El puño apretado, del final del partido confirma lo que ya se había sentido en el grito del gol, hoy más fuerte que en cualquier otro de este año: Te está volviendo a ilusionar. Sí. Te estás ilusionando de nuevo porque sabés que este torneo está para cualquiera y también sabés que San Martín no es cualquiera y que si se mete en la pelea, como se está metiendo, los demás se asustan, se achican, porque lo ven venir y tiemblan.
A eso, en Ciudadela cualquiera lo sabe, ahora falta que lo terminen de entender los jugadores, que lo aprenda rápido Frontini, que se hagan cargo todos de que esto es San Martín y acá hay que ponerse el traje de candidato cueste lo que cueste.
Por eso te gusta que el equipo salga y se imponga casi desde el comienzo, más allá de ese descuido que no terminó en gol de milagro en el arranque. Ayuda que Abregú se haga patrón de la mitad de la cancha, que Bucca la intente jugar a todas redonditas, que Andrada vaya para adelante aunque a veces se equivoque. Dening está picante como siempre, y los laterales pasan todos los tiros, Quilez con más criterio que nunca.
Así, el Santo le rodea la manzana a Güemes, le copa el área con un montón de gente y lo ataca por todos lados. Falta un poquito de paciencia, de precisión en los últimos metros para marcar, pero llegadas hay y eso ya denota un cambio tremendo con respecto a la últimas salidas de Tucumán.
Es cierto que el patadón del 5 de ellos, con su consecuente expulsión, perfila mejor el partido, pero no hay que olvidar que la última vez en Mendoza, jugar 11 contra 10 fue peor: “Que no nos pase lo mismo”, pensás con un pestañeo largo y profundo.
Está al caer, el gol está ahí nomás, tiene que llegar hay que seguirlo buscando. Por eso Quilez se despliega como si fuera Dany Alves y lanza un centro medido que Colazo no alcanza a conectar y que Dening se la lleva puesta con la oreja. El grito te raspa la garganta, como hace rato no pasaba. Tiene esa aura de gol importante que trae consigo un triunfo fundamental, de despegue, de nuevo comienzo, de reinvindicación de visitante. Como aquellos de Lentini, en esta misma cancha, también con un técnico nuevo en el banco: un debutante Diego Cagna. El resto es historia conocida.
Lo gritás porque esta película te suena, ya la viste mil veces, no siempre termina igual, pero la trama es parecida: San Martín se recupera, resurge de las cenizas y lucha hasta el final, la esperanza renace, convive con vos durante meses y eso ya paga la entrada del cine para verla una y otra vez durante toda la vida. A veces, el desenlace es feliz.
Es lindo reconocer las escenas, es gratificante encontrarte de nuevo gritando como un demente frente a una pantalla de un televisor, pidiendo la hora como si no hubiera mañana. Es hermoso despabilarse del letargo insoportable de la mediocridad. Es maravilloso volverse a abrazar a la ilusión que condena. ¿Después? ¿Qué importará el después?
Mientras tanto hay un partido que se sufre y más cuando el Chuni Moreno no lo liquida bajo el arco y ellos, con dignidad, buscan empatarlo a toda costa. El palo se convierte en héroe y el corazón vuelve a latir. Es demasiado para una semana que recién comienza, pero ¡Qué lindo que comienza!
El pitazo final llega con esa mezcla de alivio y alegría, desata un grito, todavía contenido, pero ya más fuerte que el domingo pasado: No se ha ganado nada y todavía falta, pero ya es un hecho y que lo sepa todo el mundo: Los Santos vienen marchando y los demás, tiemblan.