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Divididos tuvo su esperado reencuentro con el público cordobés: así fue el show

Luego de la aplastante gira que los trajo hasta el estadio Mario Alberto Kempes en diciembre del año pasado para celebrar sus 35 años, cuyos festejos siguieron en el Cosquín Rock en febrero, Divididos revalidó a su chapa de “aplanadora” frente al público local con algunos guiños a las sierras de Córdoba, que precisamente se encuentran atravesando una difícil situación por los incendios.

La cita fue en la noche del viernes en un Quality Arena completo de seguidores que, aunque en su mayoría ya peinan canas, acompañan siempre a una de las pocas bandas que no necesitan ningún tipo de promoción de prensa. Los shows de Divididos se venden solos y como pan caliente.

Un capítulo aparte merecen las campañas solidarias que la banda apoya en cada punto del país el que se presenta. En el caso de Córdoba se encontraban algunos integrantes de la organización La Poderosa, quienes recolectaban alimentos no perecederos, ropa y vendían los ejemplares de la revista para recaudar fondos para los comedores que se encuentras desbordados en medio de la crítica situación económica.

El show de Divididos en Córdoba

El recital estaba previsto para las 21.30 y mientras todavía quedaba por lo menos un tercio del público afuera, la banda largó con su clásico El 38. Las requisas se apresuraron porque la gente que agolpó a querer entrar de repente mientras desde el estadio se escuchaban los aplausos y los coros del público.

Para cuando comenzó Haciendo cosas raras ya muchos se habían acomodado en sus lugares y la banda compuesta por Catriel Ciavarella (45), Diego Arnedo (71) y Ricardo Mollo (67) pudo saludar a sus seguidores y agradecer la presencia una vez más.

Desde el escenario sonaron luego La mosca porteña, canción del disco 40 dibujos ahí en el piso que cumplió 35 años; Salir a comprar (con su clásica intro de Another One Bites the Dust) y Casi estatua, que estuvo precedida por un solo explosivo de Catriel (el primero de varios que tendría el show).

Antes de entonar El Fantasio (y de dejar su “Estrato roja” para colgarse una Gibson) Mollo preguntó “¿¡Qué cordobés no visitó ese balneario!?”.

En paralelo, las luces láser acompañaron el movimiento del público que, cuando el tema terminó, entonó el clásico cántico: “Escuchenló, escuchenló, escuchenló… la aplanadora del rock and roll…”.

Llegaron Qué tal?, el himno de Sumo La rubia tarada, y la comunión entre los músicos y el público llegó a su punto más alto con Spaghetti del rock. Todos corearon el tema con sus celulares encendidos mientras Mollo se mostraba visiblemente emocionado.

La conmoción continuó cuando Ricardo presentó a Nito Llorente, un viejo amigo que decidió venir a vivir a las sierras de Córdoba hace muchos años y que fue uno de los que ayudó a Divididos en un momento crítico. “Hace muchos años nosotros estábamos por grabar el disco Acariciando lo áspero y no teníamos un ‘sope’ me metí y en su negocio (venta de instrumentos) y le pedí si me podía ayudar con un juego de cuerdas o unos parches para la batería y acá el hombre aportó a la causa”, contó Mollo agradecido.

Y luego agregó: “Tenemos unas amistad como de 30 años con Nito”. Entonces Llorente subió tímidamente al escenario para tocar Sister, una oda a la amistad que emocionó al público y al propio Llorente, quien tuvo su momento de atención total con el solo final del tema. Ambos se fundieron en un abrazo cuando terminaron.

Luego siguieron canciones como El burrito (Acariciando lo áspero), otro solo apabullante del Catriel que se llevó todos los aplausos, y la invitación para que tres músicos oriundos del norte del país interpretaran con delicadeza junto a la banda el tema Guanuqueando. Todo el honor al gran Ricardo Vilca.

Un cierre alargado

Luego de Vida de topos, llegó el momento del pogo con Salir a comprar, Cielito lindo y Crua-chan (canción de Sumo del álbum After Chabón). Luego Mollo amagó a tocar unos riff de Led Zeppelin para terminar con su conocida versión de Sucio y desprolijo.

El tramo final se alargó y alargó porque la gente no los dejaba y los músicos querían seguir. Luego de algunos descansos y despedidas, la banda siguió tocando con la misma energía, y de hecho Mollo se justificó más adelante diciendo que “la música tiene una energía que de alguna manera cura”.

Quedaban entonces los últimos pogos con Rasputín, Paisano de Hurlingham y luego de que alguien le arrojara una zapatilla que Mollo olió con desconfianza y descartó, llegó Ala delta y Paraguay, en un final que, como acostumbra la banda, fue demoledor.

“Nos vemos el año que viene en febrero en Cosquín Rock”, gritó el cantante.