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Hugo Alconada Mon ingresa al gran Juan Vucetich, creador de la dactiloscopia, a la novela policial

Su personaje de ficción es un joven guardiacárcel, Valentín Hierro, que busca desentrañar, a su vez, el asesinato de su madre, guiado por dos personajes reales convertidos en íconos, tal vez en leyendas: Juan Vucetich, inventor de la dactiloscopia, y Eduardo Álvarez, primer detective en la historia de la policía de la provincia de Buenos Aires.

Fiel a su intenso ritmo de vida, a media mañana Alconada Mon ya ha lavado los platos en su casa, corrido 14 kilómetros, hecho los mandados y se apresta a dialogar con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

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«La Cacería de Hierro», el último libro del periodista Hugo Alconada Mon.

-¿Corrés maratones, Hugo?

-Sí. Estoy corriendo medias maratones y maratones: más o menos unos 45 kilómetros semanales.

-¿Qué te aporta esa rutina?

-Es una forma, por un lado, de bajar los decibeles, de ordenar la cabeza, de recargar baterías. De hecho, aunque parece contradictorio o paradojal, yo, cuanto más cansado estoy, más interés tengo en salir a correr.

-¿Por qué?

-Porque me ayuda a limpiarme. E incluso, ese envión de endorfinas después me ayuda durante el día. O sea que, a mí, la verdad, correr me hace muy bien.

-Al reflexionar sobre tu nuevo libro, caemos en la cuenta de una singular coincidencia. Venimos de entrevistar, en este último tiempo, a tres escritores con estos rasgos en común: son abogados, que se convirtieron en exitosos autores de policiales y que ambientan sus tramas en sus tierras de origen: María Oruña en Vigo, Manel Loureiro en Galicia y vos en La Plata.

-Sí, porque hay ahí, yo creo, un caldo de cultivo común. Por un lado, el amor a tu lugar. Yo, francamente, soy platense y lo siento. A mí esta ciudad me encanta. Además, es el lugar que conozco.

-Lo conocés al dedillo. Lo ratifican tus libros.

-Entonces, cuando voy a darle verosimilitud a un texto, el apoyarme en una ciudad que conozco, que he recorrido de día, de noche, los barrios, la periferia, etcétera, te ayuda.

-Claro. Fundamental en el aspecto práctico.

-Pero, al mismo tiempo, es una cuestión de gustos, de pasiones. Y en cuanto a que seamos abogados, creo que vos, yo, somos de la generación en la cual había tres, cuatro carreras para elegir. Eran Derecho, Medicina, Ingeniería y ponele que ya un poquitito menos Ciencias Económicas. Y ya está.

-Era un condicionamiento de base, un mandato familiar.

-Por lo tanto, todos los que íbamos para el palo más humanístico, teníamos que ir por el lado del Derecho. Te aclaro algo: a mí me encanta el Derecho y hoy me siento abogado, aunque no ejerzo.

-Se te nota.

-Se trata de una combinación en la cual no es una cosa u otra. Son dinámicas que se van complementando. Por eso, para la novela termino abrevando en mi recorrido como periodista, en lo que aprendí como abogado, en el recorrido de mi ciudad y todo eso me ayuda a construir el texto.

En el living de Grupo América. Hugo Alconada Mon habló antes de su charla en el foro de Valos.

El periodista Hugo Alconada Mon durante una visita en Mendoza, en el living de Grupo América.

El periodista Hugo Alconada Mon durante una visita en Mendoza, en el living de Grupo América.

-Loureiro, por otra parte, dejó una pista muy interesante. Dice, en resumidas cuentas, que el abogado es un relator nato porque, para sacar un caso adelante, tiene que convencer al juez, a los fiscales, al jurado. O sea, armar todo un relato creíble y que funcione.

-Sí. Y al mismo tiempo, los conocimientos que te da estudiar Derecho te permiten exprimir de otro modo algunos textos, algunos documentos jurídicos, las sentencias.

-¿Cómo se traduce esto en La cacería de Hierro?

-La novela aborda un doble crimen que ocurrió. Posta, esto está basado en hechos reales, en 1892, en Necochea, que en ese momento era un pueblo en miniatura. Recién empezaba a crecer.

-Un crimen que causó conmoción.

