Desde hace tres décadas, Guillermo «El Concheto» Álvarez (46) ocupa espacio en las crónicas policiales. Condenado por los homicidios de un empresario, una joven estudiante, un policía y un compañero de cárcel, fue uno de los líderes de los presos amotinados en plena pandemia de COVID-19 en reclamo de mejores condiciones de detención.
Con 27 años preso (que computan casi 35 por la ley del 2×1), a fines de 2023 Álvarez logró que la Corte Interamericana de Derechos Humanos ordenara al Estado argentino revisar la sentencia dictada en la causa más importante contra él, que terminó con una condena a perpetua.
Siguiendo estas directivas internacionales, el pasado 27 de agosto la Sala II de la Cámara Nacional de Casación Penal falló que «El Concheto» debía tener un nuevo juicio. Y la responsabilidad de recrear un hecho que ocurrió en 1996 recayó en el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N° 28.
Alvarez fue declarado reincidente y por eso siempre se le negó la libertad condicional (la última vez fue en mayo pasado). Sus informes penitenciarios no lo ayudaron. Los psicólogos lo definieron como alguien «de personalidad inestable, narcisista, rasgos psicopáticos, escasa tolerancia a la frustración y anestesia afectiva«.
Tras el fallo de la Sala II de Casación, «El Concheto» vio la oportunidad perfecta para arremeter y tratar de salir del penal de Devoto, donde ya no se lleva bien con nadie: las autoridades penitenciarias debieron darle «resguardo» y vaciar un pequeño pabellón para que esté solo.
La foto de Álvarez tras su nueva detención, en 2015.Con la idea de la libertad como horizonte y a través de su abogado, el defensor oficial Javier Marino, Álvarez solicitó su inmediata excarcelación o, al menos, el cese de la prisión preventiva.
Lo hizo la semana pasada. El fiscal se opuso y finalmente el viernes 6 el Tribunal Oral en lo Criminal 28 decidió que siga preso hasta tanto la decisión de la Cámara de Casación Penal de hacer un nuevo juicio quede firme o haya un nuevo veredicto.
Un tipo pesado
La verdad es que nunca son pocos los recaudos tratándose de Álvarez, que en diciembre de 2015 logró que Casación lo liberara. Pero sólo estuvo en la calle 96 días porque cayó en una confusa salidera por la que terminó firmando un juicio abreviado.
En los ’90 Guillermo Álvarez fue protagonista de una seguidilla de terror pocas veces igualada.
En 1996, en menos de una semana (entre el 23 y el 28 de julio), “El Concheto” Álvarez concretó ocho asaltos en los que mató al empresario Bernardo Loitegui (42), para robarle el auto, y a Adriana Carballido (24) y Fernando Aguirre (28), que estaban en el pub Company, de Belgrano, donde su banda entró a robar.
Ya preso, en noviembre de 1998 asesinó de un facazo a un compañero de pabellón en la Unidad 16 de Caseros, Julio Elbio «Monito» Aranda (20).
Álvarez fue líder de los presos en el motín por la pandemia de COVID-19 en el penal de Devoto.De todas las condenas que tuvo, la más alta fue la de Company -que incluyó tres asaltos más-, dictada fue el 28 de octubre de 1999 por el Tribunal Oral de Menores N° 1 por el delito de «robo agravado por el uso de armas reiterado en cuatro oportunidades, una de ellas en grado de tentativa, homicidio calificado por haber sido perpetuado para consumarlo y, consecuentemente, lograr impunidad y lesiones graves«. Le dieron perpetua.
Este es el fallo que cuestionó la Corte Interamericana de Derechos Humanos poniendo el dedo en una llaga compleja: la validez de la prisión perpetua como tal… aun en caso tan aberrante como el de Guillermo Álvarez, ubicado en el podio de de los peores asesinos múltiples de la historia argentina.
Los jueces internacionales consideraron que en el juicio de Company -que se hizo en la Justicia de Menores porque uno de los integrantes de la banda era menor de edad- se vulneró el principio de inocencia porque Álvarez estuvo esposado de pies y manos todo el debate, que ningún tribunal superior revisó la sentencia a fondo y que su defensa no tuvo oportunidad de preparar su caso.
Nene bien
Tenía 18 años cuando la Policía fue a su casa de la localidad de Acassuso y se lo llevó preso, acusado de ser líder de una banda de asaltantes responsable de tres homicidios en ocasión de robo.
En agosto de 1996, Guillermo Álvarez era un pibe de plata que había elegido salir a robar «de caño» junto a un grupo de chicos -algunos menores- que reclutaba en la villas Uruguay y La Cava.
Por su condición social -su padre era dueño de 15 salas de cine- se lo bautizó como «El Concheto», aunque sus horas de gimnasio también le valieron el apodo de «Patovica».
Sus padres nunca lo abandonaron, pagaron abogados y lo acogieron los tres meses que estuvo en libertad. Su papá recaló en el interior del país, donde se dedicó a restaurar viejos cines abandonados.
El «hogar» del «Concheto» desde hace varios años, la cárcel de Devoto. Foto: Rafael Mario Quinteros.Conocido como “Willy” puertas adentro del penal, los penitenciarios lo miran con especial recelo. En parte por su inteligencia (habla italiano, inglés y presume de su latín) y, en parte, por una vieja deuda de hace más de 20 años.
A principios de los 2000 Alvarez logró un cómodo alojamiento en dependencias de la Gendarmería en Campo de Mayo luego de declarar que agentes del Servicio Penitenciario Federal (APF) lo dejaban salir de la cárcel de Caseros para robar y que había un plan para matar al juez Alberto Baños, que los estaba investigando.
EMJ