Mientras vos estabas en tu casa tranquilo el domingo, o tranquila, tomando mate o sentado en el sillón, se estaban definiendo cosas importantes para Mendoza. Y a su modo, para la Argentina también; en parte, en la proporción que sea, se jugaron elementos trascendentales. Y sin embargo, decidiste quedarte en la comodidad de tu hogar, calentito y sin tener que involucrarte demasiado.
Les hablo a los mendocinos que el último fin de semana no quisieron moverse para votar en los departamentos en los que les tocaba. Todos ellos conforman un fenómeno potencialmente peligroso: el domingo -y hasta que se conozcan cifras definitivas- el 43% de los mendocinos que tenían que votar decidió no hacerlo por nadie. O al menos , no votó absolutamente por nadie. Y, dentro de ellos, este número: 160.000 personas, directamente, no quisieron moverse de su silla para acercarse a una escuela durante 5 o 10 minutos.
La apatía política reina, entonces. Ahora, la pregunta es: ¿solamente es culpa de la clase política que nos desenamoró, o también nosotros decidimos lavarnos las manos de nuestro compromiso con los demás?
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Una mujer llega con su boleta al biombo dispuesto para el debut del nuevo sistema.
Foto: Axel Lloret / Diario UNO
160 mil personas. Hablame de distancia entre política y la gente y hablame de desinterés. Por eso insisto: ¿es solamente culpa de la clase dirigente que estemos así? ¿O también hay responsabilidad nuestra? Tal vez se nos está pasando -como se nos escapan miles de tortugas todo el tiempo- que por ahí vos y yo, o mejor dicho, los que decidieron no ir a votar, contribuyen al ejército de problemas que padece la Argentina. Y al mismo tiempo, contribuyen al propio fenómeno: a la falta de un liderazgo unificador y unánimemente reconocido.
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El ADN del desinterés político
De vuelta: 57 precandidatos hubo el domingo. 31 listas. Y sin embargo, para 190 mil mendocinos, la nada misma, la nada electoral, pesó más que todos ellos. Prefirieron eso antes que los nombres propios, 188.099 personas que se inclinaron, o por no desacoplarse de su reposera, o por votar en blanco, o por votar nulo, que a su vez tiene adentro la incertidumbre de los errores por el debút de la Boleta Única. Tema que el propio gobernador ya dijo que intentará modificar y sobre el que se ocupa más adelante esta misma columna.
Por otra parte, 116.000 sufragios sumaron entre los 7 que ganaron este fin de semana, los seis nombres del peronismo y uno del oficialismo sancarlino. Aun si los juntamos a todos en la hipercoalición de los vencedores, la nada también les ganó.
Candidatos vs Nada
La apatía, entonces, en primer lugar debe analizarse con su causa dual. Con sus dos cabezas llenas de responsabilidades, culpas y también con sus argumentos por demás atendibles. Pero, aunque esa indolencia no es la única fuente de lo que pasó, debe ponerse sobre la mesa porque ya es un fenómeno en crecimiento. En las últimas elecciones legislativas ya se habló bastante -ya ganó la calle, podría decirse- aquel debate sobre la participación electoral. Si fue mucha, si fue poca, y si Mendoza pudo -como siempre quiere hacer- ser un faro ejemplar ante el yerro generalizado de las demás provincias.
En esté gráfico se observa más o menos esa evolución. O involución. Como se quiera.
ADN de la apatia electoral
Índice de participación desde que existen las PASO nacionales. Las primeras fueron las más altas. Las últimas, las más bajas.
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Los que se lavaron las manos
Hay que ver qué problemáticas trajo la nueva boleta única para que haya tantos votos nulos. Resultados atados a cuando termine de revisar cifras la Junta Electoral, que, según lo que contaban a Diario UNO, arrojará datos jugosos de su encuentro final. Por ejemplo, votantes que inscribieron su cruz -su «X»- encima del logo partidario. Donde decía «Cambia Mendoza», «Frente Elegí» o «Partido Verde», ahí ubicaron el lapicerazo, cuentan. Ahí, en lugar de sobre el cuadrado blanco que estaba a sólo dos centímetros.
Pero en esos errores también hay que recoger claves políticas y claves de responsabilidades y culpas. ¿Las hay de este gobierno, de Rodolfo Suarez y de sus legisladores que impulsaron este cambio, pero sin lograr que toda la ciudadanía lo entendiese? Sí. Pero tampoco era posible tener un margen de error que diera igual a cero. A pesar de que el sistema era absurdamente sencillo, evidentemente para mucha gente no lo es.
