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Hablan dos argentinos rehenes de Hamas luego de la peor pesadilla: «Nos salvamos de los tiros de milagro»

Esta vez Leo Messi no tuvo efecto. No tuvo efecto para los argentinos Luis Her (70) y Clara Marman (63), ni para los otros tres integrantes de su familia que en la mañana del 7 de octubre pasado fueron arrancados por terroristas de Hamas de un kibutz, donde pasaban el fin de semana, y llevados a Gaza, donde quedarían él 129 y ella 53 días encerrados, en cautiverio. Días que fueron “un infierno”, según lo recuerdan ahora ante Clarín.

No tuvo efecto Leo Messi, porque fue lo primero a lo que apeló Luis frente a los terroristas que los llevaban -a los empujones y durante 5 horas- por un túnel casi sin oxígeno, a 40 metros de profundidad -lleno de polvo y cables sueltos- después de haber sido “chupados” del kibutz.

Juntos en Buenos Aires. Clara Marman y Luis Har. Fotos Ariel Grinberg Juntos en Buenos Aires. Clara Marman y Luis Har. Fotos Ariel Grinberg El destino final era una pequeña habitación de un departamento de Gaza -segundo piso-, en la que permanecerían secuestrados, hasta que ella fue liberada en un intercambio y él rescatado en un operativo especial -nocturno y de sorpresa- del ejército de Israel. Tenían que pedir permiso hasta para ir al baño y les daban solo un balde de agua para los cinco -cada 10 o 12 días- para que se laven.

Luis cuenta ahora que lo primero que les dijo a sus captores fue “Argentinos, Leo Messi”, un ensayo para ver si amainaba algo la brutalidad con la que los trataban, en esas primeras horas. ¿Por qué se lo dijo? “No sé, se lo dije. Nos venían gritando ‘judíos, judíos’ y queríamos que sepan que también somos argentinos. Quizás podían tratarnos de otra forma”, le dice a Clarín Luis Her.

– ¿Pero no sirvió de nada?

– No sabemos. Después vimos que nos tenían anotados como argentinos. Y todo el tiempo, cuando podíamos, les decíamos que somos argentinos. Entre nosotros hablábamos todo el tiempo en castellano.

Juntos en Buenos Aires. Clara Marman y Luis Har. Fotos Ariel Grinberg Juntos en Buenos Aires. Clara Marman y Luis Har. Fotos Ariel Grinberg Luis cuenta entonces que, aquel 7 de octubre, cuando llegaron al kibutz Nir Itzjak, los de Hamas parecían drogados, por la forma de los ojos, pero sobre todo por cómo se comportaban.

No actuaban como seres humanos, de ninguna manera. En otros kibutz iban matando al que se cruzara, no importa quién, mutilando, quemando. A nosotros nos dispararon, nos salvamos de milagro”, dice Luis.

Y Clara agrega: “Parece que matar y quemar no era la misión del grupo que llegó hasta nosotros. Pero actuaban de una manera muy salvaje igual”.

Luis y Clara son los primeros argentinos secuestrados por Hamas que vinieron al país tras el brutal ataque del grupo terrorista. Este martes fueron recibidos por el presidente Milei y estuvieron contando su experiencia en el Congreso. Argentina es el país con la mayor cantidad de secuestrados por Hamas, luego de Israel. De las 101 personas que siguen en cautiverio, 9 son argentinos.

Dos jóvenes con ideales

Porteña de Paternal, Clara llegó a Israel en la década del ochenta. Unos diez años antes, había arribado Luis, directo desde Lomas de Zamora, su barrio desde la infancia. Los dos aterrizaron con la misma idea, bastante idealista. Desarrollar su vida en un kibutz, que son comunidades colectivas levantadas en el campo.

“Siempre quise ser maestra jardinera. Y en el kibutz me pude formar, y después trabajar allí mismo”, cuenta Clara.

Juntos en Buenos Aires. Clara Marman y Luis Har. Fotos Ariel Grinberg Juntos en Buenos Aires. Clara Marman y Luis Har. Fotos Ariel Grinberg Luis estaba estudiando Arquitectura en la Universidad de La Plata cuando, junto a otros jóvenes, decidió ir a vivir a un kibutz en Israel. Cuando llegó, trabajó en cualquiera de las tareas que esa comunidad necesitaba. Y en los últimos años se dedicó a la contabilidad del kibutz.

Los dos hicieron sus vidas y ahora, separados, armaron una nueva “familia ensamblada”. Luis tiene 4 hijos de su primer matrimonio y Clara 2. Entre los dos tienen 13 nietos. Cada uno vive en su kibutz.

