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Fernando Savater: «La intransigencia es una forma de salud mental»

La madre de Fernando Savater (San Sebastián, 1947) era de familia tradicional, nada moderna. Pero era una gran lectora y cuando aparecía, cada dos años, la novedad de Agatha Christie que tocara, pues la autora de Asesinato en el Orient Express acostumbraba a poner libros como las gallinas huevos, desaparecía de la casa. Los cinco, seis o siete días que tardaba en terminar la novela, no estaba para nada ni para nadie.

Y eso, aquel entusiasmo, su hijo lo veía con admiración, quería tener una pasión así por algo. Sin darse cuenta, aunque inmediatamente, su madre le contagió el placer de la lectura, sucedió. Empezó escuchando, con los cuentos que le contaban y que fueron determinándole la vida. Luego, pasó a Emilio Salgari, a Julio Verne, siempre historias con historia, con argumento, las que conforman la biblioteca de una de las mentes que más ha hecho por la educación lectora, y cívica, en España.

Hoy, la lectura por placer es la «ocupación central» de la vida del filósofo. Sobre ella charlamos en esta entrevista en la que Savater habla, también, de la sociedad actual, del periodismo y hasta de su juventud.

P. ¿Qué es para usted la lectura?

R. La lectura ha sido la ocupación central de mi vida. Es el primer placer que descubrí por mí mismo y, con los años, como se van reduciendo otros placeres, ese va adquiriendo de nuevo una centralidad. Hoy, la lectura es la actividad fundamental de lo que hago, lo único que hago con placer, sin ningún esfuerzo.

P. Es curioso, porque, cuando leemos, perdemos la sensación del tiempo, pero a mí la lectura me da cierta sensación de inmortalidad.

R. Cuando estás leyendo, como te metes en el libro, no te puede pasar nada. Las cosas nos pasan fuera del libro. Dentro del libro, las cosas les ocurren a los personajes, el lector está resguardado por la eternidad. O sea que, efectivamente, sí, hay una cierta invulnerabilidad en la lectura.

P. ¿Leemos para perderle un poco el miedo a la muerte?

R. Yo he leído toda mi vida y sigo teniendo miedo a la muerte (ríe). Para mí la lectura ha sido siempre un placer y no entiendo por qué alguien se priva de un placer. Que alguien no quiera leer, yo no lo comprendo.

P. Pero no hay nada peor que la lectura obligatoria.

R. Ah, bueno, claro, eso es otra cosa, ahí la lectura pierde su carácter esencial de placer y se convierte en una cosa que puede ser útil, pero que ya no es la cosa placentera.

P. Me refiero, sobre todo, desde el punto de vista educativo.

R. Ortega tiene una página del daño que ha hecho a los colegios la obligación de leer El QuijoteEl Quijote es un libro de su época, antiguo, que a un niño de 14 años le dice muy poco. Me acuerdo, cuando apareció Harry Potter, que a mí me parecía maravilloso que hubiera un libro que los chicos de 12 o 13 años hicieran cola en una librería para esperar a comprarlo, era una bendición del cielo. Uno empieza leyendo unas cosas y luego pasa a otras, lo fundamental es que se te despierte la afición. Hay que dejar que la lectura suceda. Yo creo que el placer de la lectura se contagia, no se puede explicar, no se puede enseñar, se contagia.

Hay que dejar que la lectura suceda. Yo creo que el placer de la lectura se contagia, no se puede explicar, no se puede enseñar, se contagia

P. ¿Y cómo se lee hoy en España?

R. Yo no estoy de acuerdo con eso de que ya no se lee. Estamos leyendo y escribiendo constantemente, lo que pasa es que no son grandes obras literarias. La verdad es que yo me preocupo de lo que leo yo, esa labor misionera de que hay que hacer que lean mucho… Pues, si no quieren, que no lean, a mí me da igual.

P. Peor para ellos, ¿no?

R. Peor para ellos. Eso también es un poco, me parece, el error de los profesores, el empeño en leer y en preocuparse. Si en clase sólo leen cinco, cuida de esos cinco, no te empeñes en los 40 que no leen. Es verdad que los libros más vendidos no suelen ser los que a uno le gustarían más, pero bueno.

P. ¿El libro como lo conocemos hoy pasará a ser una curiosidad?

R. Yo estoy convencido de que los periódicos van a desaparecer en un plazo relativamente corto. En cambio, el libro va a resistir mucho más. Yo tengo un amigo que trabaja en informática y dice que, si el libro se hubiera inventado después del ordenador, todo el mundo hubiera creído que era un gran progreso. El libro es una cosa que está muy bien pensada, que tú controlas, el motor del libro eres tú, como lector.

