24 de septiembre de 2024 – 01:15
Por Karina Tapia (*)
Era la planta alta de una casona desvencijada. El balcón daba al patio. La madera de la escalera y el techo destilaban agua. En el cuarto de la mujerzuela faltaba la luz y el aire estaba viciado. Se combinaban las manchas negras de la humedad para bosquejar una sola pieza con su baño. Era lo único que ella podía alquilar para ofrecer sus servicios. La dueña de la casa se había convertido en una especie de madama sólo porque abría la puerta a sus clientes, pero no se hacía quedar ningún dinero extra. A la mujer no le importaba que la chica tuviera sus negocios.
¿Cómo podían pagar para estar con esa en medio de la mugre? Simple: sexo fácil, rápido, barato –muy barato-, con una mina joven y de buen cuerpo.
Cuando él llegó, la fama de ella ya era grande entre los changos bien bancados por sus tatas. Era buena en la cama y tenía tarifa económica. Además, el pago también compraba el silencio para esos que tenían novias oficiales ricas.
La chica empezó a mejorar su cuarto, pero su alma se desatornillaba cada vez que la usaban.
III
La mujercita se había escapado de la casa paterna en el campo: la pobreza ya les subía por los tobillos y ella quería una mejor vida.
El muchacho era un lindo chico, con padres bien acomodados, acostumbrados a tomar lo necesario de la gente a cambio de plata, pero eso no le importaba a ella. Lo deslumbrante era que cuando estaba con él, sentía que tocaba la gloria: se permitía sentir sus caricias y soñaba con que estaban hechas de un deseo más profundo que la carne.
Le gustaba el chico, y le gustaba escucharlo cuando le contaba sus progresos en la facultad, los nervios por algún examen, las salidas en auto con sus amigos, y hasta algún mal de amor; de esto se resguardaba soñando que era ella la protagonista.
Conversaban mucho después del sexo, mucho. La chica sentía que eso era el amor después del amor. Para él, más bien, era otra forma de descarga.
Ella podía respirar bocanadas de aire limpio cuando él estaba en su pieza. Todo cambiaba: ponía música, abría la ventana, hacía chistes, se reía a carcajadas; las citas eran cada vez más largas. Las paredes del cuarto parecían más limpias, más claras; el alma de ella parecía más limpia, más clara.
Para el muchacho, en cambio, esa chica era “la mujer perfecta”: le daba sexo y lo escuchaba sin pedir nada importante a cambio: ni sentimientos, ni compromisos, sólo plata, poca plata. Aunque algo le llamaba la atención: cuánto le costaba irse de ese cuartucho, y cuán rápido quería volver.
IV
Una mañana, el joven estaba en la facultad, llenando su cuaderno de fórmulas y números, contento, henchido de juventud, y tuvo ganas de ir a verla sin previo aviso. Cuando llegó, un chango salió corriendo tan rápido como el viento apurado. Pensó que podía ser otro cliente de su dama, pero no pudo distinguirlo.
Cuando la dueña de casa lo hizo subir, fue todo uno llegar al cuarto y ver el horror de la sangre derramada y el cuchillo clavado en el cuerpo de la chica, que estaba dejando esta vida despacio… muy despacio. Un chango de su pueblo que decía haberla querido la había encontrado y se había cobrado de un solo puntazo lo que sentía como desgracia.
El joven de la capital y la chica se miraron. Los ojos de ella le hablaron de amor, de todo el amor que le tenía; él se quedó pasmado.
En el último suspiro quedaron desencontrados: ella, fuera de este mundo y él, aquí todavía, envuelto en la oscuridad y una humedad roja, abrazado con la muerte. Comprendió recién la luz que ella le daba, el aroma a jardín florido que sentía en ese cuchitril húmedo cuando ella vivía todavía, y lo hacía feliz… tan feliz.
Y lloró, lloró en silencio, con el alma estallada. Supo muy tarde que en esa rara convivencia clandestina había conocido el amor.
(*) Karina Tapia es integrante de la SADE, Filial Catamarca y se expresa creativamente a través de la poesía y la prosa poética. Ha publicado sus trabajos en antologías y ha participado de diversos eventos literarios, tales como la FIL 2024 en Buenos Aires. Actualmente, su libro Vida se encuentra en proceso de edición. También es Profesora y Licenciada en Letras por la UNCA y Especialista en Ciencias Sociales con Mención en Lectura, Escritura y Educación por FLACSO. En este momento se encuentra en etapa de redacción de su Tesis de Maestría en ámbitos de la Facultad de Humanidades, UNCA, donde ejerce su profesión.