El fin de semana del 7 de octubre, y como lo hacía en muchos fines de semana, Clara invitó a Luis, a los dos hermanos de ella (Fernando y Gabriela), y su sobrina Mía, de solo 17 años, que llegó con su perrita.

Ese sábado los despertaron bien temprano las sirenas. Pensaron que era un ataque más a los que están habituados -cohetes que llegan desde Gaza, que está a solo 3 kilómetros- y fueron al refugio.

Pero al poco tiempo comprendieron que esto era distinto. La alarma seguía sonando y vieron en la televisión que habían muchos de Hamas habían atravesado la frontera. Después les confirmaron lo que estaba pasando a través de grupos de WhatsApp.

Así que ya sabían lo que podía sucederles cuando los terroristas se acercaron. Pusieron una barra del perchero y una silla para trabar la puerta y se acurrucaron todos juntos detrás de un sillón.

“Como maestra jardinera estoy acostumbrada a esas situaciones, a tranquilizar a los niños y darles indicaciones, e instruirlos para poder defenderlos mejor. Les dije a todos que tenemos que estar en un rincón abrazados, todos juntos, y sentarnos lo más bajito posible en el suelo”, cuenta Clara.

La barra y la silla no sirvieron de mucho. Pero acurrucarse cerca del piso les salvó la vida. Un grupo nutrido de terroristas entraron a los tiros, rompiendo todo y tirando tiros para todos lados. Pero como los disparos iban siempre por arriba de la cintura, ellos se salvaron. A Fernando, el hermano de ella, una bala le rozó el cuerpo.

Un símbolo de lucha. Clara Marman y Luis Har en Buenos Aires. Fotos Ariel Grinberg Un símbolo de lucha. Clara Marman y Luis Har en Buenos Aires. Fotos Ariel Grinberg Tras el tiroteo, los argentinos pidieron: “No tiren, no tiren”. Entonces los terroristas los sacaron bruscamente, de los pelos y a los empujones, los llevaron afuera del kibutz por debajo de un alambrado, por donde los pasó a buscar una camioneta, a la que los cargaron «como si no fuéramos personas”, dice Luis.

El recorrido de la camioneta terminó, del otro lado de la frontera, en la entrada de un túnel. “Al principio tenía un declive suave, pero después se hizo muy profundo, muy difícil de caminar. Algunos de nosotros estábamos descalzos. Nos iban empujando con las armas y gritando en árabe, no les entendíamos nada. Era una caminata ligera, casi corriendo. Era muy difícil caminar dentro del túnel porque había piedras, arena, bolsas y muchos cables”, cuenta Luis.

Juntos en Buenos Aires. Clara Marman y Luis Har. Fotos Ariel Grinberg Juntos en Buenos Aires. Clara Marman y Luis Har. Fotos Ariel Grinberg Fue en ese momento que les Luis les dijo “Argentinos, Messi”. Sin ningún efecto.

Tras la caminata por el túnel, finalmente los hicieron salir por una suerte de escalera vertical cortante, muy empinada. Siempre a los empujones los fueron ascendiendo hasta que pudieron ver la luz del día. En ese momento, dice ahora Luis, sintió cierto alivio porque al menos vio que tenían luz y oxígeno, que no iban a quedar todo el tiempo en el túnel.

Pero faltaba mucho sufrimiento. Ni bien salieron del túnel a las mujeres las hicieron vestir con el atuendo árabe. Y los volvieron a trasladar en una camioneta, ahora hasta el cuarto de un segundo piso, en donde ellos cinco, y la perrita, pasaron juntos todos los días del cautiverio.

“Torturas psicológicas”

La vida en cautiverio fue “un infierno” para estos argentinos. Lo poco que comían eran algunos alimentos que les traían y ellos tenían que cocinárselos. Para eso contaban con una pequeña cocina, que les sirvió hasta que se les terminó el gas. Después solo pudieron comer comida cruda, y cada vez era menos. Tampoco tenían acceso a sus remedios.

El poco dialogo con los captores era en una mezcla de idiomas, un poco de hebreo, otro de árabe, algo de inglés pero, sobre todo, “el lenguaje de los gestos, manos, ojos, lo que quieras”, dice Luis.

Estaban completamente aislados de lo que pasaba afuera. Luis cuenta que uno de los captores, el menos brutal, sobre el país solo les comentó que Argentina le ganó a Brasil 1 a 0 (en la eliminatorias de noviembre) y el día que Milei era el nuevo presidente.

– ¿Qué fue lo más duro del cautiverio?

