08/05/2023 – 10:58 Opinión
Durante siglos los papas fueron personalidades distantes y en los contados casos que se los podía tratar había que observar estrictos protocolos. En las últimas décadas, esa realidad fue cambiando al compás de la sensibilidad moderna. Los pontífices se fueron mostrando más cercanos a la gente. La multiplicación de sus viajes por el mundo -particularmente de la mano de un pontífice tremendamente carismático como Juan Pablo II- contribuyeron grandemente .
Paralelamente, los papas se fueron abriendo a los medios de comunicación en general y a los periodistas en particular, pero siempre en el marco de una serie de reglas que aseguraran la preservación de su imagen casi sacrosanta y evitaran el riesgo de preguntas y repreguntas inconvenientes. Más allá de la mayor o menor apertura de los últimos pontífices -y en esto también Juan Pablo II avanzó mucho- todo estaba muy pautado.
Francisco -que, como arzobispo de Buenos Aires, les huía a los periodistas- viene demostrando una singular apertura a la prensa y los medios. No solo por las largas conferencias de prensa que ofrece en el avión a la vuelta de cada viaje por algún país y las numerosas entrevistas a medios en particular. También por su participación en documentales donde aborda problemáticas como la tercera edad o las migraciones forzosas.
Pero últimamente fue más allá y en un hecho sin precedentes para un pontífice aceptó protagonizar una producción televisiva un diálogo mano a mano con jóvenes que en su gran mayoría tienen posiciones muy distantes a las de la Iglesia católica en cuestiones álgidas como el aborto o la homosexualidad o que critican la actitud de la institución ante casos de abusos sexuales cometidos por miembros del clero.
Durante 83 minutos, Francisco escucha y responde los cuestionamientos por momentos muy firmes de diez chicas y muchachos de Argentina, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, España, Perú y Senegal para el programa especial titulado “Amén: Francisco responde”, dirigido por los españoles Jordi Évole y Márius Sánchez, y recientemente estrenado en Disney Plus y Star Plus.
Un dato no menor es que la conversación no se desarrolla dentro del Vaticano, sino en un loft en un barrio de Roma, un ámbito menos intimidante para los jóvenes de entre 20 y 25 años que, si bien estaban tensos al inicio, muy pronto se sueltan, favorecidos por el clima amical que instala Francisco, siempre de buen ánimo pese a que cuando se grabó su rodilla lo tenía a muy traer.
El pasado de la Iglesia no estuvo ausente. Casi al comienzo una chica norteamericana de padres originarios de la India y un muchacho senegalés radicado en España le reprocharon que la Iglesia haya colaborado y servido del colonialismo. El Papa les responde que, aunque dé vergüenza, hay que asumir la propia historia. Y que la Iglesia siempre debe reformarse.
Más adelante, una chica de Santiago del Estero que se presenta como catequista y, a la vez, como orgullosa activista del aborto, produce un hecho tan sorprendente como osado: respetuosamente, le dice a Francisco que quiere entregarle un pañuelo verde -el característico símbolo de la lucha por su legalización-, a lo que Francisco accede con igual respeto.
La chica le dice que la Iglesia debe tener en cuenta el drama de una mujer ante un embarazo no deseado. El Papa valora su sensibilidad, pero señala que “los libros de embriología enseñan que al mes de la concepción está delineado el ADN y dibujados los órganos”, por lo que se preguntó si “es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema”.
Luego, la chica y otras más critican lo que consideran la falta de humanidad de la Iglesia ante las mujeres que abortan. “A los curas siempre les digo que cuando viene una mujer en esa situación, con cargo de conciencia, pues es dura la huella que deja, que no pregunten mucho y sean misericordiosos”, les responde Francisco.
Más adelante, resulta conmovedor el testimonio de un joven español que se quiebra al revelar que cuando tenía once años fue abusado en reiteradas ocasiones por un miembro del Opus Dei que se desempeñaba como profesor en su colegio que fue condenado por la justicia, pero a una pena reducida.
El muchacho le muestra una carta que Francisco le había enviado en respuesta a otra que él le envió exponiendo su caso en la que el pontífice le decía que la Congregación para la Doctrina de la Fe investigaría su caso. Pero le señala que este organismo dispuso que el profesor fuese restituido.
Otros jóvenes intervienen y le imputan a la Iglesia dar generalmente una respuesta negligente frente a estos casos. Tras exponer lo que está haciendo para combatir los abusos, Francisco se compromete a revisar el caso del joven español y señala que este delito no prescribe.
Una chica que se presenta como “no binaria” le pregunta si en la Iglesia hay espacio para la diversidad sexual. “Toda persona es hija de Dios, que es Padre y no rechaza a nadie. Yo no tengo derecho de echar a nadie de la Iglesia; más aún, mi deber es recibir siempre”, le contesta.
Francisco es particularmente severo con quienes, apoyándose en una interpretación literal de la Biblia, promueven discursos de odio y justifican la exclusión de los gays. “Son infiltrados que aprovechan a la Iglesia para su estrechez personal”, afirma.
Hacia el final, el Papa escucha a una joven que produce contenidos pornográficos para las redes, lo que le permite mantenerse ella y a su hija. Francisco comienza diciendo que la moralidad de los medios depende del uso que se haga de ellos.
“Si vendes drogas estás intoxicando a la juventud”, le señala el pontífice. Y afirma que la pornografía disminuye humanamente y “el que es adicto a la pornografía es como si fuera adicto a las drogas y no puede crecer”.
Entre los miembros del grupo hay una chica católica que defiende la práctica de su fe. El Papa elogia su valentía, pero le recomienda que esté preparada para los momentos de prueba.
Al final, Francisco agradece la experiencia compartida y, tras reconocer las diferencias, dice que el camino de la Iglesia debe ser no sólo el diálogo, sino la fraternidad.
¿Lo entenderán así todos los católicos?