Es evidente que el desarrollo de las tecnologías y las comunicaciones ha acortado las distancias con quienes están lejos. Pero, a la par de ese fenómeno, y de manera paradójica, también ha alejado a quienes más cerca están, en parte, por la dependencia que genera la permanente presencia de los dispositivos en el día a día.
Y un ejemplo de ello puede tomarse en los almuerzos, cenas o cualquier encuentro que se desee, en donde sus integrantes parecen estar más concentrados en los contenidos que les muestran sus teléfonos celulares, que en aquellos que pueda ofrecerle la conversación «cara a cara» con el otro.
Ante la dificultad cada vez más grande para entablar vínculos y conversaciones que puedan, no superar, sino al menos convivir con la incesante información que brindan las pantallas, un grupo de madres y padres de la ciudad de San Martín de los Andes, en Neuquén, tomó nota de ello y se embarcó en un particular desafío contra la lógica de los tiempos que rigen: pasar todo un fin de semana en familia sin celulares.
«Mi papá no me mira»: los relatos que lo cambiaron todo
“Podríamos suponer que las familias que vivimos en San Martín de los Andes, rodeadas de un entorno de naturaleza y belleza sin igual, con tiempos distintos a los de la ciudad y ritmos familiares que pretenden darle prioridad a los vínculos entre padres, madres e hijos, somos familias poco atravesadas por la problemática del uso de celulares, pantallas y el universo de las redes sociales, pero esto está bastante alejado de la realidad porque si la problemática del exceso de pantallas tiene un único responsable, éste tiene un nombre: nosotros, los adultos”, aseguró Clara Oyuela, psicóloga porteña, en diálogo con Infobae.
La especialista, que hace 9 años vive en la ciudad cordillerana, escribió un libro en el que relató su experiencia al pasar 30 días sin redes sociales ni wahtsapp, cuando su segunda hija tenía seis meses y dificultades para conciliar el sueño.
Ahora, Oyuela se hizo eco del reclamo que hicieron algunos niños y niñas de la «Fundación Escuela Bosque«, institución a la que su propia hija asiste, a raíz de que sus padres y madres están «todo el tiempo con el celular«. «Dicen que están trabajando”, “No me mira”, “Si estamos mirando una película, se levanta a mirar el celular”, confesaron los pequeños alumnos junto a una infinidad de observaciones y reflexiones.
De la idea al hecho
Esto sirvió como puntapié inicial para que la psicóloga avanzara con una investigación sobre lo que ocurría en esa escuela sanmartinense, que se pudiera extrapolar además a otros lugares y entornos. “Estamos hablando de infancias, de niñez, de vínculos, de contenidos que deben ser profunda y minuciosamente protegidos”, expresó la profesional.
Fue entonces que, invadida por la curiosidad propia de la academia, propuso a un grupo de padres y madres protagonizar un desafío de desconexión, algo que a primera vista puede parecer fácil, pero que en la práctica lejos está de serlo. El reto era, nada más ni nada menos, que pasar un fin de semana entero sin celular, sin conexión instantánea, sin redes sociales y sin WhatsApp, con solo el e-mail como vía de comunicación con el exterior.
No obstante, antes de iniciar esa particular experiencia, Oyuela convocó a los participantes del desafío a un taller sobre la influencia que ejercen el celular y pantalla en los vínculos intrafamiliares y también, con otros actores de la vida. En ese espacio, mencionó la profesional porteña radicada en San Martín de los Andes, se realizó un recorrido por diferentes experiencias y consideraciones de los papás y las mamás de los niños de la escuela.
Tras esa instancia, y antes de iniciar el reto, se les pidió a los padres y madres que realicen, junto a hijos, un reporte sobre como se desarrolló la vida familiar adentro de la casa cuando no hay celulares ni pantallas ni redes sociales de por medio.
Un fin de semana sin celular: el resultado de la experiencia
Según lo que relató Oyuela a Infobae, el fin de semana dejó resultados más que interesantes y abrió interrogantes sobre el uso, especialmente intenso, que los adultos les dan a los celulares, computadores y otras pantallas. Además, se registraron consideraciones y dudas en torno a la edad ideal a partir de la cual los menores deben tener un dispositivo propio.
El grupo, después de pasar dos días sin conexión, coincidió en la presencia excesiva que tiene las nuevas tecnologías en la vida de las familias, y que en muchas ocasiones, producto de esa misma sobrecarga, pasa desapercibida.
Incluso, algunos padres mencionaron que al «soltar» el celular, se dieron cuenta que su salud también se veía perjudicada por la permanente, o al menos intensa, atención a la pantalla. “Mi hija escribió un cuento durante esos días que se llama El tercer hijo de mi mamá, el tercer hijo es el celular”, reveló una madre, con cierto humor.
”La tendencia del cuerpo de querer mirar a cada rato si había mensajes fue terrible. Cuando lo tuve apagado, sentí el cuerpo más relajado”, reconoció otro padre, también convocado por la iniciativa de la psicologa.
El reto de ser «adultos creativos y más valientes»
A modo de conclusión, Oyuela aclaró que el objetivo de la propuesta no fue negar la tecnología, sino «frenar y pensar que pasa con esas niñeces, no con estas infancias«. En ese sentido, consideró que no se debe «dar por sentado que tenemos que darles un celular y que no podemos encontrar alternativas» a esa situación.
«Podemos pensar en que surjan leyes u opciones más creativas si queremos que nuestros hijos estén comunicados con un celular en la pre adolescencia, que tengan esa independencia, esa autonomía sin estar expuestos a las redes sociales. Pongamos en la balanza que es más negativo de esa exposición a la red social en un preadolescente y qué puede dar de positivo. Seamos adultos creativos y más valientes porque hay opciones”, finalizó la autora de la experiencia, que de simple apariencia, reflexiona sobre la misma columna vertebral de la vida en el siglo XXI.
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