Muñeco en las ruedas de prensa, lo mismo que había notado en la entrevista de febrero pero repetido (y televisado) cada semana.
–Marcelo, nunca vi jugar así a River, esto va a hacer historia, merece un libro y a mí me encantaría escribirlo -le dije de entrada, luego de subir la escalera caracol blanca de metal, al mismo tiempo que ingresaba a su oficina y sacaba de mi mochila el libro “Pep, otra manera de ganar”, de Guillem Balagué, que me había encantado y le llevaba de regalo. No era una biografía convencional de Guardiola sino un recorrido por los cuatro años del que para muchos (me incluyo) fue el mejor equipo de la historia, el Barça de Pep, tomando como eje al entrenador.
–Ya lo leí y me gustó mucho -me contestó, después de agradecerme. (Con el tiempo mejoré mi puntería y le regalé libros que no había leído, entre ellos varias novelas de Eduardo Sacheri y la biografía de André Agassi).
Me senté a su izquierda, frente a la mesa pequeña, y a los 10 minutos me pidió cambiar de lado. Al rato, mientras charlábamos, entre mate y mate, me di cuenta de que relojeaba por el ventanal qué ocurría en la cancha 1 de Rivercamp. Estaban cortando el pasto y evidentemente yo le obstruía su visión. Unos años más tarde, cuando ingresé a esa misma oficina renovada, comprobé que desde la cabecera, donde siempre le gusta sentarse, mirando a un costado veía la cancha 1, y girando la cabeza hacia el otro observaba el interior del gimnasio. Al búho le gusta tener todo bajo control.
Aquella primera vez en Ezeiza charlamos una hora y media. Me explicó, entre otras cosas, por qué había decidido que regresaran Carlos Sánchez y Rodrigo Mora del exilio al que los había enviado Ramón Díaz, por qué había buscado a Leo Pisculichi (la gran figura de su primer semestre) y me contó algo que me llamó la atención: que había invitado a cenar a Pisculichi para mirarlo a los ojos y preguntarle por qué llevaba tantos años jugando en las ligas de Qatar y China y si estaba preparado para asumir el desafío de ser el conductor de River.
–¿Qué te parece lo del libro? -le pregunté, cuando comenzaron a llegar sus colaboradores para la práctica de la tarde, y yo emprendía mi retirada.
–Ehhh, bueno, te veo tan convencido a vos que vayamos para adelante -fue su respuesta.
Salí feliz de Ezeiza, apretando el puño, pero no todo resultó tan sencillo como parecía. Primero, porque River jugaba miércoles y domingo y se hacía difícil encontrar un hueco para conversar. Luego, su madre enfermó y el cáncer se la llevó en un par de meses. Durísimo. A fin de año, después de que River eliminara por primera vez a Boca en un mano a mano y ganara un título internacional tras 17 años (la Sudamericana, invicto, con 8 triunfos y 2 empates) nos juntamos a tomar un café cerca de su casa y reiteré la propuesta del libro. Su River ya hacía historia.
–No sé, Diego, no estoy seguro, no me gusta hablar demasiado de mí -me contestó, y aunque por dentro me estaba muriendo puse la mejor cara posible y le propuse que lo pensara en las vacaciones.
La despedida en Mendoza, con una goleada 4-0 en un amistoso ante el Betis de España. River arrancó la Libertadores 2015 a los tumbos, y no daba para andar molestándolo, pero al día siguiente de conseguir la angustiante clasificación con récord negativo (7 puntos, una sola victoria) le propuse vernos y nos juntamos después de la práctica en su oficina del Monumental, entrando al vestuario a la izquierda. Volví a tirar sobre la mesa la idea del libro, le dije que con unas 10 charlas andaríamos más o menos bien, puso cara de “me parece demasiado”, y enseguida llamó a sus BB (Biscay y Buján) y les preguntó, delante de mí, si estaban dispuestos a juntarse conmigo para contarme cómo trabajaban y demás pormenores. Ambos dijeron “sí”, nos dimos la mano con Marcelo y pusimos formalmente el proyecto en marcha. No solo hablé con ellos dos sino con el resto de su amplio equipo de trabajo después de que el propio Gallardo los autorizara. Sin su autorización no hay paraíso, claro. No le gusta que sus ayudantes den entrevistas y evita todo tipo de ruido.
Aquel jueves 16 de abril de 2015, cuando terminamos y guardó sus apuntes y la computadora en su ataché, justo empezaba Boca-Palestino, partido que cerraba la fase de grupos. River ya era el peor 2° de los 16 clasificados, y si Boca no perdía en la Bombonera iba a ser el mejor 1°. El formato marcaba que se cruzaban en octavos de final el mejor 1° con el peor 2°. “Quiero jugar con Boca, a mí me estimula”, me comentó, a la pasada, mientras apagaba la tele de su oficina. No lo dijo para vender humo. No había cámaras ni era para publicar. Era lo que sentía. Las pruebas quedaron a la vista: no sólo eliminaría a Boca en aquellos octavos de Libertadores (la famosa noche del gas pimienta) para sumar el segundo golpe al rival eterno en un mano a mano, sino que luego le agregaría otros tres consecutivos, incluyendo dos finales en 2018.