Entonces hay: apatía, enojo y errores propios del nuevo sistema. Pero también desinterés. ¿Un desinterés del todo válido? ¿Del todo justificable? Absolutamente no. Por eso vuelvo a vos. Vos, que no quisiste votar por nadie, sos central en lo que pasa y en el resultado final de estas elecciones. Porque si decís que no te gusta nadie, que no te gusta ninguno de los candidatos, se te podría retrucar -con bastante razón- si realmente conocés a todos los que se presentaron. Si manejás su trasfondo, sus contextos, lo que piensan, las propuestas que hacen.
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Stevanato, uno de los ganadores del pasado domingo.
Foto: Axel Lloret / Diario UNO
Si manejás todo eso, o al menos una buena parte, entonces es valorable que te hayas decidido a descartarlos a todos por igual y en un sólo acto de abandono en seco. Se puede hacer.
Ahora, si te falta algo de esa data. O mejor dicho, como queda de manifiesto a partir de ciertas conversaciones, si te falta «todo» de esa data, entonces preguntate si no te estás lavando demasiado las manos ante algo que se puede llevar el futuro de tus hijos, o el tuyo propio. O más que eso: el presente de todos nosotros.
¿Cómo saber si esta decisión de no interesarte en las elecciones pasadas, ni tampoco en las que vendrán, no le está haciendo ganar elecciones a la peor opción posible? En las de junio, de gobierno local, por ejemplo. O en las presidenciales: quizás tu apatía le esté dando votos al enemigo. Insisto: ¿Quién lo sabe?
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Festejos de La Unión Mendocina, el frente de De Marchi, Orozco y Difonso en el Valle de Uco.
Así que la apatía tiene una carga doble: ellos, que nos desenamoraron, y nosotros, que entendimos que era válido deshacernos del voto como modo de protesta, o al menos sin pensar en sus consecuencias. Porque «ya fue». Porque todos parecen lo mismo (aunque no lo son). Y en parte es comprensible, porque dentro de esa clase política, es verdad que muchos están «en otra» y que ganan 700 mil pesos sólo por ir a levantar la mano. Ahora; la pregunta es si está bueno que nosotros también estemos en otra.
Puede llegar a ser un error insalvable y al que, para peor, algunos andan exhibiendo con orgullo.
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Cambios a la Boleta Única y el costo de no votar
Hay que hablar del rol de Estado en todo esto. En primer lugar, ya se dijo: Suarez deberá revisar los puntos flojos de su campaña para concientizar sobre la Boleta Única, porque no puede ser que en San Rafael se hable de mesas con el 15 al 20% de anulación de votos. No puede ser. Debe estar escondido el error de mucha gente en esas cifras. Y el propio Gobierno lo está admitiendo, con las dos alocuciones del gobernador, quien ya afirmó que habrá un ajuste en la forma de hacer llegar el sistema a la gente.
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Destéfanis. Triunfo del ala más kirchnerista en Santa Rosa.
Tampoco tienen sentido los números si llevamos el 8% de sufragios anulados que hubo en Maipú al padrón nacional. En proporción, eso sería el equivalente a que dos millones de personas hubiesen anulado el voto en todo el país. Dos millones es cinco veces más que lo normal -que la última elección, por ejemplo-. Así que es indudable que las equivocaciones de los que tenían una difusa comprensión de la boleta jugó un factor clave. A revisar, y si faltó o falló algo, aceptarlo. De nuevo: el margen de error cero era un imposible.
Pero más allá de fallas o no fallas, y corriéndonos de Mendoza particularmente, hay un elemento esencial -también de parte del Estado- que participa del fenómeno que nos aleja de la elección. Es el monto de la penalidad económica por no ir a votar. ¿Sabés cuánto es? 500 pesos como mucho. Puede ser menos.
Y es algo muy simbólico de esta Argentina, un país donde fallan las leyes porque no hay nadie que te castigue por no cumplirlas. Falta alguien que venga y te diga, «che, flaco, tenías que cumplir con esto y este es tu castigo por no haberlo hecho». De eso, lamentablemente, en gran medida carecemos. Y en un acto obligatorio y tan social, histórica, institucionalmente significativo como ir a votar, en la mismísima cuna o fuerte de la democracia que es esa urna, fijémonos qué pasa: la penalidad es de 500 pesos. El equivalente a dos paquetes de galletas o a 15 huevos. Tres empanadas valen 500 pesos.
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Habrá cambios antes de la próxima elección, vaticinó el Gobierno local.
Ese es el mensaje: votar no es tan importante. Y en este momento en que muchos sienten asco de la política y a la vez miedo del futuro, quizás sería valioso comprender que esas dos esferas (dirigencia y porvenir), aunque no nos guste, van a ir casi siempre de la mano. El día que entendamos eso y lo apliquemos a este tipo de procesos electorales, seguramente le prestemos mucha más atención y le demos más trascendencia al hecho de tener un voto en nuestras manos, en nuestro poder.
Por lo menos le habremos dado más importancia que la que le dieron 190.000 personas el pasado domingo. Que, como ha quedado demostrado, en gran medida fue prácticamente nada.
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