– Se está hablando cada vez más de apertura económica. Incluso en una agenda dominada por la inflación y el dólar y la incertidumbre. ¿Qué está pasando?
– La definición de apertura es interesante. ¿A qué llamamos apertura? Antes que nada, para hablar de apertura en la Argentina hay que hablar de las licencias no automáticas, algo muy nuestro. En todo lo que sea aranceles y acuerdos comerciales, lo que el mundo define como apertura, nos regimos por el Mercosur, es decir no es algo que podamos definir nosotros unilateralmente. Pero las Licencias no automáticas son algo que en otros países se usan de manera muy distinta a lo que hacemos acá. Se aplican en casos puntuales de, por ejemplo, cuestiones sanitarias. Pero no se hace un uso generalizado como en la Argentina Lo que se hace acá es un tipo de protección muy rústica contra las importaciones. Y si se habla cada vez más del tema apertura o proteccionismo es porque hoy tenemos vigentes más de 4.000 LNA, que tienen una doble función: cuidar las divisas y a los fabricantes locales. Hay tantas distorsiones y arbitrariedades que se termina convirtiendo en un sistema corrupto.
– Entonces tenemos dos niveles. Por un lado los límites del Mercosur y por el otro el manejo propio de Argentina de las Licencias no automáticas. Pero lo que está planteado es cómo se abrirá la economía Argentina en 2024. ¿Usted qué ve?
– Es difícil hablar de apertura indiscriminada, porque naturalmente la apertura va a ser gradual en el contexto del Mercosur. ¿Qué se puede hacer? Si asumimos que no nos vamos a ir del Mercosur, hay varios caminos. Primero, la normalización del comercio exterior, que necesariamente debería ir acompañado de un tipo de cambio único y razonable. Luego, un dólar a un precio razonable permite no tener que usar las Licencias no automáticas como freno a la salida de divisas. Pero el cambio va a ser más profundo para ir hacia esa transición gradual son los acuerdos comerciales con otros países o bloques.
– ¿Por qué son decisivos los acuerdos comerciales?
– Por definición son acuerdos lentos pero que te dan un marco, como el acuerdo Mercosur- Unión Europea, de 20 años para reconvertir sectores. Ahi se ordena la política productiva y el lobby. Una cosa es que venga un sector a los 4 años a decir que no llegó, y otra es que venga al año 20. Si se avanza en un cambio sistémico de normas, se va ordenando la política productiva hacia adentro y con gradualismo, para evitar el shock en los sectores más expuestos. Y por último se puede usar lo que yo llamo intervenciones puntuales, una suerte de acupuntura para determinados sectores ¿Algún grado de discrecionalidad?
– El Mercosur tiene un arancel externo común que respetan todos los socios. Pero hay listas que se pueden manejar y sobre ellas definir un arancel diferenciado. Durante el gobierno de Mauricio Macri se hizo, por ejemplo, con las computadoras e informática, a las que se les fijó un arancel más bajos.Otra cosa que se puede hacer es la facilitación de comercio para agilizar y reducir trámites. Reactivar la ventanilla única de comercio exterior, que este Gobierno eliminó. Eso ayudaría a transparentar el comercio exterior y agilizarlo, sobre todo para las pymes, que se ahorrarían el gasto de mantener un área de comercio exterior dentro de la empresa.
– Vuelvo al principio. La opinión pública está dividida entre los que están a favor de una apertura amplia y quienes temen a los efectos sobre el empleo y la producción local, evocando lo que pasó durante la dictadura o durante el gobierno de Menem.
– Es que yo creo que tenemos una mirada entre nostálgica y vieja de lo que hoy significa apertura económica. – Estamos hablando de empresas que directamente no se adaptan al siglo XXI. Hoy lo que mandan son los servicios. Los jóvenes no aspiran a trabajar en una fábrica o en una línea de producción típica del siglo XX. Hoy quieren que les habiliten el monotributo para poder vender servicios al exterior. Todavía hay muchos preconceptos arraigados en el pasado.
– Pero no todos los trabajadores, jóvenes o maduros, tienen las herramientas para pensar en vender su trabajo al exterior.
– Está bien. Pero hoy la generación de empleo crece por servicios, no por textil u otro sector. Hoy los sectores protegidos funcionan como bolsas de trabajo, de contención social. Lo que hay que cuidar. mirémoslo como un espacio de transición y no como modelo de desarrollo de la Argentina. Hay un proceso de automatización de los procesos productivos que va a derivar en menos puestos de trabajo. Hay que pensar una transición para que las empresas se puedan reconvertir y las personas puedan migrar hacia otros sectores.
– ¿Sería lo que se define como defender al trabajador y no al puesto de trabajo?
– Es un plan pensado para la persona y no para el sector. En el corto plazo, si el problema es que no queremos gente sin empleo, hay que ver cómo darles las habilidades que se necesitan en el siglo XXI. Pero efectivamente, hay que proteger mucho más al trabajador que al sector empresario.
– Pero hay resistencias, eso es evidente, de los gremios y de las empresas. ¿Cómo se negocia con esos sectores?
– Es verdad que hay un discurso a favor de la protección muy difícil de doblegar. Hay una aversión a la pérdida y por eso se valora más lo que se tiene que lo que se podría ganar. Pero hay que explicar que bajando protección habrá más y mejores trabajos, y eso naturalmente confronta con la pérdida del puesto. Naturalmente, por una cuestión de incentivos los sectores invierten en lobby y en mantener el status quo. Y los medios de comunicación a veces se alinean, dándole mucha cobertura, por ejemplo, a los cierres de fábricas y a los despidos. Pero cuando se fue Falabella, que daba empleo en blanco, no hubo tanto barullo. Mi impresión es que los sectores que quieren proteccionismo invierten en generar una narrativa proteccionista, que es más fácil de instalar.
– Hay sectores protegidos que dicen que por eso sustituir importaciones producen un ahorro de divisas.
– Tenemos que dejar de pensar en esos términos y pensar más en grande. Hay que pensar en el conjunto de la economía.
– ¿Salir de la mirada mercantilista y de la trampa de la restricción externa?
– Es una mirada muy setentista. La restricción externa es en gran medida autoimpuesta. Si el problema son las divisas, eso se resuelve con un tipo de cambio razonable. Con un dólar lógico no vamos a tener una avalancha de importaciones.
– Usted suele decir que abrir la economía e importar más es una decisión que favorece a los sectores más rezagados. ¿Es así?
– Las importaciones son justicia social porque favorecen a los consumidores de todos los niveles sociales. Y porque la apertura económica es la contracara de los empresarios protegidos y de los consumidores desprotegidos, donde la mayoría son pobres. Porque los más ricos se las arreglan para conseguir mejores celulares y ropa más barata en el exterior. En resumen, para exportar más primero hay que importar más.