El tiempo se hace eterno, muy largo. La falta de libertad, no poder decidir qué hacer. Y la falta de actividad: no podíamos hacer absolutamente nada. Cada uno de nosotros, lo que hacíamos era concentrarse en sí mismo, en sus pensamientos. Tratábamos de crearnos una realidad distinta para no estar en contacto con la realidad difícil que estábamos viviendo, cuenta Clara.

Y agrega que lo más complicado fue la “tortura psicológica” a la que los sometió el grupo de secuestradores. “Nos pasaban información muy propalestina, nos decían todo el tiempo los errores que cometía el ejército de Israel. Por ejemplo, que se equivocaron y mataron a rehenes. Nos decían que no tenemos que volver a mi kibutz, a mi casa, porque ellos van a volver en tres años y nos iba a atacar otra vez”, cuenta Clara.

Todos los días era esto. Todo el tiempo nos decían la cantidad de israelíes que ellos mataron, desde el 7 de octubre. A nosotros nos parecía que no podía ser real: unos 1.400, decían. No nos oponíamos a nada, no discutíamos. Todo lo que nos decían les decíamos que sí. Algunas cosas que nos decían eran correctas, pero sobre todo las remarcaban para tenernos en tensión, con temor y miedo”, agrega Clara.

La pesadilla terminó para ella el 28 de noviembre, cuando en un intercambio todas las mujeres, y la perrita, fueron llevadas a Israel.

En cautiverio quedaron solo Luis con Fernando, y los días se fueron haciendo cada vez más difíciles. Hasta que un día se produjeron explosiones y fuertes tiroteos, Luis se tiró al piso para protegerse, y de golpe sintió una mano firme que lo tocaba y le decía “tranquilo, somos el ejercito de Israel”.

El momento del reencuentro de Luis Har (izquierda) con su familia, tras ser rescatado por el ejército israelí en febrero de 2024. Foto Ejército Israeli via AP El momento del reencuentro de Luis Har (izquierda) con su familia, tras ser rescatado por el ejército israelí en febrero de 2024. Foto Ejército Israeli via AP Con ojos vidriosos, recuerda: “En ese momento me sentí libre, me sentí en el lugar más seguro en medio de toda esa guerra, de todos esos tiros. No entendía todavía que pasaba, pero esas manos que me agarraron me dieron la seguridad de que estoy defendido. Esos soldados estaban dando la vida por nosotros. Es algo inexplicable. No tengo palabras para definir lo que se siente. Yo sentía el corazón de esos chicos que nos estaban salvando.

– ¿Volvieron a verse?

– Por supuesto. Tuvimos varios encuentros. Lloramos juntos, porque para ellos también es muy importante lo que han hecho. Ahora tienen qué contarles a sus nietos, dice ahora Luis, al borde de quebrarse.

El renacer

Clara y Luis aun no pueden entender lo que están viviendo. “Si hace un año me decían que ahora iba a estar acá, que nos iba a recibir el presidente en la Casa Rosada, no te lo hubiera creído”, dicen.

Y cuentan que ahora el principal desafío es cómo rearmar sus vidas. Por lo pronto están viviendo en Tel Aviv. Y si bien el ejército ya les permite volver a sus kibutz, dicen que no están preparados. Necesitan que pase más tiempo.

El momento del reencuentro familiar (prensa ejército israelí via AP)El momento del reencuentro familiar (prensa ejército israelí via AP)Respecto a si piensan en la opción de volver a la Argentina, dicen que lo han pensado muchas veces en estos meses. Pero que, si bien tienen primos y familiares lejanos aquí, la mayor parte de sus vidas, de sus actuales familias, están ahora en Israel: sus hijos y sus nietos.

Hoy la principal preocupación de Clara y Luis pasa por los 101 rehenes que siguen en Gaza (“muchos de ellos muertos”, señalan). Dicen que Israel debería tener, como primera prioridad, que esos rehenes sean liberados.

Si hay que hacer un alto el fuego para eso, que se haga. Y si no hay que hacerlo, que no se haga. Pero que hagan todo lo posible para que los rehenes vuelvan y se alivie a las familias que los esperan, coinciden.

– ¿Creen que se puede llegar a la paz en Medio Oriente?

– Es nuestra esperanza, pero no lo veo tan pronto, tan cercano, dice Clara.

– Se precisan varias generaciones, de una buena educación, de educar en el amor, de construir escuelas, casas, trabajos. Y no inculcar el odio, dice Luis.

– ¿Qué es la libertad ahora para ustedes?

– Estamos tratando de entenderla -responde Clara-. Ahora no tenemos todo claro (piensa…) Libertad es poder decidir realmente por mí misma qué es lo que quiero hacer y qué es lo que no quiero hacer. Es tan simple como eso. Tan simple…