-Estamos hablando de dos chiquitos que aparecen degollados y la mamá, degollada también, que sobrevive, marca al presunto asesino. Pero el tipo dice: yo no fui. A partir de entonces arranca el “qué pasó allí”.

-Estando todo esto tan lejano en el tiempo, ¿cómo lo trabajaste?

-Para poder reconstruir aquella historia, lo que hice fue, por un lado, abrevar en los pocos documentos que perduran, porque el expediente judicial se perdió, pero quedó la copia de la sentencia; quedó el informe, que también es real, del primer detective en la historia de la policía de la provincia de Buenos Aires. Entonces, aquellos conocimientos como abogado me ayudaron, si querés, a exprimir un poco más esos pocos documentos que quedan.

-Por si esto fuera poco, vos fuiste a ver el lugar de los hechos, en Necochea.

-Sí. Yo lo cuento medio en broma porque fui en temporada baja. Caí justo cuando había un temporal y fui, precisamente, para tratar de entender, hoy, en la actual ciudad, el lugar, la topografía.

-¿Cómo te trató la atmósfera?

-En plena temporada baja, como te decía, había un temporal, hacía frío y creo que la gente de Necochea se llamaba entre sí, mirando quién era ese tarado que caminaba justo en ese momento bajo la lluvia.

-Un tarado que, encima, merodeaba.

-Claro, porque yo iba de un lado al otro, midiendo los tiempos, calibrando si yo hacía hablar a dos personajes de una cuadra a la otra, si me daban los tiempos para el hablar.

-Un tipo raro, en definitiva.

-Te doy un ejemplo. Hay un personaje, el primer detective del que te hablé…

-El comisario Álvarez.

-Correcto. Álvarez cuenta los pasos que hay desde la orilla del río Quequén hasta la punta del barranco. Son 98. Bueno, esos pasos los conté yo también.

¡Qué bárbaro! Nos hacés acordar a otra reciente entrevista, esta vez con Álvaro Abós, que centra su nuevo libro, Capilla ardiente, en una masacre ocurrida en Tandil, en 1872. Él también fue hasta allí, aunque la ciudad sea otra, para reconocer el escenario de su historia.

-Pero todavía hoy te quedan indicios, te quedan rastros. Ejemplo. En la plaza principal de Necochea hay un caserón de aquellos años que tiene todavía en el temple la margarita. Es decir, todavía te quedan esos pequeños indicios de aquella Necochea que a mí me aportan datos, imágenes, contexto, para narrar esta historia.

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Hugo Alconada Mon presentó recientemente su última novela histórica.

Hugo Alconada Mon presentó recientemente su última novela histórica.

-Perfecto. Gana todo en verosimilitud.

-Porque es una novela histórica, basada en hechos reales, pero que, al mismo tiempo, es una novela policial, con cuotas de ficción; y que tiene, a su vez, como en esa dinámica de mamushkas, un doble crimen que, al comprenderlo, le permite al protagonista, Valentín Hierro, avanzar y tratar de resolver su propio crimen pendiente.

-Ahora bien, el sustento histórico fuerte de tu novela es el protagonismo del dálmata Juan Vucetich. Como dice, textualmente, tu comisario en la página 56, «las huellas dactilares se conocen desde hace miles de años, pero ninguna policía del mundo las utilizaba para resolver crímenes», hasta que Vucetich sistematizó el sistema. Es decir, fue un gran «argentino».

-Totalmente. Estamos hablando de una Argentina de fines del siglo XIX. Era un momento en el cual cientos de miles de inmigrantes cruzaban el Atlántico y el Pacífico en busca de un futuro mejor en Australia, en Estados Unidos, en la Argentina, en Brasil.

-Llegaban en oleadas, eso está claro.

-Entonces, vos y yo, por ejemplo, podíamos estar viniendo de España, llegábamos al Río de la Plata y veníamos de matar a cuatro personas en Madrid, pasando a ser Juancito y Pedro. Es decir, arrancábamos de nuevo. Y ponele que estafáramos a quinientas personas, robáramos cuatro bancos y cruzáramos hacia Chile. Ahora éramos Lucas y Joaquín. Y otra vez arrancábamos de nuevo.

-Siempre con el currículum intachable.

