Según detalla Infobae, en Avenida Rivadavia al 6.100, en el barrio de Caballito en Buenos Aires, desde uno de los departamentos del piso 13, un caniche se desplomó en caída libre. El tránsito activo, sobrecargado de autos y peatones de la avenida, aumentaba las probabilidades de que, a esa hora, pudiera impactar en alguien. Y así fue.
El perro cayó de lleno en la cabeza de Marta Fortunata Espina, una vecina del barrio, de 75 años, que había salido a hacer las compras en el almacén y la carnicería. Su muerte fue instantánea.
Los que estaban alrededor tardaron en entender qué sucedía. Todo fue demasiado repentino e insólito. Los primeros que se pudieron recuperar del shock o los que recién llegaban a la escena se abalanzaron sobre la mujer para intentar reanimarla.
Apenas llegaron a ella, descubrieron que nada podían hacer. La muerte fue inmediata. El informe forense determinó que se debió al aplastamiento de las vértebras que produjo el impacto del caniche en caída libre sobre la cabeza de la señora. Cachy también falleció en el acto.
En un instante, se produce un estruendo aún más intenso que el anterior, aullidos, gritos desesperados y llantos. El interno 15 de la línea 55 había arrollado a una mujer que se había acercado a lugar. El colectivo arrastró a la mujer varios metros. Otra muerte más.
La nueva víctima se llamaba Edith Sola y tenía 47 años.
“Yo trabajaba a tres cuadras de ahí, en el Colegio Eccleston. Era justo mi horario de almuerzo –le explica Hipólito a Infobae 35 años después-. Cuando escuché que había pasado algo y cómo nadie podía explicar los hechos, me acerqué al lugar. Desde lejos se veía una pequeña multitud. Había colectivos parados, mucha gente en la calle, varias ambulancias, Rivadavia ya estaba cortada y ni siquiera nos dejaron cruzar de vereda”.
Faltaba, aunque resulte inverosímil, otra muerte. Un hombre que había presenciado los dos decesos anteriores empezó a sentirse mal. Intentó alejarse del lugar de los hechos. Llegó a cruzar la calle Rivadavia, pero a los pocos metros no pudo más. Ingresó en una concesionaria de autos que había en la vereda de los números pares y pidió ayuda.
Mientras los vendedores de autos llamaban a una ambulancia, el hombre se desvaneció.Estaba sufriendo un infarto. Los médicos de una de las ambulancias que ya estaban ahí por los siniestros anteriores lo asistió y lo llevó al hospital. Los policías que estaban haciendo un cordón en la zona, cruzaron corriendo para hacer lugar para que pudieran llevarlo a un hospital cercano. Pero el hombre no resistió la crisis cardíaca y murió antes de llegar.
Otro testigo, un portero que todavía trabaja a unos 50 metros del lugar del accidente, cuenta al día de hoy que “no podíamos creer lo que había pasado. Era un drama absoluto. Hoy algunos hacen chistes con el tema pero fue una tragedia. A la señora la conocía, la veía pasar todos los días”.
En uno de los diarios de la época, un vecino relata que el matrimonio dueño del perro estaba devastado. El entonces encargado del edificio vecino cuenta que no entendían cómo Cachy se había caído.
Desde la calle, en la actualidad, se ve que todas las unidades del piso 13 tienen cerramientos o protecciones. Según las crónicas y el recuerdo algo difuso de uno de los testigos, el sitio tenía unas chapas de aluminio y el perro persiguiendo una pelota, pasó por un agujero que había entre ellas y cayó al vacío.
Pasaron más de tres décadas, el resto lo hicieron Internet, las redes sociales, la viralización y, por supuesto, la potencia irresistible de una inverosímil historia real.
Cuando ya nadie parecía recordar públicamente aquella escalada fatal, la historia regresó para ser recordada cada 21 de octubre.
Más allá de las representaciones, el caniche cayó desde el piso 13 sobre la cabeza de la señora Espina y después, muy poco después, en pocos metros de distancia, llegaron las otras dos muertes.
Fue una sucesión de eventos desafortunados, increíbles, agobiantes y hasta ridículos. Desafió toda lógica. Pero sucedió en Argentina y fue real.
Fuente y foto: Infobae