P. ¿Y qué me dice de la comprensión lectora?

R. La comprensión está muy reñida con la velocidad. Hoy nadie presta atención durante mucho rato, hay muy poca capacidad de atención y el zapeo permanente yo creo que va en contra de la comprensión.

P. Además de eso, la lectura requiere silencio, pausa, que es lo que menos tenemos ahora.

R. Sobre todo, es lo que menos se valora. El problema es que no valoramos la intimidad, valoramos la compañía constantemente, que por supuesto es muy grata en muchas ocasiones, pero muchas veces lo mejor es estar con uno mismo.

P. Ahora que hay tanto debate sobre la identidad, la lectura permite la multiplicación del alma.

R. Eso es.

Todas las vidas, y eso los viejos lo vemos más claramente, son muy limitadas. Nada limita tanto como la libertad, porque eliges una cosa y descartas 10. A lo largo de los años, vas renunciando a vidas posibles

P. Vivimos nuestra vida, pero también las que la lectura nos ofrece.

R. Naturalmente. Todas las vidas, y eso los viejos lo vemos más claramente, son muy limitadas. Nada limita tanto como la libertad, porque eliges una cosa y descartas 10. A lo largo de los años, vas renunciando a vidas posibles. La literatura nos da esas vidas, nos proporciona atisbos de otras vidas opuestas. Y eso es parte de la riqueza literaria.

P. Otra cosa maravillosa es que desarrolla nuestra empatía, la capacidad de ponernos en el lugar del otro, una cualidad muy escasa en esta sociedad tan individualista.

R. Ser individualista a mí me parece muy bien. Prefiero los sentimientos individuales a los colectivos. Oscar Wilde decía que todas las sociedades progresan hacia un refuerzo del individuo y a mí eso me parece evidente. Cuanto más evolucionada es una sociedad, más refuerza al individuo. Ahora, ese individuo se pluraliza a través de la lectura. Yo tiendo a pensar que las personas que han leído mucho son mejores que las otras. Claro, no lo sé, en fin… A Hitler le gustaba mucho escuchar a Mozart y uno tendería a pensar que alguien que ama a Mozart es mejor, pero no es verdad, puedes ser un monstruo y amar a Mozart. Me cuesta pensar que una persona que ha leído mucho puede ser ferozmente cruel o despreciar a los demás, pero me temo que ocurrirá.

P. En el ser humano están presentes la bondad y la maldad.

R. Sí, sí, eso ya lo sabemos, y más presente lo segundo que lo primero, pero, sobre todo, que la educación no le sienta igual a todo el mundo. Volviendo al caso tan socorrido de la Alemania hitleriana, la Alemania de Weimar era la zona más civilizada y más culturalizada de Europa, y ya ves lo que pasó. Eso no deroga la importancia de la educación pero tampoco permite creer que el bien llega porque nos hemos esforzado, a veces nos esforzamos y no llega.

P. En uno de sus primeros libros, incluyó una cita de Bernard Shaw, «todo trabajo intelectual es humorístico». ¿Sabemos reírnos?

R. A algunos nos sale naturalmente. Yo siempre he dicho que don Miguel de Unamuno tenía el sentimiento trágico de la vida y yo tengo el sentimiento cómico de la vida. No voy a decir que todas las personas serias sean asnos pero tengo que reconocer que todos los asnos que he conocido en mi vida eran serios (ríe).

P. Le cito: «Estoy seguro de la victoria a largo plazo de los libros sobre cualquier otro tipo de armas». Y, sin embargo, la guerra, de nuevo, a las puertas de Europa…

R. Muchos libros empiezan cantando guerras, se basan en la guerra. La guerra es un tema permanente en la historia de la literatura. La literatura no nos va a curar de la guerra, a veces se inspira en la guerra.

P. Pero ¿se puede combatir la guerra con la literatura?

R. Se puede combatir la guerra con ideas, con reformas, con mejor política, la mera literatura creo que no, porque la guerra es un fenómeno colectivo y la literatura es un fenómeno individual, que es otra de las cosas en las que hay que insistir. La literatura es profundamente egoísta, porque es un placer que no necesitas compartir con nadie.

P. Y hay un libro para cada lector, cada lector lee su propio libro.

R. Por supuesto y por eso esa pregunta de «recomiéndeme usted un libro» es absurda. Antes, libro que empezaba, libro que terminaba. Ya no soy tan severo, hay libros que no es que sean malos es que no son para mí. Como me queda poco, administro mejor mi tiempo.