-Entonces, en ese contexto, el desafío era saber quién es quién, quién sos vos.

-Y las huellas, en sí mismas, no eran la solución.

-Sí se sabía qué eran las huellas dactilares. Sí se estaba determinando que eran únicas e irrepetibles. Pero el punto era, en un periodo previo a las computadoras, darle utilidad a eso.

-Exacto, sacarle partido a un amontonamiento de datos.

-Vamos a hacerlo simple. Si hoy vos y yo tomamos todas las huellas dactilares de todos los que están en la Argentina, o sea, cuarenta y cinco millones de fichas, y después recuperamos una de esas huellas en una escena criminal, ¿qué vamos a hacer? ¿Empezar a acotejar esa huella con todas las fichas? ¡Nos vamos a pasar el resto de nuestras vidas!

-¿Cuál fue el aporte de Vucetich, entonces?

-Lo voy a contar para que se entienda. Lo que logró Vucetich fue el método que permitió sistematizar y encontrar, en cuestión de minutos, la ficha dactilar correcta. Es decir, logró hacer lo que decía Berugo Carámbula, «¡Alcoyana, Alcoyana!», en minutos. Eso fue un bombazo.

-Lo paradójico, como vos contás, es que pese a su gran aporte pionero para el mundo, Vucetich fue perseguido. Por eso uno de los personajes lo compara con Francis Bacon, otro perseguido por sus descubrimientos.

-Lo que voy a contar ahora no es parte de la novela, así que no estoy espoileándola. Lo que ocurrió fue que, cuando Juan Vucetich desarrolla este sistema, se verifica que funciona y es un bombazo, lo que él hace es recorrer el mundo. Viaja a China. De allí se va hasta San Francisco, luego a Nueva York, Washington, La Habana, Madrid, Lisboa, París, Roma. Y en cada lugar, en cada capital que pisaba, se lo recibía, se aceptaba el método, se lo condecoraba y le ofrecían quedarse a trabajar.

-Pero no agarraba viaje.

-Este hombre, que tenía su familia ya arraigada en la Argentina, dice: no, no, yo me vuelvo. El pequeño problema fue que cuando volvió a la Argentina lo declararon cucaracha.

-¿Y por qué?

-Porque él, a su vez, consideraba que esto era mucho más que un método para identificar criminales. Consideraba que era una oportunidad de identificar a todos y de darles derechos a todas las personas.

-Fundamental, en esa época.

-Es que, si vos eras analfabeto, pero ponías tu dedito, pasabas a ser Andrés por el resto de tu vida; si vos decías «este es mi hijo» y le marcaban el dedo, pasaba a ser el hijo tuyo por el resto de su vida. Para él, entonces, lejos de ser un registro criminal, lo suyo era una oportunidad de un registro civil.

-Imperdonable acierto para la época.

-Ahí es donde la policía lo declara cucaracha, ¡lo echan de la fuerza! y termina viviendo como un pobre hombre en la casa de sus suegros hasta que murió. Solo después de muerto lo recuperó la policía, porque ya no se podía quejar; y lo ascendieron a comisario mayor post mortem.

-Paradojas, crueldades de la historia. Por otra parte, como consignás en los agradecimientos, la familia Vucetich colaboró con vos aportando material, ¿no?

-¡Total! Yo terminé hablando con nietos, nietas y bisnietos de Juan Vucetich. Y, por ejemplo, esta alusión que vos decías acerca de cómo él alude y se compara con Francis Bacon, surge de una carta a su esposa que una de las nietas me permite leer.

-Justamente, por ser muy sustancioso dentro de la historia, te estaba por preguntar si lo de Francis Bacon es algo histórico o te lo habías inventado.

-Precisamente, se trata del esfuerzo periodístico por tratar de reconstruir lo que realmente pasó, por tratar de entrevistar a los protagonistas o, dado que están fallecidos, a sus descendientes para saber qué escucharon.

-Fue un tesoro, la familia, para vos, entonces.

-Así es como, por ejemplo, una de las nietas de Juan Vucetich que quedan vivas, Teresita Martino Vucetich, una mujer de noventa años, divina, me invitó a tomar té con scones a su departamento.

-¿Y qué encontraste ahí?

