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Longoni, el de los ojos honestos

jueves 18 de mayo de 2023 | 16:45hs.

La sala se fue llenando con facilidad, tanto que los asientos quedaron faltos y los espacios libres cotizaron como el blue en sus mejores días. Pero los alumnos de la pública saben de ubicarse donde sea que exista un lugar y el maestro, como en esas noches en que los chamanes compartían alrededor del fuego sus secretos con los mas jóvenes, se vio rodeado de oídos, ojos y corazones dispuestos.

El personaje que aguardaba a que el protocolo comience es Eduardo Longoni, fotoperiodista, para empezar, y con una larga lista de logros que fácilmente se puede conocer haciendo una búsqueda en google. Sus ojos miraban. Estudiantes de la universidad, docentes, periodistas, fotógrafos, público interesado estaban en la sala Figueredo de la facultad de humanidades. Después de las presentaciones y palabras de rigor, el hombre de la mirada honesta toma el micrófono. Rememora en varias oportunidades que le hubiese gustado estudiar historia después de haber salido de la colimba, como se conocía al servicio militar obligatorio. Confiesa que su formación técnica se la debe a un curso en el foto club Buenos Aires, por eso sabe que lo que hace falta, más que ser buen fotógrafo, es tener voluntad. Voluntad, es una palabra que tiene que ver con el deseo, la intención, con intentar, con procurar. En la voluntad está implícita la búsqueda, la curiosidad, el querer más.

Longoni tiene el micrófono en la mano. Lo rodea un público que vino a verlo, a escucharlo. Detrás y a su costado una pantalla reproduce imágenes. Las mismas que hicieron que el tipo no sea uno más, sino el de las fotos del juicio a las Juntas, el de la mano de Dios en el Estadio Azteca en el 86, el de las fotos a las Madres de Plaza de Mayo, o el del copamiento a la Tablada. En sus palabras hay calma, también hay memoria. Su voz transmite vivencias, los jovenes preguntan sobre algo para ellos algo lejano y desconocido, como era eso de vivir y trabajar en tiempo de dictadura. El fotógrafo rememora situaciones, responde, pero no desde el pedestal, ni bajando línea. Responde desde el lugar del que ha visto y quiere compartir. Reconoce y comparte lo que aprendió en el ejercicio del oficio, eso de que hay algo del apostador que hace que uno se juegue a un lugar, a un ángulo, que se deja llevar por la intuición para apostarse en un lugar u otro aún sabiendo que el devenir es impredecible.

El militante sabe que hace falta una mirada y un compromiso. Que hay una ética que se trae y también que se aprende. Que los maestros en eso son esenciales. Los que están, que acompañan, que brindan. Como el que es capaz de contar de sus dos viajes a Malvinas, uno el del entusiasmo sin preparación y otro el de la revancha luego de darse cuenta que la cosa no es ir por ir, sino prepararse para encontrar la historia y hasta para saber como hacer para encontrar una foto que derrame lágrimas y transmita la tristeza.

No se trata de sacar por sacar, “la cámara es boba, la mirada debe ser inteligente”. La mirada es la que se posa, recorta, decide, sobre que testimoniar. “No es uno el que decide si esa foto será una prueba judicial que condenará a un militar responsable de la desaparición de personas en democracia como la de los militantes que coparon La Tablada a final del gobierno de Alfonsín. Uno no hace la foto pensando en eso. Uno busca dejar un testimonio” refiere quien fue responsable de hacer las fotos de los comandantes enjuiciados en 1985. Entre lágrimas fue registrando el ingreso  de los jerarcas a los que el fiscal los observa de frente. Entre lágrimas sabiendo que esos tipos eran responsables de la desaparición y muerte de amigos y compañeros, causantes del desastre económico, social y de una guerra a la que llevaron a morir jóvenes con escasa preparación.

Ese estudiante de historia, devenido en fotoperiodista, ese joven militante, el personaje de la película documental «Una mirada honesta» está en Posadas compartiendo experiencias y lo aprendido en el ejercicio de la profesión. Para la posteridad están sus fotos expuestas en el frente de la facultad de Humanidades por calle Tucumán y en el anexo de calle San lorenzo. Testimonios de una época dura de poca libertad, mucha intolerancia y un odio a muerte hacia lo desconocido y diferente. Nos queda la ilusión, la esperanza de un mundo mejor, más solidario y la posibilidad de testimoniar honestamente sobre eso y lo que aún falta.