No voy a decir que todas las personas serias sean asnos pero tengo que reconocer que todos los asnos que he conocido en mi vida eran serios

P. «Nadie puede entrar en el universo literario sin sentirse escritor». Pero no todo el mundo puede ser escritor. ¿Cómo ve esa figura?

R. Yo, si he escrito, he escrito por fidelidad a lo que me causa placer, que es leer. A todos nos pasa lo mismo, las páginas que hemos escrito sabemos que no son más que una derivación de las que hemos leído, si no hubiéramos leído bien no habríamos escrito ni eso ni nada.

P. Gracián decía: «Hombre sin noticias, mundo a oscuras».

R. La pasión por la actualidad no me ha abandonado. Es verdad que la actualidad a veces también te preocupa, pero preocuparse es estar vivo.

P. En relación con eso, ¿el periodismo escrito es un género literario?

R. Sí, sin duda, y yo he disfrutado muchísimo con él. A mí me gusta leer artículos y a veces hay columnistas, periodistas, con los que discrepo muchísimo, pero me encanta cómo escriben. La buena columna me hace disfrutar muchísimo.

P. ¿Sigue siendo insustituible la misión del periodismo escrito?

R. Ah, claro que sí. El periodismo es una ética y una estética de la noticia, y eso no debe acabar. Un periódico es una visión del mundo, la propia distribución de las páginas es parte del ordenamiento del mundo. Un periódico bien hecho es casi como un sistema filosófico, es una cosa que te ordena el mundo.

P. ¿Y sabemos dialogar?

R. Bueno, yo tampoco creas que tengo por el diálogo una adoración.

P. No con todo el mundo se puede.

R. No, y no todas las cosas hay que dialogarlas. Yo creo que la intransigencia es una forma de salud mental, realmente el tipo que está dispuesto a ceder en cualquier cosa a mí me parece que es un débil mental. Lo que pasa es que la discrepancia debe ir acompañada de buena educación, no de brutalidad. Hay cosas que son fáciles de discrepar porque tampoco las conoce uno muy bien, pero en otros temas sería uno más intransigente, no me voy a dejar convencer tan fácilmente.

Es absurdo que dediquemos el tiempo a leer el folleto de instrucciones de un frigorífico y, en cambio, no conozcamos cómo funciona una democracia

P. ¿Todavía es posible una educación cívica, sigue creyendo en ella?

R. Yo he defendido eso toda la vida. Al comienzo de El valor de educar, yo decía que uno puede ser pesimista, en general, en su visión del mundo, pero, cuando entras en un aula y vas a dar clase, tienes que ser optimista. Un pesimista no puede dar clase. Con los años, a veces es difícil, la experiencia es tan negativa… Yo he dado clase treinta y pico años y estoy seguro de que en cada curso, en cada clase, 15 o 20 personas sí han sacado algo. Tampoco podemos considerar las cosas al peso. La educación va de persona a persona.

P. Como la lectura.

R. Claro. La educación, como el amor, se hace cuerpo a cuerpo, siempre hay una relación personal. Yo creo que merece la pena, no sé si es deformación profesional, pero yo creo que sí, y que debería haber una educación cívica. Es absurdo que dediquemos el tiempo a leer el folleto de instrucciones de un frigorífico y, en cambio, no conozcamos cómo funciona una democracia, cuando la democracia es el instrumento, la máquina que más importa para uno. Lo que pasa es que yo creo que esa educación cívica para la mayoría de los políticos ya llega tarde (ríe).

P. En cualquier caso, qué importante la figura del maestro.

R. Esa es la figura de la civilización. El maestro es la persona civilizadora por excelencia, la civilización es eso. Quizá, la imagen de una madre o un padre que además ejercen como maestros es la idea más sublime de la civilización. Cuando a veces trato de animarme me acuerdo de una vez, en el Louvre, que delante de mí iba una señora con un niño e iba explicándole los cuadros; yo iba siguiéndoles fascinado, porque pensaba que eso es la civilización.

P. ¿Qué queda del Fernando Savater que estudiaba Filosofía y en los carteles donde anunciaba los guateques ponía: «Irán ingenieros»?

R. (Ríe) Es que los filósofos, desde el punto de vista rentable, nunca hemos tenido muy buena fama, y con razón. De la juventud echa uno de menos eso, ser joven, nada compensa haber perdido eso.

‘Carne gobernada’

Fernando Savater

Editorial Ariel

176 páginas

20,90 euros