-Terminó mostrándome el primer rodillo que usó Vucetich para entintar los dedos, para marcar las huellas dactilares. Lo guarda ella. También cartas manuscritas de Vucetich. Y me fue dando aportes de la historia oral.

-¿Recordás alguna anécdota significativa?

-Te doy un ejemplo de la historia oral que todavía hoy se transmite en la familia Vucetich. Y es que el abuelo Juan, así como se esforzó por identificar a las personas y pensó en un método a través de las huellas dactilares de los dedos de las manos, también evaluó si las orejas permitían identificar a los humanos.

-¡No te puedo creer! (risas).

-Pará, pará. Aclaro a los oyentes que esto es posta. Juan Vucetich coleccionaba orejas humanas.

-¿De dónde las sacaba, si se puede saber?

-Esa es la pregunta del millón. ¿De dónde carajo las sacaba!

-Supongamos que era de la morgue. No andaría cortando orejas de los seres vivos.

-El recuerdo de la nieta era el escritorio de Vucetich plagado de orejas humanas.

¿Pero entonces elaboraba un método parecido al de Lombroso, digamos, para sacar la clasificación de una persona por la forma de la oreja?

-Es muy buena tu pregunta. Era un periodo histórico en el cual se ponía el esfuerzo en tratar de identificar a las personas y, eventualmente, dentro de un contexto entre positivista y racionalista, evaluar si era posible anticipar la criminalidad.

-Sí, un clima de época.

-Vos tenías algunos, como Lombroso, que desarrollaban teorías sobre cómo se podía presumir, sospechar, quiénes podían llegar a ser criminales. Por ejemplo, los que tenían las orejas salientes podían tener una tendencia mayor a la criminalidad. Los que tenían una cabeza con una forma de zapallo anco, también. Luego viene otro que es Alphonse Bertillon, pero tenía otro método.

Y entonces llega nuestro hombre.

-Después llega Vucetich, que intenta con las orejas y logra desarrollar lo de las huellas dactilares.

-Por esto mismo que estamos hablando, tu libro también podría funcionar como una precuela de la serie Mindhunter.

-Sí. Y además, el asunto tiene todavía impacto en nuestra vida cotidiana. Veamos. Cualquiera puede pensar que ahora, entre el ADN y el iris, eso de las huellas dactilares ya pasó. No, no, no, no.

-Dame un par de ejemplos, para que el oyente lo entienda mejor.

-Uno, hay ocasiones en las cuales vos para poder abrir aplicaciones de tu teléfono tenés que poner el dedito, la huella dactilar. Número dos, cuando vos querés entrar o salir de un país, tenés que poner la huella dactilar. Y número tres, recordarán los oyentes que hace muy poco identificaron a dos espías rusos que estuvieron viviendo en Buenos Aires. Estuvieron protagonizando ese gran intercambio de espías, el mayor desde la Guerra Fría.

-Un caso muy sonado, justamente.

-¿Sabés cómo los embocaron? Interpol le pide a la Argentina, a Rusia y a Eslovenia las huellas dactilares. Con eso lograron identificar que los que decían llamarse de un modo, en realidad eran dos ciudadanos rusos. Se terminó la discusión.

Hablando de series, podríamos asociar este caso a The Americans.

-Exactamente. Es un ejemplo de esos en los cuales la realidad supera a la ficción. Con los años que ya llevamos en periodismo, la cantidad de veces en las cuales la realidad supera la ficción ¡es de locos!

-Ni que lo digas.

-Otra vez para los oyentes. Si yo escribiera en una novela que hay dos espías rusos viviendo en Buenos Aires, con otra identidad, que fueron detenidos en Eslovenia y que participaron del mayor intercambio de espías desde la Guerra Fría; que cuando están arriba del avión les dicen a sus dos pibes, que nacieron aquí: «En realidad ustedes no son argentinos,con lo cual, la camiseta de la selección argentina se la pueden sacar,porque su selección ahora es la rusa; Messi ya no es su ídolo, ¡es Shevchenko!». Y además, cuando están bajando por la escalerilla del avión, aparece Vladimir Putin, que, como los chicos no hablan ruso, les tiene que decir en español «¡Buenas noches!». Vos me dirás, entonces: Hugo, larga las drogas porque te fuiste de mambo (risas).