Como había un montón de partidos y viajes, y el Muñeco arrancaba a las 7.30 de la mañana en Rivercamp y no terminaba hasta las 4 o 5 de la tarde, decidimos aprovechar sus viajes de regreso desde Ezeiza a su casa para avanzar en el auto con las charlas. Salir del entrenamiento como su copiloto me permitió ver las caritas y los gestos de los hinchas que le pedían una foto o un autógrafo. Comprobé en esa situación y en los bares en los que se le acercaban señoras mayores o chicos de 10 años, que el Muñeco tiene empatía. No interactúa con la gente mirando para otro lado, como si fuera un trámite que se quiere sacar de encima. Siempre lo he visto relacionarse con una sonrisa, escuchando y respondiendo con algún comentario. “No, no, así no, déjame que saco yo la foto desde adentro”, le ha dicho más de una vez a algún hincha que no encontraba el ángulo ideal para la selfie.
Cuando se me complicaron los tiempos porque la editorial me adelantó 10 días el plazo de entrega del material, le trasladé mi angustia y me lo resolvió simple: “Tranquilo, mañana hacemos ida y vuelta a Ezeiza y tenés dos viajes para preguntar, te levanto en River al mediodía”.
Ojo, tampoco fue todo tan sencillo. Alguna vez, charlando sobre su última salida de River, se frenó de golpe.
–No sé si hago bien en contarte esto. A mí no me gusta hablar del pasado, no me gusta nada, lo hago porque vos me lo pedís, pero siempre prefiero mirar para adelante – me dijo con fastidio y tono encendido. En un punto, esa respuesta sintetiza su filosofía (de vida y de fútbol).
Marcelo Gallardo y su padre, Máximo, levantando la Copa Libertadores. Estar cerca de su papá es una de las razones de su permanencia en Buenos Aires.No fue la única vez que me respondió destempladamente. Al principio me ponía mal, después lo interpreté como un “cruce de cables” que ocurría cada tanto. Lo mismo pasaba cuando yo bajaba la vista para buscar en mis apuntes una nueva pregunta mientras él me hablaba, o simplemente por mi timidez. “Diego, mirame a los ojos cuando te hablo”, me decía, y por unos segundos me sentía uno de sus dirigidos.
Por otro lado, siempre me contestó los mensajes bastante rápido, a pesar del bombardeo al que era sometido. Y desde que conoció a mi mujer y a mis hijas en la presentación del primer libro (diciembre 2015), me preguntó por ellas. Le da mucho valor al tema familiar. Es super exigente y lleva a sus jugadores al límite, pero también atiende las cuestiones humanas. “No nos olvidemos de llamar a Gaby”, escuché decirles a Biscay y a Buján, después de una sobremesa en Rivercamp. Gaby era Mercado, que se había ido del plantel hacía más de un año y acababa de ser padre.
Cuando Martínez Quarta fue suspendido por doping, le acercó a su profesor de golf para que no se quemara la cabeza pensando en eso. Al él mismo, el golf le resultó una vía de escape a tantas lesiones en el inicio de su carrera como futbolista. Se lo acercó Jorge Bombicino, kinesiólogo, especie de hermano mayor, y paño de lágrimas en la camilla. “Motor de Ferrari en carrocería de Fiat 600”, le dio su diagnóstico Bombicino cuando el 10 le preguntó por qué se lesionaba tanto.
“Gallardo Monumental. Vida, pensamiento y método de un líder”, iba a ser su biografía. Nunca imaginé que sería solo la “primera parte”, porque él se transformó en una máquina de liderar y ganar. Imaginé que su River haría historia, pero no hasta transformarse en el DT más ganador del club con 14 títulos, 7 internacionales (hasta su llegada sólo había obtenido 5 en la era Conmebol, desde 1960).
Un ganador recargado
A comienzos de 2017 le propuse hacer una segunda parte del libro, porque él supuestamente dejaría el club a fin de año, y me respondió que contar sólo dos años (2016 y 2017) le parecía muy poco y no tenía sentido. Le insistí porque había reformulado al equipo una vez más y River jugaba otra vez muy bien. “Bueno, hagamos así -terminó concediéndome-. Vos te sumás a la sobremesa acá en Ezeiza, después charlamos en el auto y vemos para qué da. No quiero comprometerme como la otra vez, y tu tiempo también es valioso. Lo hacemos informal, y si después da para un libro, será un libro, y si da para una nota en El Gráfico, será una nota en El Gráfico”.
