El metano (CH4) es el segundo gas de efecto invernadero más peligroso, justo por detrás del CO2. Y es que su capacidad de calentar la atmósfera es varias decenas de veces superior a la del dióxido de carbono. Aunque su persistencia en el medio no es de siglos como el CO2, sino de menos de dos décadas, ello es tiempo suficiente, alertan los expertos, para arruinar el clima si no se ataja su emisión. La producción de gas natural, la ganadería industrial y las alteraciones que sufren los humedales y el permafrost por el calentamiento global son algunos de sus motores.
«Hablamos mucho de CO2, pero ¿quién se preocupa por el metano?». Esta pregunta es la que lanzó el ingeniero Tony Fadell durante la séptima edición de Starmus, celebrada en mayo en Bratislava (Eslovaquia). El exdirector ejecutivo de Google Nest e inventor del Ipod, además de experto en el clima, afirmó que este gas de efecto invernadero tan solo representa el 16% de las emisiones contaminantes del planeta -el 78% es CO2- y, sin embargo, tiene 80 veces más poder de calentamiento que el dióxido de carbono.
Estados Unidos y Europa se comprometieron el año pasado, durante la COP28, a reducir al menos un 30% el metano que emite el mundo con respecto a 2020. Fadell desveló que conseguir este hito no es tan difícil como reducir el CO2. «Dependemos de muchos procesos que emiten dióxido de carbono en nuestra vida, pero eso no es así con el metano; no lo necesitamos», afirmó.
El ingeniero hizo hincapié en que, actualmente, hay muchísimo metano en la atmósfera, pero «no lo vemos» con la instrumentación convencional, motivo por el que se ha lanzado un satélite que rastreará estas emisiones.
El metano es propenso a filtrarse en el aire sin ser detectado. En relación al calentamiento global, tiene mayor impacto que el dióxido de carbono (porque es más eficiente a la hora de capturar radiación) y se descompone más rápido en la atmósfera. Esto representa un enorme desafío, puesto que su impacto es más inmediato sobre el clima mundial.
Gas natural y ganadería
A nivel global, el 50%-65% del total de emisiones de CH4 proviene de actividades derivadas del ser humano. Gran parte de este gas se emite a través de la industria del petróleo y el gas. «Es el emisor número uno, el 28% de las emisiones de metano dependen de este sector», indicó Farrell.
El otro gran ‘culpable’ son las emisiones de la ganadería y la agricultura, que representa un 25%. «Son los eructos y los pedos del ganado», explicó Fadell. El ganado doméstico, como las vacas, los cerdos, las ovejas y las cabras producen metano como parte de su proceso digestivo habitual. Aunque esto no debería suponer un problema, la masificación de la agricultura mediante la producción industrial ha provocado que esas emisiones se multipliquen para poder satisfacer las necesidades de toda la población mundial.
Pero no solo viene de los animales. El cultivo de arroz con cáscara, en el que los campos inundados evitan que el oxígeno penetre en el suelo, crea las condiciones ideales para las bacterias emisoras de metano. Este sector representa otro 8% de las emisiones de metano vinculadas a los seres humanos, según datos de la ONU.
Sin embargo, gran parte del problema para reducir las emisiones de metano es que no se sabe dónde están. Al menos, «hasta ahora», matiza Fadell. Y es que el satélite denominado MethaneSat, lanzado a principios de marzo, ya ha empezado a recolectar datos alrededor del mundo.
«El próximo mes empezaremos a proporcionar datos al respecto, lo que supondrá un antes y un después», indicó. «Creemos que hemos podido identificar el 80% de los puntos donde se está emitiendo metano a la atmósfera». «Nuestros datos ayudarán a políticos y empresas a entender cómo abordar esta problemática», añadió.
Permafrost y humedales, también
Especial atención merece lo que ocurre con las zonas húmedas y el permafrost, es decir, el suelo congelado de las regiones árticas. En condiciones normales, generan metano, pero debido al calentamiento global en curso liberan masivamente este gas a la atmósfera, establecimiento así un círculo vicioso de retroalimentación que no hace sino aumentar las emisiones.
Por tanto, y aunque parezca que se trata de un origen natural, estas emisiones desde zonas húmedas y permafrost siguen teniendo, en última instancia, un origen antropogénico. De ahí la urgencia de cortar cuanto antes con un gas cuya vida no es tan larga como el CO2, pero sí mucho más activa y eficaz a la hora de calentar nuestro planeta.
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