-Otro ingrediente que le va dando encanto a tu historia es que, sin volverte culturoso, la vas salpicando de referencias culturales de la época como, por ejemplo, mencionar a Francis Bacon, hablar de los símbolos masónicos de La flauta mágica, de Mozart o ponerlos Florentino Ameghino y su librería como partes de la trama.

-Te agradezco eso. Es lo que busqué. Digamos, busqué, por un lado, pintar una época, pero que no se transformara en un manual porque eso es aburridísimo, es un embole.

-¿De qué manera pensaste esas pinceladas?

-Yo lo que quería, y espero que vos me digas si fue así, si lo logré o no; quería hacer una suerte de policial hábil, entretenido y que, cuando vos empezaras a leer, te agarrara del cogote y no te soltara hasta terminarlo. Y que, entonces, cuando yo te aportara algunos detalles históricos, fuera porque lo ameritaban y porque debían estar allí.

-A eso apuntaba, justamente.

-Entonces, por ejemplo, fue una realidad que los cinco sabios de La Plata,que son Vucetich, Ameghino, Spegazzini, Korn y Almafuerte, vivían sobre la avenida 60, ¡en cuatrocientos metros!

-¡Guau! ¡Qué generala de ases!

-Con lo cual, se juntaban en la librería de Ameghino, pero Korn le daba clases a Vucetich; y Vucetich, a su vez, se tomaba el café con cualquiera de ellos. Eso era espectacular.

-Me preguntaste si la cosa funcionaba. Leemos el mensaje de un formidable lector y maestro enólogo, Roberto de la Mota: «Me encantó el libro de Hugo Alconada Mon. Es muy ágil y rápido de leer. Además de gustarme el personaje de Valentín Hierro, su obsesión por conocer al asesino de su madre y de la admiración que tenemos todos por Vucetich, me encantó el investigador Álvarez, que es otro personaje real».

-Primero, transmitile mi agradecimiento, porque es un mensaje lindísimo. Y me emociona, porque ese era mi esfuerzo. En ese contexto, en la misma tapa de la novela hay tres hombres de espaldas.

-Estupenda la tapa. ¿De quién fue la idea?

-De Juan Ventura, un genio. Un gran, gran diseñador argentino. Muy bueno. Y allí lo que tenés es, por un lado, a Vucetich. Por otro lado, a Álvarez. Son dos personas que realmente existieron.

-Fundamentales, los dos, en el desarrollo del argumento.

-Eduardo Álvarez fue, en serio, el primer detective en la historia de la policía de la provincia de Buenos Aires. El cargo era comisario de pesquisas. Y el tercero, Valentín Hierro, es el muchacho que intenta aprender de estos dos hombres ya más grandes, en una suerte de osmosis, si querés, haciendo el mismo recorrido que en El nombre de la rosa, de Humberto Eco, hacen entre el fraile mayor y el novicio.

-Un camino de aprendizaje…

-Es esta idea de decir: mirá. Aprendés porque mirás. A todos nosotros nos ha pasado. En las redacciones, uno aprende no por lo que le dicen, sino porque intenta replicar lo que hacen los maestros. Cuando el maestro dice esto no funciona, vos decís: listo, ya no voy a tropezar con esa piedra. Esa fue la idea.

-¿Por qué lo armaste de esta manera?

-Los lectores me decían, por ejemplo: ¿y por qué tres hombres? ¿Por qué te falta la cuota femenina? Por lo tanto, hay que recordar, otra vez, el contexto histórico. Estamos hablando de fines del siglo XIX, cuando había una gran presencia de inmigrantes. Y en esa La Plata naciente, según el primer censo de 1884, a los dos años de fundada, el 88% eran varones.

-¿Y por qué ese porcentaje?

-Porque eran los hombres que venían en busca de un futuro. Si les iba mal, los enterraban. Y si les iba bien, conseguían un pedazo de tierra y traían a sus familias a La Plata. Por eso, aquellos primeros años eran de puro hombre, porque no había nada; había todo por levantar.

-Tal cual, un panorama monocolor…

– Así pues, en ese contexto, tratar de darle protagonismo a la mujer, cuando, además, las mujeres, en aquel momento, estaban, si se quiere, relegadas, entre comillas, a la cocina, hubiera sido un anacronismo, hubiera sido una falsedad.

