Para muchos, recorrer 60/70 kilómetros podría parecer un trayecto corto, pero para los estudiantes de zonas alejas que viajan diariamente desde Sarmiento hasta la capital sanjuanina, el camino se convierte en una verdadera travesía. Entre el calor sofocante del verano y el frío de las madrugadas invernales, estos jóvenes enfrentan un infierno diario solo para acceder a su educación superior.
Martina y Hugo son dos de los cientos de estudiantes que, a diario, suben al colectivo que los lleva desde Media Agua hasta San Juan. Ambos saben lo que significa levantarse antes del amanecer para subirse al primer colectivo que sale a las 5:30 de la mañana y llegar, con suerte, a las 8 a la facultad. A esto hay que sumarle otros 30 minutos, si la unidad académica está fuera del centro, como es el caso de quienes estudian en Rivadavia o en Albardón.
“Si te quedás dormido y perdés el de las 5:30, te queda el de las 6:20 que pasa por los barrios de Colonia, o el de las 7 que a veces ni para por lo lleno que viene”, explica una joven egresada que habló en este medio. “Con mucha suerte te podés dormir una hora en el colectivo, pero muchas veces vas parado todo el viaje”, aludió.
Para estos estudiantes, el viaje no solo es agotador, sino que también es caro. “Nos gastamos entre 15 y 20 mil pesos por mes solo en pasajes”, comentó Hugo, quien estudia enfermería, además tiene cuatro hermanos que también viajan para estudiar. «Es complicado para nosotros, pero aún más difícil para los chicos de localidades más alejadas», señaló, refiriéndose a quienes vienen de lugares como Los Berros, Cochagual, Tres Esquinas Cañada Honda y ni que hablar de Pedernal.
El sacrificio físico es inmenso. Hugo lo describió claramente: “El viaje es agotador. Son cuatro horas entre ida y vuelta, y llegás a clase cansado, lleno de tierra. Es por eso que muchos no aguantan y abandonan. Si a eso le sumás que tenés que trabajar para pagar los gastos, es prácticamente imposible”.
Martina, quien cursa Sociología en la Facultad de Ciencias Sociales, también enfrenta esta odisea. “Yo tengo clases de 15:45 a 20:10, así que me voy en el colectivo de las 13. Cuando termino, si tengo suerte y salgo un poquito antes, tomo el de las 20:30, pero llego a mi casa cerca de las 22”, relató. “A eso le tengo que sumar que desde la estación Mitre tengo que tomar otro colectivo hasta la facultad en Rivadavia, así que son casi dos horas de viaje solo para llegar a clases”, detalló la joven.
Para muchos, las largas horas de viaje y el clima extremo son razones suficientes para considerar mudarse a la capital. Sin embargo, no todos tienen esa opción: Es un privilegio que pocos pueden darse. Estudiar se convierte en un sacrificio diario, con jornadas de hasta 12 horas entre viaje y cursado, y apenas quedan 4 horas al día para comer, socializar, o realizar tareas, porque obviamente hay que dormir.
La odisea de volver a casa
Si la ida a la facultad ya es un desafío para los estudiantes de Sarmiento, el regreso no es más fácil. Los horarios de los colectivos, la cantidad de pasajeros y las condiciones climáticas suman una nueva capa de complicaciones a su rutina diaria.
Martina, relató cómo muchas veces prefiere ir hasta la terminal de colectivos para asegurarse de conseguir un asiento: “Salís cansada y querés ir sentada, entonces a veces me voy hasta la terminal para tener ese simple placer”, explicó. Viajar parada, después de horas de cursado, es la norma cuando se toma el colectivo en el centro, donde ya está lleno porque muchos coinciden en horarios, y suman quienes trabajan en Capital y buscan volver a su hogar.
Esto puede desmenuzarse también en quienes cursan por la mañana, el regreso al mediodía puede ser complicado, ya que si no logran subirse al colectivo de las 14, deben esperar hasta las 16. Esto significa un retraso considerable, especialmente si el colectivo que toman pasa por Cochagual ( a las 15:30), lo que hace que lleguen a Media Agua alrededor de las 18. Para quienes cursan en la tarde, la situación es igual de difícil. Los últimos colectivos que salen hacia Sarmiento lo hacen a las 22; si se quedan más tiempo, deben buscar un lugar donde pasar la noche, con suerte encontrando a alguien que les haga el favor de “aguantar” hasta el día siguiente.
«Siempre es una pelea con los choferes», comentó Hugo. “A principio de año no quieren cobrar el boleto escolar hasta marzo, y hay algunos que empiezan a rendir en febrero. Los cursillos tampoco te lo cubren”, sumó. El problema se agrava en invierno, cuando muchos choferes recortan el horario del boleto escolar hasta las 21, lo que no siempre coincide con los horarios de cursada.
El verano, aunque menos problemático en cuanto al boleto escolar, presenta otros desafíos. El calor es insoportable. El colectivo va lleno, el aire no se siente, y viajar se vuelve atosigante. Por otro lado, el invierno es duro para aquellos que, deben tomar el colectivo a las 5 de la mañana, cuando las temperaturas son extremadamente bajas: “Se congelan”, añadió Martina.
Viajar implica también llevar una mochila pesada, que contiene todo lo necesario para el día: libros, carpetas, una botella de agua, una campera por si cambia el clima, y otros elementos esenciales. Dado que regresar a casa por algo que se haya olvidado no es una opción, los estudiantes deben cargar con todo desde la mañana temprano. Además, el costo del transporte es significativamente mayor para los estudiantes de Sarmiento. Mientras que los que viven cerca de las universidades gastan unos 400 pesos diarios en pasajes, los sarmientinos deben pagar el doble, y deben desembolsar hasta 5 mil pesos durante la etapa de cursillo, donde no se aplica el boleto escolar y deben abonar el pasaje completo.
Hugo señaló que el servicio de colectivos también ha sufrido por los cambios en el gobierno y la disminución de las frecuencias: “Las empresas redujeron la cantidad de colectivos disponibles, y eso nos afecta directamente”, comentó. A esto se suma el problema de la Ruta 40, cuya obra quedó inconclusa. “Si hubieran terminado la ruta, el viaje se haría mucho más rápido. Con la nueva vía rápida que hicieron en Chimbas y Albardón, el viaje pasó de 50 minutos a 20 o 30, depende del horario y la cantidad de pasajeros”, explicó. Martina sueña con un colectivo directo a Rivadavia que facilite la vida a los estudiantes del CUIM y de la Universidad Católica: “Sería un alivio enorme para muchos de nosotros”, confesó.
El día de estos estudiantes se alarga hasta 12 horas solo entre viaje y cursado. Apenas les queda tiempo para dormir, estudiar, o socializar, pero, a pesar de todo, siguen. Ellos ven como cada año muchos no pueden, dejan porque lo monetario pesa, el tiempo perdido pesa, y optan por alejarse del camino de las carreras de grado para apostar por otros rumbos.