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La Vuelta certifica el triunfo de Roglic, el ciclista tranquilo

Llevaba días avisando Javier Guillén, director de la Vuelta, a todos los que hablaban con él. “Ojo con la sexta etapa”, la que llevaba de Jerez a Yunquera, un pequeño pueblo de la serranía de Ronda. Lo sabían todos. Ningún equipo, al margen de su poderío, puede decir que llegó a ese día, el 22 de agosto, sin saber que había un escenario peligroso como la pólvora. Y fue allí donde pudo cambiar la Vuelta, con un Ben O’Connor que tomó prestadas las piernas de Tadej Pogacar para dar un susto de espanto a todos, incluido Primoz Roglic, y acabar la Vuelta en segunda posición, sin estar en la casilla de ninguna quiniela para ocupar ese lugar de honor.

Reunidos estaban a principios de agosto los técnicos del Red Bull. No las tenían todas con Roglic. Con una vértebra fracturada, aunque fuese pequeñita, era un riesgo correr la Vuelta. Se había acelerado la recuperación desde que se cayó en la 12ª etapa del Tour, uno más en su historial de desgracias por la ronda francesa.

Él quería correr en España, porque la Vuelta es su carrera, porque creía en una cuarta victoria y porque ha disputado la prueba con la misma tranquilidad con la que afrontó el año pasado el Giro, que también ganó. No había que hacer exhibiciones porque la carrera se gana en Madrid y no en los montes de Andalucía, en las cumbres de Galicia o en los Lagos, por mucho que aficionados y cronistas quisieran poner leña al fuego.

La cabeza para remediar

Roglic dejó siempre que Enric Mas lo atacase, incluso que se marchase por delante como hizo en la sierra granadina, una locura de demarraje porque el descenso hacia la capital era tan largo que cualquiera que lo afrontase en solitario sería capturado como un preso perseguido por toda la policía. Y en los Lagos, hasta dejó que el mallorquín se convirtiera en su mejor gregario. Ganó una cuarta Vuelta, quizás con la evidencia de que no era el gran Roglic de las otras tres victorias, pero cuando las piernas quizá no avanzan como se querría está la cabeza para remediarlo. Así y todo, el corredor esloveno ganó tres etapas y sentenció la carrera en la penúltima jornada de montaña, en Moncalvillo, sobre los viñedos riojanos.

Corrió, además, con el convencimiento, con la inteligencia que atesora, de que la Vuelta o el Giro, a lo mejor el año que viene, deben ser sus objetivos porque con su paisano Pogacar en acción y Jonas Vingegaard al acecho, sabe que nunca podrá conseguir el triunfo en el Tour.

Si Roglic cumplió el objetivo, si O’Connor dio la gran sorpresa en la Vuelta al acabar segundo, Mas volvió a dejar la sensación de que quiere y no puede con una general de tres semanas. En la contrarreloj inicial de Lisboa, fue 13 segundos mejor que O’Connor. Partió, por lo tanto, con la convicción de que la segunda plaza de la general podría estar a su alcance, visto que Roglic pedaleaba en otra liga. Y volvió a tropezar con una especialidad que cualquier aspirante a una gran ronda debe dominar. No se puede permitir acabar en la posición 23 del día en una etapa ganada por el especialista suizo, uno de los grandes contrarrelojistas del pelotón, Stefan Küng. Así que acabó tercero.

Sirva como ejemplo el papel jugado por O’Connor para defender la segunda posición de la tabla de la Vuelta, que acabó 11º del día sin dar ninguna opción a Mas para arrebatarle el segundo lugar de la carrera.

El éxito esloveno

La última etapa, que por una vez no era un paseo de fotos brindando con cava, podía haber sido decisiva de no esclarecerse la carrera en Molcalvillo, el viernes pasado. Nada cambió. Roglic, sin arriesgar, acabó en segunda posición y volvió a ser el mejor entre los destacados de la carrera. Fue un día para disfrutar y aparecer feliz y sonriente por la hazaña de conseguir un cuarto triunfo. “Sólo quiero disfrutar del momento porque para ganar una carrera como la Vuelta debes hacer muchos sacrificios. Y no sólo yo, si no la familia. Pero es fantástico que las tres grandes vueltas las hayamos ganado dos corredores del mismo país”. Eslovenia es tierra grande cuando se habla de ciclismo gracias a Pogacar, vencedor del Tour y del Giro, y a Roglic.

El último día sólo sirvió para que Madrid viviera una fiesta ciclista, con las calles abarrotadas, en un domingo en el que se despedían tres corredores de la denominada clase media del ciclismo; un neerlandés, Robert Gesink; un belga, Thomas de Gendt, y un andaluz, Luis Ángel Maté.

Sirvió también para ver las últimas pedaladas de los que no cumplieron con los objetivos que se trazaron en la carrera. Carlos Rodríguez se apuntó a la Vuelta para tratar de corregir el rumbo de un Tour donde no consiguió estar al menos cerca de Pogacar Vingegaard, como hizo el año pasado. No se le vio un solo ataque y al final perdió el jersey blanco de mejor joven de la prueba en favor de un corredor danés que apunta alto, Mattias Skjelmose.

Landa y Van Aert

Mikel Landa puso el coraje que siempre le pide la afición, ya que sigue siendo el ciclista más carismático del pelotón español. Para él fue terrible despedirse de la pelea por el podio al descolgarse en el puerto de Herrera, en su patria alavesa, en el lugar donde entrena y en una etapa de caos total en su equipo.

Así que terminó la temporada de carreras de tres semanas con una Vuelta animada, bonita, peleada y sólo enturbiada por el accidente de Wout van Aert, el héroe caído en el combate de la carrera.