-Tu protagonista joven, el guardiacárcel Valentín Hierro, da la impresión de que se puede transformar, de aquí en más, en tu comisario Montalbano, siguiendo la traza del personaje icónico de Camilleri.

¿Puede ser?

-Tu olfato es el correcto, sí. Mi idea es, eventualmente, que entre Álvarez, Hierro y Vucetich haya un recorrido adicional; y que vaya creciendo Hierro, no necesariamente para hacer una saga, pero sí para aprovechar la oportunidad que me ofrecen para continuar en ese periodo histórico.

-¿Qué te atrae de ese tramo del devenir nacional, para seguir escarbando ahí?

-No es una cuestión de repetirme, sino que es un periodo histórico que me apasiona.

-¿Qué, por ejemplo?

-Es el fin del siglo XIX, entre 1880, 1900, un periodo que puede ser tomado como el de la generación del ochenta o el del régimen oligárquico conservador. Una crisis financiera galopante de 1890, la revolución del parque, la revolución de 1893, inmigración, masonería, anarquismo, ¡Roca, Rocha, Mitre, Pellegrini, Sarmiento, Alem, Irigoyen, caminando por las calles!

-Un seleccionado para la historia…

-¡Un periodo que es una locura! Intentan levantar una ciudad en medio de la nada y hacen La Plata con edificios imperiales. Es el surgimiento del teléfono, los primeros tranvías eléctricos, la transformación de la ciudad de Buenos Aires, la semana trágica. Muy fuerte todo eso.

-Podríamos darle un carácter casi fundacional.

-Más allá de la ficción, el entender un poquito mejor aquel periodo histórico también nos ayuda a entender un poquito mejor nuestros días. Por ejemplo, toda la discusión sobre la educación pública, hoy.

-¿Cuál es el antecedente directo?

-En 1884 es cuando se aprueba la ley 1420, para mí una de las tres o cuatro leyes más importantes de la historia argentina. Es la ley que establece la educación pública, laica, gratuita y obligatoria para todos los pibes y pibas que habitan este territorio. Un bombazo.

-Bueno, con el solo hecho de poner a Sáenz Peña ahí ya decimos todo.

-Es que estamos hablando, en definitiva, de un recorrido histórico en el cual está el régimen oligárquico conservador que les abre las puertas de la Argentina a los inmigrantes. Pero a esos primeros inmigrantes, a los extranjeros, les decían: agradecé que tenés trabajo y cerrá la boca; vos no tenés derechos políticos, laborales, sociales.

-Pero a partir de ahí se progresó.

-La siguiente generación, la de los pibes y pibas que nacieron en este territorio, ya son argentinos. Están estudiando en la educación pública, comprenden sus derechos y sus obligaciones. Entonces, esa misma generación, cuando va creciendo, dice: perdón, un momentito, yo también quiero votar. El voto ya no es cantado, ni tiene que haber fraude patriótico. No, no, no. Yo quiero votar.

-Y ahí se arma otra cosa.

-Eso arma una olla a presión que deriva en las revoluciones, en el surgimiento de la Unión Cívica, después Unión Cívica Radical, en la Ley Sáenz Peña y todo lo que ya sabemos.

-Por si esto fuera poco, todos esos tipos que estás nombrando, esos grosos, acababan de recibir el legado, en mano, de los Mitre, Sarmiento, Alberdi, etcétera. Qué tándem, ¿no?

-Recordemos que, por ejemplo, Domingo Faustino Sarmiento muere en 1888. La generación que está tomando las riendas viene con un Julio Argentino Roca, que es general de la Nación y presidente de la República Argentina a los 37 años. Luego serán otros, Juárez Celman, Pellegrini, etcétera. Y la siguiente camada de líderes ya llega con otras referencias.

Entre ellos, Hipólito y Yrigoyen, que es el que va empujando, junto con otros, todo un surgimiento de la primera fase de una democracia más popular.

-¿Por qué una primera fase?

-Porque todavía faltará el voto femenino y todo lo demás que va a venir décadas después.

-Volviendo un poco al principio, Loureiro transforma a la pequeña isla gallega de Ons en un personaje más de la trama policial de Cuando la tormenta pase. A vos te pasa lo mismo con La Plata. Es más, tu novela se sigue como si uno tuviera el GPS de la ciudad, con todos los detalles, cuadra por cuadra.

