La edición en papel del libro escrito por tres de los investigadores que condujeron la reparación de Atucha I en 1988 cuando, en un contexto inflacionario y con el recuerdo de Chernobyl muy presente, un incidente puso en evidencia una falla de diseño que podría haber terminado con la vida de esa central nuclear será presentada hoy en la sede de Nucleoeléctrica Argentina S.A., en la localidad bonaerense de Villa Martelli.
Crónica de una reparación (Im)posible relata los esfuerzos realizados por la industria nuclear argentina para la solución del desperfecto sufrido por la Central Nuclear Atucha I en 1988, escrito por tres de las personas que formaron parte del equipo que llevó adelante la reparación.
Se trata de Juan Carlos Almagro, ingeniero metalúrgico, vinculado a áreas de desarrollos tecnológicos ya fallecido; Roberto Perazzo, físico teórico que realizó investigaciones básicas en el Departamento de Física; y Jorge Isaac Sidelnik, físico, que trabajó en las áreas de Comisión Nacional de Energía Atómica dedicadas a la producción de energía.
En agosto de 1988, la Central Nuclear Atucha I sufrió un desperfecto en los canales de combustible del reactor; los daños en la estructura configuraron distintos escenarios nada favorables en medio de un contexto socioeconómico adverso.
Con un manejo del relato de los acontecimientos que solo pueden tener quienes participaron de los eventos, los autores exponen con claridad las tareas realizadas y los desafíos que se fueron superando en el desarrollo del proyecto.
El fantasma de Chernobyl
Jorge Sidelnik, licenciado en Ciencias Físicas de la Universidad de Buenos Aires y magister en Economía de la Energía y Medio Ambiente de la Fundación Bariloche, participó en la reparación de Atucha I y llegó a ser gerente General de Nucleoeléctrica Argentina Sociedad Anónima (NA-SA), la operadora estatal de centrales nucleares de potencia, y gobernador de la World Association of Nuclear Operators (WANO) en representación de la empresa.
Sidelnik recordó que “esos días de agosto de 1988 en los que los sensores nos empezaron a dar señales erráticas y se registró un descenso en la potencia fueron de mucha preocupación”.
Estaban ante “un evento que no estaba previsto”, asumió y reflexionó: “Vivimos horas de angustia hasta que logramos establecer dónde estaba el inconveniente”.
Pero, completó, “tan delicado cómo el incidente dentro de la planta era el contexto en el que sucedía”, ya que “hacía muy poco había ocurrido lo de Chernobyl” y aunque ellos supieran que “no había riesgo de algo semejante, en la opinión pública había temor”.
Agregó que, además, esto ocurría “en una época de cortes de luz programados”, en los que sufrían “mucha presión para volver a suministrar electricidad” y en un contexto de “hiperinflación en la que los costos de una reparación contratada en dólares hubiesen hecho todo muy cuesta arriba”.
El físico indicó que “el diseño original de la empresa alemana Siemens no preveía que fuese necesario inspeccionar los elementos internos del reactor como los tubos para medir el nivel de agua, el flujo neutrónico o las barras de control”, porque “conceptualmente la central debía dar 30 años de plena potencia sin necesidad de inspeccionar el interior de la vasija”.
“Lo que sucedió fue que hubo una falla en un tubo guía y eso en interacción con uno de los canales de combustible terminó dañando otros, por lo que hubo que sacar de servicio Atucha I y diseñar un plan para repararla”, continuó.
Explicó que “la propuesta de los alemanes de Siemens, que eran los diseñadores, incluía varios años de trabajo antes de poder volver a generar electricidad, un costo muy elevado y sin garantías”.
Frente a ese escenario, la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) tomó el desafío de hacer la reparación de manera autóctona, dijo y citó como ejemplo que tuvieron que desarrollar un método que permita inspeccionar hasta 12 metros de profundidad a través de un agujerito de 10 centímetros de diámetro”.
“Hace 35 años ni la electrónica ni la robótica tenían el desarrollo que tienen en la actualidad, por lo que la mayoría de las herramientas eran mecánicas”, recordó.
Haber logrado poner en marcha la central antes de lo que sus propios diseñadores estimaban y con nuevos mecanismos de seguridad fue importante, pero más lo fue tener la oportunidad de formar equipos de trabajo que después avanzaron en mejorar los combustibles para aumentar la potencia de Atucha I y en el montaje de Atucha II, reflexionó.
El momento de ponerse los pantalones largos
Para completar el panorama, recordó que esto se hizo “cuando Siemens ya se había retirado de la industria nuclear”.
“Había llegado el momento de ponerse los pantalones largos”, dice en un párrafo del libro José Luis Antúnez, actual responsable de Nucleoeléctrica Argentina, cuando se refiere a esa reparación, en 1988.
También hubo que salir a explicar lo que estaba ocurriendo, recordó Sidelnik respecto a esos acontecimientos, y precisó que fueron a dar charlas al concejo deliberante de Zárate para calmar a los vecinos y hasta recibieron al entonces presidente Raúl Alfonsín y a Greenpeace, además de hacer frente a las denuncias de políticos uruguayos que hablaban de un supuesto riesgo de transformarnos en Chernobyl.
El libro que se presenta fue impulsado por el fallecido ingeniero Juan Carlos Almagro, quién había guardado documentación para dejar testimonio de lo ocurrido y de lo que se hizo.
“Con esa premisa, lo convocó primero a Roberto Perazzo y después a mí para hacer un libro que no se limitase a los aspectos técnicos, sino que contextualice con las circunstancias nacionales y las presiones sobre el equipo de trabajo para resolver el problema”, precisó Sidelnik,
Contó que cuando se escribió el libro no tenían el presupuesto para editarlo en formato físico, y que la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias los ayudó a armar una edición digital.
Pero agregó que como “Almagro era un enamorado de los libros en papel y le habíamos prometido que lo íbamos a hacer”, lo hicieron, con el apoyo del Centro de Desarrollo y Asistencia Tecnológica (Cedyat).
Participarán de la presentación, los autores del libro, Jorge I. Sidelnik y Roberto Perazzo; junto a Susana Hernández, Presidente de la AAPC; José Luis Antúnez, presidente de Nucleoeléctrica Argentina; y la investigadora Clara Ruocco, que será la moderadora del encuentro.
La Central Nuclear Atucha I, Presidente Juan Domingo Perón, inició su construcción en junio de 1968 y se convirtió en la primera central nuclear de potencia de América Latina.
Fue conectada al Sistema Eléctrico Nacional el 19 de marzo de 1974 y comenzó su producción comercial el 24 de junio de ese mismo año.
Atucha I está ubicada sobre la margen derecha del Río Paraná de las Palmas, a 100 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires en la localidad de Lima del partido bonaerense de Zárate, y actualmente cuenta con una potencia eléctrica bruta de 362 megavatios eléctricos.
Nucleoeléctrica Argentina es la empresa que produce energía eléctrica mediante la operación de las centrales Atucha I, Atucha II y Embalse, la potencia instalada total de sus tres plantas es de 1.763 MW.