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“Demostró que las mujeres trans no sólo éramos prostitutas”: cómo la victoria de Dana International en Eurovisión cambió el mundo

“Nuestra visibilidad era un campo de batalla en 1998, como curiosamente está volviendo a serlo hoy. Llevábamos intentando normalizar la imagen de las mujeres transexuales desde los 80, despegándola de la idea de que sólo podíamos ser cabareteras, peluqueras y prostitutas. Fue una lucha ardua para que el periodismo cambiara el trato masculino que nos daba. El triunfo de Dana International (Tel Aviv, 1972) en Eurovisión fue importante porque nos demostró que el talento también nos pertenecía. Nos enseñó que podíamos aspirar a lo que quisiéramos sin necesidad de imitar a nadie”.

Marina Sáenz es la primera catedrática trans de España. Tiene 53 años y trabaja en la Universidad de Valladolid. Aquella noche fue especialmente valiosa para ella: descubrió que no era necesario esconderse para sentirse viva. El arrojo con el que Sharon Cohen se plantó en Birmingham le dio el coraje suficiente para prometerse amor, fidelidad, dignidad… De aquel bofetón televisivo han pasado 25 años, los mismos que ha dedicado a hacer de España un lugar más seguro.

Dana ha sido la primera y única artista trans en competir en Eurovisión. Lo hizo con Diva, una oda en hebreo a las grandes damas de la historia. Arrasó con 172 puntos ante una Europa casi nada concienciada con la diversidad sexual. Sin embargo, su camino hasta él no fue sencillo: no sólo por las amenazas de muerte que recibió de la ultraortodoxia israelí, también por los temores que arrastraba desde pequeña. Con 13 años se identificó como mujer y con 18 se convirtió en la primera drag queen de su país.

Poco a poco, fue ganando notoriedad hasta que el productor Offer Nissim se fijó en ella y le propuso lanzarla al estrellato. De hecho, tras Dana International (1993) y Umpatampa (1994), pudo ahorrar y costearse la cirugía de reasignación de sexo. Después llegó Maganona (1995), un álbum que Egipto censuró por pervertir la juventud de su población. Y, en pleno terremoto artístico, la IBA (Israel Broadcasting Authority) la seleccionó internamente para representar a Israel en el certamen.

Daniela Requena sólo tenía siete primaveras cuando la vio sobre el escenario. Aquel 9 de mayo una chispa le atravesó el pecho. Y lo que entonces eran miedos, de repente, empezaron a ser sueños. “Aprendí que se podía lograr el éxito siendo trans. Toda la información que yo recibí hasta que cumplí 20 estaba muy relacionada con la calle y lo turbio. Ese fue uno de los motivos por los que ralenticé tanto la transición”, subraya la autora de Mamá, soy mujer.

Para ella, aunque el impacto que causó Dana fue positivo, no reflejaba la realidad que entonces se vivía: “Por desgracia, en los 90 no había esa naturalidad. Tampoco la tenemos en la actualidad, pero sí hemos conquistado algunos derechos”. Llama la atención por qué Israel, tan preocupado siempre por la defensa nacional, decidió abanderar este ideal. Para responder a esta pregunta hay que retroceder una década, cuando las minorías empezaron a salir de la clandestinidad. Las diferencias entre religiosos y laicos favorecieron al colectivo LGTBI.

De este modo, tal y como escribe José Luis Panea en Identidad, espectáculo y representación, la región envío al resto del mundo la imagen de “apertura, tolerancia y multiculturalidad” que ansiaba. Lo curioso es que no consideraron oportuno mandar a un comentarista a Reino Unido para avalar la candidatura de Dana. Su victoria dio de bruces a los más conservadores y, a la par, trajo consigo numerosos foros sociales.

Diva, que alcanzó el número 1 sólo en España, rápidamente se coronó como el himno que la comunidad LGTBI del suroeste asiático estaba buscando: tal fue su calado que la convirtió en la primera cantante israelí en acudir a la MTV y en actuar en Top Of The Pops. En cambio, algunos programas de nuestro país trataron su hazaña con el particular amarillismo que caracterizaba a Crónicas marcianas: centrados más en explotar el morbo que en generar una causa.