-Me alegro de eso porque fue una suerte de homenaje que quería darle, porque, al mismo tiempo, La Plata encarnó en aquel momento un experimento social.

-¿Un experimento de qué tipo?

-Se evaluó cómo tenían que diseñar una ciudad para no repetir los errores que padecimos en la epidemia de fiebre amarilla, de 1871, en Buenos Aires, donde murieron como ratas. ¿Cómo hacerlo? Bueno, coloquemos un bosque, hagamos avenidas anchas, un parque público cada seis cuadras, con un cementerio extramuros, etcétera. En segundo término, es la ciudad que se está levantando a la luz de la ley 1420. Por lo tanto, había que colocar escuelas públicas para todos los pibes y pibas.

-Pero tuvo también otros aportes de vanguardia.

-Es la primera ciudad que tiene tranvías eléctricos, que tiene electricidad en América del Sur. La Plata tuvo electricidad antes que Buenos Aires. Y también tiene teléfonos al mismo tiempo que Buenos Aires.

-En concreto, La Plata irrumpe en nuestra historia con una proyección inusitada.

-Es una ciudad que intenta desarrollarse, que se muestra al mundo como parte de esa Argentina que quiere ser potencia, pero que todavía tiene debilidades.

-¿Qué debilidades?

-¿Por qué digo que todavía tiene debilidades y falencias? Porque también fue uno de los primeros lugares donde hubo ese crujir social. Te doy un ejemplo. Cuando los inmigrantes, esos hombres y mujeres, pero sobre todo hombres, vinieron al Río de la Plata en busca de un futuro mejor, encontraron en La Plata -y en otras ciudades, por supuesto- una oportunidad.

-Pero no todo lo que relucía era oro…

-Era la dinámica que estudió uno de los mayores investigadores del Conicet sobre ese período, y en particular sobre la inmigración, el doctor García Basalo. Él habla del camino del esclavo blanco. O sea, como dijimos antes: sos bienvenido, cerrá la boca, trabajá.

-¿Cómo eran los crujidos, entonces?

-La primera huelga de los jornaleros en la ciudad de La Plata la hicieron aquellos que trabajaban ¡dieciséis horas diarias, los siete días de la semana!

-Tremendo, a la luz de hoy.

-Pero no se quejaban por eso, sino que se quejaban porque los chicos menores de edad y las mujeres, que también trabajaban dieciséis horas diarias, los siete días de la semana, recibían la mitad de la paga. Digamos, el reclamo fue: por lo menos pagale lo mismo al pibe.

-De los cincuenta capítulos que conforman tu libro, ¿cuál fue el que más te costó hacer?

-El mayor desafío fue el inicio.

-¿Por qué? ¿Qué te pasó?

-Te cuento una infidencia muy breve. Yo llevaba cincuenta páginas de la novela. La estaba escribiendo en el tono de una novela histórica, pero sentía que crujía. ¿Viste cuando no fluye?

-Tal cual. Típico.

-Entonces frené. Dije esto así no funciona. Y empecé a leer, leer, leer, leer. Pensé: este es un doble crimen que, al entenderlo y resolverlo, permite resolver otro crimen. Son tres crímenes. Historia criminal. Novela policial. Empecé a buscar distintos autores de policiales hasta que encontré el tono. Lo volví a encarar y ahí empecé a sentir que podía fluir.

-Opinión absolutamente personal, subjetiva, de lector. El mejor capítulo es el último, el 50. Un remate perfecto. Economía de recursos, limpio, no sobra un adjetivo. Con un diálogo muy tenso entre dos personajes que no emiten palabra, que hablan con los ojos.

-¿Querés otra infidencia?

-Sí, claro.

-Lo que tenés en tus manos es el octavo borrador del mismo libro. Ese capítulo lo escribí en el octavo y último borrador.

-¿Por qué ahí?

-Porque le había dado el borrador a un amigo. Y Hugo me decía: acá te falta el cierre, estás siendo injusto con el lector. Tenía razón. Volví a casa y lo pensé, lo pensé, lo pensé. Empecé a escribirlo una y otra vez, una y otra vez. Hasta que salió.