La misteriosa película de Agustina Pérez Rial está en cartelera en el Cineclub Municipal. Calificación: Muy buena.
miércoles, 3 de mayo de 202314:43 hs
Es lógico, incluso hasta deseable, que, debido a la sobreabundancia de imágenes en circulación, algunos cineastas prescindan de filmar, se apropien de ese magma audiovisual existente y ubicuo y en un montaje creativo alteren el origen de las imágenes o establezcan nuevas relaciones entre los planos sin cambiar las motivaciones iniciales del momento en que un evento, una persona, un fenómeno se registró con una cámara.
Las películas de archivo existieron siempre, hoy más que en otros tiempos, y pueden derivar en ensayos, documentales o ficciones.
Danubio es un caso extraño. Emplea materiales de noticieros diversos, recurre a archivos destinados a la promoción turística, introduce dos o tres secuencias de una película polaca (El atentado, 1959), utiliza otros materiales sin origen preciso, también añade muchas fotografías y documentos policiales desclasificados.
Casi la totalidad de los materiales son de índole documental, y abarcan un poco más veinte años de historia argentina. Lo visto va de 1947 a 1970.
El hilo conductor es una ciudad: Mar del Plata. Y la atención está direccionada a la creación del famoso festival de cine clase A que se celebra en el epicentro del turismo popular nacional. No es todo.
Sucede que el film de Agustina Pérez Rial es anómalo y paradójico. No es híbrido, en el sentido que traviste la no ficción en ficción sin desestimar el problema de la delimitación entre el artificio y el intento de corresponder.
El documental nunca es neutro, ni deja de asumir una perspectiva, pero sí reconoce un límite: a la realidad se la respeta, lo que no quiere decir que no se la interpreta. En efecto, Pérez Rial construye una singularidad; las imágenes reponen lo real; el sonido se restituye como apoyo de lo real, pero la voz de una mujer rusa llegada en 1947 inviste el conjunto de ficción. La voz parasita amablemente los documentos sin destituirlos de su verdad histórica, pero añade una trama en consonancia con la época.
La historia que nace en la voz y resignifica el todo retoma la persecución ideológica que tiene su esplendor en el gobierno de facto de Onganía y en la ciudad de Mar del Plata en 1968. La caza de comunistas, también de peronistas, constituía una obsesión de la institución del orden y del gobierno de turno.
Sobre ese dato concreto, Pérez Rial añade el caso de un grupo típico de la época ligado a una asociación cultural llamada Danubio. La chica rusa es miembro del grupo ligado al pensamiento utópico de los 60, quien también oficia de traductora del ruso al español y trabaja en ocasiones en el festival de cine como intérprete de los invitados del bloque del Este.
Ese año, Los álamos de la calle Pliushia, de Tatiana Liovznova, era una de las películas de competencia. La protagonista —imaginariamente— traducía a la directora, entre otras cosas, y su cercanía con la delegación soviética la convertía en sospechosa. (Película notable la de Liovznova, que predice el drama de Los puentes de Madison por otros medios).
El delirio paranoico de los informes de la policía, con sus categorías lunáticas y cuadros sinópticos propios de paranoicos obsesivos, pueden parecer irrisorios y vetustos hasta que el oído apunta bien hacia el presente.
Los vocablos pueden ser hoy menos laboriosos, pero el fervor por detectar persiste, porque esa práctica es un síntoma del imperante desorden ideológico general. Hoy nadie describiría a los potenciales infiltrados para conquistar el socialismo de “comunistas, filocomunistas y criptocomunistas”, como dice un informe, aunque algunos sintagmas no menos creativos se escuchan cada tanto. La diferencia es el contexto. El de hoy es paródico, el de ayer, perverso.
Misteriosa Danubio. Habría podido ser un curioso ejercicio de memoria, pero en algunos pasajes abandona su condición de mera arqueología simbólica del pasado para ser esporádicamente una arqueología del presente.
Para ver
Danubio (Argentina/2021).
Calificación: Muy buena
Dirección: Agustina Pérez Rial. Guion: Paulina Bettendorff. Fotografía: Pupeto Mastropasqua. Edición: Natalia Labaké. Sonido: Manuel Embalse. Duración: 62 minutos. En el Cineclub Municipal.