Un debate tránsfobo en Telecinco

Así de crítica se muestra la artista Roberta Marrero: “Su paso por el programa de Javier Sardá fue bochornoso. La entrevistaron y, a continuación, hicieron un debate con un señor mega tránsfobo humillándolas e insultándolas. Para nosotras fue bonito ver a alguien como ella ahí, pero no nos engañemos: algo tan arraigado como el desprecio a las personas trans no cambia de la noche a la mañana”.

Ahora bien, el hecho de contar con un referente mediático supuso un golpe sobre la mesa. Sobre todo, al haberse popularizado en un concurso que hoy congrega a más de 200 millones de espectadores. Un espacio, además, abierto a la reivindicación: en la letra de Diva, Dana desarrolla lo que entiende por feminidad, nombrando iconos de la mitología como Cleopatra, Afrodita y Victoria. Así, reforzaba un mensaje universal en el que la mujer no sólo destacaba por su atractivo, sino también por la libertad. “Cuando llora, Diva es un ángel. Cuando ríe, es un demonio. Ella es pura belleza y amor”, relata la canción.

“Rompió el estereotipo. Gracias a ella, pudimos celebrar nuestra incursión en ámbitos anteriormente vetados. Fue una de las pioneras en visibilizarnos sin ningún tipo de estigma. Entrar en la cultura resultó fundamental para acabar con nuestra criminalización. Ella abrió las puertas por las que luego ha entrado muchísima otra gente”, puntualiza Mar Cambrollé, histórica activista que promovió la Ley Integral de Transexualidad de Andalucía.

En Israel, dicho hito no impulsó ningún cambio legislativo de calado. A nivel social, por contra, convirtió el Orgullo Gay de Tel Aviv en el corazón LGTBI de Oriente Próximo. Bastante han cambiado las cosas desde su primera edición en 1998. En aquella ocasión, apenas 2.000 almas se atrevieron a desfilar por sus derechos en comparación con las 250.000 que aglutina la cita hoy. Si bien el matrimonio gay no está permitido aún, desde el 2006 las parejas homosexuales que se casen en el extranjero pueden obtener su reconocimiento.

Una mujer distinta a La Veneno

Ocho discos y 17 sencillos avalan una carrera marcada por el empoderamiento trans en todo el planeta. Tal ha sido el empeño de Dana que quiso regresar a Eurovisión para llegar aún más lejos. Lo logró con Ding Dong en 2011, aunque no llegó a clasificarse para la final organizada en Düsseldorf. No obstante, el objetivo lo cumplió con creces: de nuevo, se volvía a hablar de la bandera trans.

“Su salto a la pantalla fue una sorpresa para todas, tanto las que estábamos en el armario como las que no. Apareció en mitad de las polémicas que protagonizaba La Veneno, con una presencia distinta a la que vendía Cristina. El hecho de que se prestara al festival ya fue valiente, pero que ganara fue bestial. Sin esperarlo, parecía que la gente tenía una buena opinión de nosotras”, confiesa Judith Juanhuix, doctora en Física. A pesar de ello, pone el foco sobre un dato clave en aquella época: “Estoy segura de que no hubiera triunfado si no hubiese tenido un passing total: se visualizaba trans, pero no era leída como tal”.

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En 2023, Dana sigue empleando la música como armadura para su inagotable cruzada: acaba de lanzar La cucaracha, un cántico a la libertad cargado de ironía. “A mis 14 años era impensable encontrar un modelo a seguir con talento. De improviso, emergió ella. Fue alguien que, con un estilo kitsch, escapó de ser objeto de burla. No se ocultaba, quería que todo el continente la viera”, sostiene Aitzole Araneta, responsable de Igualdad de Pasajes (San Sebastián).

Un cometido que, pase el tiempo que pase, sigue cumpliendo a rajatabla. Sin dobleces ni estrategias: “Pese a que entonces se habló de una operación de marketing, de lo que no hay duda es que por primera vez pude admirar a alguien que, a miles de kilómetros del desierto referencial que era mi País Vasco natal, me decía: soy / eres / somos divas. Y así, en todo nuestro esplendor, es como merecemos que nos vean. Que nadie se atreva a decir lo contrario”.