Por Mariano Saravia (Magister en Relaciones Internacionales)
Especial para El Diario de Carlos Paz
Llega un nuevo aniversario de nuestra independencia, el 208° aniversario. Y será justo este martes, coincidiendo con la semifinal de la Copa América contra Canadá, un país que se “independizó” recién en 1982. Pero que, aunque vos no lo creas, sigue teniendo como jefe de Estado al Rey Carlos III de Inglaterra.
Son símbolos, nada más… ni nada menos. La bandera, la fecha de la independencia, el himno, son símbolos. Incluso, hoy, ¿quién puede dudar que la camiseta de la selección es también un símbolo de identidad? Pero los símbolos son eso, elementos que simbolizan otra cosa, que representan algo. En este punto, lo que hay que entender bien es la relación entre dos conceptos: Nación y Estado. Me explico: el Estado es una realidad concreta, y para existir necesita elementos concretos como un territorio, una población y un gobierno. La Nación es otra cosa totalmente distinta, tiene que ver con la historia, la cultura compartida por un pueblo y, sobre todo, las ganas de seguir perteneciendo a ese colectivo.
Los dos conceptos (el Estado y la Nación) son construcciones sociales, y como tales, pueden surgir y también pueden morir. Y lo más importante, pueden no coincidir. Hay muchos ejemplos de Estados plurinacionales (Bolivia, Ecuador, etc.), de naciones sin Estado (País Vasco, Cataluña, etc.). También hay Estados muy jóvenes, más jóvenes que la Argentina (Italia es de 1861, Alemania es de 1871, como dijimos, Canadá es de 1982), y también hay Estados que dejaron de existir (Yugoslavia, Checoslovaquia, Unión Soviética, etc.).
Por lo tanto, más que repetir frases hechas y lugares comunes, el 9 de julio debería servir para reflexionar sobre estos temas: ¿somos una Nación, en qué momento empezamos a serlo, por qué en 1816 hacía falta tener un Estado y por eso la independencia, en qué punto estamos hoy?
Bueno, vamos por partes. Creo que empezamos a ser una Nación de a poco, como cualquier fenómeno social, fue un proceso. Pero hubo algunos puntos de inflexión. Uno de esos puntos fueron las Invasiones Inglesas (1806, 1807), cuando todavía perteneciendo políticamente al Imperio Español, ya empezamos a constituirnos como Nación.
La Revolución de Mayo fue otro punto de inflexión, pero no fue para nada una revolución antiespañola, sino una declaración de fidelidad a esa España ocupada por Francia. De hecho, la Primera Junta juró en nombre de Fernando VII. De ahí en adelante, un proceso político ambiguo, marcado por la famosa “Máscara de la Monarquía”.
El siguiente punto de inflexión fue la creación de la Bandera, aquel 27 de febrero de 1812. Porque ahí Manuel Belgrano patea el tablero y se caen las máscaras. Contra la orden de Rivadavia, el poder real del Primer Triunvirato, Belgrano crea una bandera, que es el símbolo más claro de una independencia. Para colmo, la hace jurar en Rosario, en dos baterías llamadas una Libertad y la otra Independencia. Ese es un paso fundamental en este recorrido de seis años.
Luego hay otro punto de inflexión, y es en julio de 1814, cuando José de San Martín está en la Estancia de Saldán, provincia de Córdoba, a la vera del arroyo y en la casa histórica del primer poeta argentino: Luis José de Tejeda. Allí, San Martín se entera de las noticias que llegan de Europa: Napoleón ha caído en desgracia, Fernando VII ha vuelto al trono de España, pero traicionando las esperanzas de los liberales y constitucionalistas, ha vuelto más absolutista y más déspota que nunca. Ahí, San Martín se da cuenta que ahora sí, no queda otra que romper todos los lazos con España, eso significa una independencia.
Y así llegamos a 1816, con todos esos antecedentes, por eso, sin tener en cuenta esos puntos de inflexión (1806, 1810, 1812, 1814) no se puede entender qué pasó aquel 9 de julio. Pero hay algo más, una cuestión de geopolítica fundamental. Para 1816, el único proceso político autónomo en pie es el de las Provincias Unidas del Río de La Plata. De todas las revoluciones y juntas de gobierno de 1810, todas las otras han caído y España ha recuperado terreno. En todo el norte de Sudamérica los realistas han arrasado y Simón Bolívar está deshauciado, deambulando por las islas del Caribe. En el Perú el poder realista está más firme que nunca, y ese poder se irradia al Alto Perú, hoy Bolivia. Brasil es una historia totalmente distinta, Paraguay está escribiendo su propia historia independiente, Uruguay está siendo disputado entre el artiguismo y los portugueses. Y, lo más importante, en Chile se han fortalecido los realistas, y por eso San Martín sabe que tenemos que cruzar la Cordillera nosotros antes que la crucen en sentido contrario ellos. Pero para eso, necesita que se declare la independencia, porque San Martín sabe otra cosa, que tiene que cruzar como general de un país independiente, no como un líder rebelde.
Así es como llegamos al Congreso de Tucumán y a los días y semanas previas al 9 de julio, cuando San Martín exigía a su delegado Tomás Godoy Cruz que se declarara la independencia. Era una necesidad imperiosa, por los múltiples motivos ya detallados.
Y entonces, las preguntas: ¿cuándo y por qué los pueblos deciden independizarse, por qué a veces distintas naciones pueden convivir y cuándo una nación necesita su propio Estado?
Además de los motivos de identidad, puede haber otras necesidades, como la seguridad o la prosperidad. Si es por identidad, Bélgica es hoy un Estado que tiene las horas contadas, porque las comunidades flamenca y valona no se soportan más. Si es por seguridad, hoy el pueblo palestino necesita tener un Estado que lo proteja del aniquilamiento al que está siendo sometido por Israel. Si es por prosperidad, uno entiende por ejemplo las independencias de los países bálticos o de otras naciones de la ex Unión Soviética.
Y todo esto es lo que nos lleva a pensar y repensar la independencia argentina. ¿Qué nos llevó hace 208 a declararla y, sobre todo, cómo la resignificamos hoy? ¿Cómo está hoy el tema de la identidad, cómo vivimos hoy la seguridad y la prosperidad? ¿Es real el peligro de disolución nacional?
Si la propia cabeza del Estado (ese Estado que logramos un 9 de julio de 1816) dice que se siente un topo que quiere destruirlo desde adentro, bueno, no hay mucho que agregar. Si desde ese mismo Estado se niega la prosperidad y la seguridad (seguridad alimentaria, seguridad habitacional, seguridad laboral, etc.), ¿cómo puede reaccionar el pueblo que sigue siendo atacado de esa manera?
Nunca olvidemos la indisociable relación de estos dos conceptos: Nación y Estado. Por eso, quien quiere destruir a la Nación quiere destruir al Estado, y quien quiere destruir al Estado, quiere destruir a la Nación. Son reflexiones que se imponen en este 9 de julio, mucho más allá de la semifinal de la Copa América.