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El “error”, a la espera de futuros olvidos o indulgencia

José O. Dalonso

De un tiempo a esta parte, siento –o, tal vez, presumo– que todo lo que leo me habla a mí, me interpela, más allá de que se trate de ensayo o una novela escrita cientos de años atrás o que provenga de geografías distantes.

Por estos días, estoy tratando de leer, profundizar mi conocimiento sobre Martín Heidegger, a quien se lo considera uno de los mayores filósofos del siglo XX.

Cuesta horrores, no es fácil y uno de los atajos que siempre encuentro es para comprender textos que me resultan herméticos es conocer más acerca de su vida.

De Heidegger se sabe que, casi sin dudas, fue nazi, ejerciendo el cargo de rector de la Universidad de Friburgo y, si bien renunció al cabo de un año, continuó como docente hasta 1944, en un período en que bajo el gobierno de Hitler se desató el exterminio que todos conocemos.

“Controvertida” es la palabra que se suele usar para esa etapa de la vida del filósofo, lo que –a mi entender– es un gesto de indulgencia, que puede obedecer a no exiliarlo del canon filosófico, ya que podría descalabrar a todo el andamiaje de la filosofía europea contemporánea y posterior a Hegel, que precisamente se sostuvo en base a él.

“Fue un error” haber adherido al nazismo es otra idea en torno a Heidegger, que es sobre la que me interesa apuntar alguna cosa, que no abona la indulgencia. No parece tan creíble o consistente el argumento de que un sujeto, cuyo pensamiento sustentado en la razón y el reconocimiento de la historicidad, toma la decisión de adherir al nazismo y ser su funcionario en el ámbito universitario.

Cuesta creer que Heidegger no tenía herramientas para comprender el proceso histórico en el cual se inscribía el nazismo y, menos aún, para avizorar sus consecuencias, sobre todo años después de haber escrito –el para mí casi inaccesible a su lectura– “Ser y tiempo”.

¿Por qué traigo esto a cuento? No lo hago para reavivar la polémica respecto de sí Heidegger, de quien apenas voy conociendo algo, fue nazi o no -que nos puede resultar ajena–, o dilucidar cuánto marcaba su “naziómetro”. Digresión: hoy, tendemos a creernos dueños de una vara con la cual medimos, según el caso y hay muchos más, el progresismo (con el progresómetro) o peronismo (con el peronómetro), el newellismo (newellómetro), ajeno.

Mi preocupación es otra: preguntarnos acerca de esas cosas que se suelen llamar “errores”: una decisión del presente, que no se percibe como desacertada, injusta o perversa; pero que luego la historia muestra que sí lo fue.

Digo, porque hubo quien habló de “errores y excesos” respecto de lo que fue un plan represivo sistemático desplegado durante la última dictadura. Y, en su momento, tenían bien en claro las razones por las que lo hacían o lo consentían.

Digo, porque en estos días se ha votado, se vota y posiblemente se votarán proyectos de ley que van a condenar a generaciones de argentinas y argentinos a ver cómo sus riquezas se las llevan las corporaciones extranjeras; a padecer el cercenamiento de sus derechos laborales, a la salud, la educación; al desamparo consolidando un estado ausente reducido casi exclusivamente a su perfil represivo; en suma, a ser expulsados del sueño de una vida digna.

¿Se podrá decir que las votaciones en Diputados o en el Senado fueron “controvertidas”? ¿En unos años, quizás en meses con el vértigo en que vivimos, habrá quienes asuman haber cometido “errores”?

Cuesta atribuir a un “error” que aquellos que tienen responsabilidades políticas, académicas o en el mundo de los medios de comunicación –y son poseedores de un importante capital cultural– desconozcan que, sus adhesiones u omisiones coyunturales, pueden contribuir a crear o fortalecer monstruos, a configurar procesos históricos nefastos con un prolongado impacto negativo en la vida de las personas.

Simplemente, parafraseando al Indio Solari, ellas y ellos saben de “qué lado de la mecha están”; se pusieron del otro para gozar del presente –no viene mal una obrita para la Provincia, un embajadita– y sí tienen una perspectiva histórica: confían en el olvido o en la indulgencia.