Marcelo Gallardo y Jorge Brito, presidente de River, cuando firmaron el contrato que lo vinculó como entrenador en 2022. Participar de esas sobremesas del cuerpo técnico una media docena de veces (yo siempre entraba una vez que se retiraba el último jugador, para que nadie del plantel sintiera que invadía su privacidad) me permitió observar cómo se relaciona con sus colaboradores. Era una típica juntada de amigos, con recuerdos y sonrisas, siempre con el Muñeco en la cabecera, Biscay a su derecha y Buján a su izquierda. También comprobé cómo creció River no sólo en vitrinas sino en instalaciones, gracias a su impulso, que exige también a la dirigencia: la primera vez almorzamos en un salón muy pequeño, pero a partir de 2017 los encuentros fueron en el tremendo salón comedor, con galerías para tomar un café al sol con vista a las canchas.
El cierre del segundo libro se modificó luego de que River fuera eliminado por Lanús en la Libertadores 2017 y de que el Muñeco decidiera extender su contrato por cuatro años más. Con la Supercopa ganada a Boca en 2018 y el avance de fase en la Libertadores, el proyecto volvió a estar sobre la mesa. Y ni hablar después de Madrid.
El 31 de diciembre de 2018 fui a su casa de fin de semana en la zona de Tigre. Teníamos que terminar de combinar las fechas para nuestras últimas charlas del “Gallardo Recargado. Tres años inolvidables y una final soñada”. Me recibió a las 11 de la mañana, en malla y ojotas, tomando mate y escuchando rock nacional en su ipad. Lo primero que me topé al entrar a su casa fue una mesa de ping pong. En un momento le propuse jugar un partidito, pero me dijo que había dormido mal y estaba contracturado. Pasado un rato de charla su espíritu competitivo pudo más y, sin que le reiterara el desafío, él me invitó a jugar. Después de 20 pelotas emitió su sentencia, mientras seguíamos en acción: “Buen revés, flojo drive, hay que jugarte todas al drive”. Me reí para adentro. Primero, porque era verdad. Segundo, porque su ojo clínico no descansa. Después me chicaneó porque devolvía casi todas cortadas y sin arriesgar. Paladar negro hasta para el ping pong.
Presentamos el segundo libro en junio de 2019 y esa tarde abrimos el juego para que primero preguntaran los periodistas y luego el público. Se prendió y contó anécdotas que no había escuchado. Me pidió que saludara “al maestro Sacheri”, que había estado en primera fila y se había tenido que ir antes. Le había encantado lo que escribió para ambos libros. En el segundo, bajo el título “¿Hay algo malo en una buena racha?”, reflexionó: “Cada hincha, en cada club, puede elegir determinadas gestas imborrables. Creo que los hinchas de River tendrán al equipo de Gallardo identificado no solo con un modo de jugar, un modo de ser y un modo de ganar. Además, lo recordarán para siempre por lo que tuvo de reparador para ellos. Por el modo en que les restituyó la confianza y la alegría. Y creo que lo recordarán para siempre. Y harán bien”.
Con Marcelo nos seguimos mensajeando todo el tiempo, cada vez con mayor frecuencia. Por ahí le acercaba algún dato desconocido, o un video, le recomendaba alguna película o libro, o le pasaba alguna historia que me llegaba de mis seguidores en redes sociales, para que tomara conciencia (aún más) de lo que generaba. Lo felicitaba por algún triunfo o le hacía una consulta por cierto detalle del partido. Nunca le pregunté por una formación o algún jugador al que River quería incorporar. Jamás dejó de contestar. Me demostró que no se la creyó, que habló siempre desde el mismo lugar. Es calentón, sí, y por ahí eso puede confundirse con soberbia, pero al menos desde mis vivencias puedo asegurar que no ha cambiado.
El cariño de los hinchas se renovará en esta nueva etapa. A todos nos llamó la atención que volviera tan pronto como entrenador, menos de dos años después de su salida. Sorprendió a hinchas, periodistas y hasta al propio Gallardo. Imaginábamos que dirigiría en Europa, y no ocurrió. Tuvo propuestas. Estuvo a nada de firmar con el Marsella, pero se bajó sobre la hora. Con el Sevilla no se puso de acuerdo, confirmado por el propio Víctor Orta, director deportivo del club. De golpe se alinearon los planetas y volvió.
Este lunes 5 de agosto, exactamente 9 años después de levantar su primera Libertadores, Marcelo Gallardo será presentado como nuevo-viejo DT de River. Será su quinta etapa en el club. Se ve que al hombre le cuesta cortar el cordón.
El día que anunció que dejaba el club (13/10/2022) recordé en redes sociales un dato que había escrito en el primer libro: desde que se probó en River con 12 años, Gallardo nunca había estado alejado del club por más de 4 años.
Haciendo las cuentas hasta hoy, confirmo que estuvo 24 de sus 48 años en River. Media vida. Y no es una metáfora.