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«Voy y vuelvo»: Lucho Sosa y Taty Solís, historia de un amor, una marca y una búsqueda que vive en Tucumán

Antes de salir, Lucho estaba manoteando una papa frita de la cocina cuando Taty lo miró y le dijo: “No te demores”. Ese mediodía, Lucho tenía que hacer un trámite y volver rápido para el almuerzo familiar y despedir al tío de Taty, el tío Armando. Ese mediodía, el aceite caliente con las papas crujían en la sartén de la casa ubicada en la avenida Juan B. Justo 1239, en San Miguel de Tucumán. Era el lunes 21 de junio de 1977 que marcaba el comienzo del invierno de ese año, pero era un día signado por el calor. Y Lucho, después de manotear otra papa, salió fresco a la calle, apenas vestido con una camisa celeste, un pantalón azul y dos paquetes para entregar: “Voy y vuelvo”, le dijo Lucho a Taty.  Cuando ya había salido a la calle, Taty notó que Lucho se había dejado un paquete más en la casa. Pero Lucho no volvió a buscar ese paquete. A esa casa Lucho no volvió más.  

Luis Alberto Lucho Sosa y Elisa María Magdalena Taty Solís Tolosa habían regresado a vivir a Tucumán después de estudiar en la Universidad Católica de Chile. Lucho se había recibido en Sociología y Taty en Trabajo Social. Allá, en el país de Allende, Taty y Lucho habían tenido dos hijos varones, Javier y Rodrigo. 

Ya acá, en Tucumán, nació Mariana, la hija menor, quien junto a su madre Taty esta mañana reciben a eltucumano en la mágica casa-selva de Yerba Buena para contar todo lo que pasó antes y después de aquel mediodía, el último día que vieron a Lucho: “Cuando Lucho salió aquel mediodía fue para llevar tres bultos a Casa Jaime. Él salió con dos paquetes y un paquete quedó dentro de la casa. Al salir y encender el Ford Falcon, ahí, ahí lo apuntaron”. 

Ese paquete que Lucho no volvió a buscar contenía lo mismo que los dos paquetes que llegó a subir al auto: pantaloncitos cortos para que los niños tucumanos jueguen al fútbol, parte del catálogo de la ropa que Lucho y Taty vendían a los negocios de El Bajo, a Paco García, a Casa Jaime, a los Nieman, a los Auad, pero sobre todo a los negocios del interior de Tucumán, rutas tucumanas que Lucho y Taty ya conocían de antemano por sus trabajos anteriores dando clases a los maestros para alfabetizar a los adultos mayores más postergados.

“Cuando volvimos a Tucumán en el 73, Lucho trabajaba como sociólogo en el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) y, al igual que yo, también en la DINEA (Dirección Nacional de Educación de Adultos). Cuando Perón echó a los montoneros de la plaza, también corrieron a la persona que dirigía la DINEA en Tucumán. Nosotros no éramos montoneros, pero renunciamos a ese trabajo. Ahí fue cuando Lucho me dijo: ‘Hay que desensillar hasta que se aclare lo que está pasando porque esto no me gusta nada’. Eso me dijo Lucho. Lo recuerdo como si fuera hoy”. 

Y desensillar era básicamente encontrar otro trabajo. Y hasta que se aclarara lo que estaba pasando (los comienzos de la dictadura más atroz de la historia argentina), ese otro trabajo era vender ropa. Y vender ropa era llamar al tío Armando a Buenos Aires que tenía una fábrica de estampación en Buenos Aires, que el tío Armando mandara la tela a Tucumán, que Taty y su hermana la mayor La Negra le dieran forma a esa tela en el suelo, que hicieran ropa para niños, ropa para el trabajador argentino, y que Lucho saliera en una camioneta vieja, antecesora al maldito Falcon, para venderla por el interior. 

“Así empezó todo. Lo primero que quería hacer Lucho era vender ropa de trabajo. Salía en esa camionetita usada y vendía todo. Conocíamos talleres donde hacían las camisas y los pantalones y los vendíamos. Mi tío nos mandaba la ropa, en los talleres se producía, y Lucho los vendía. Yo me quedaba en la casa con los chicos, al negocio le iba bien, pero lo que más nos pedían eran pantaloncitos de fútbol. Fue entonces que Lucho me dijo: ‘Si vamos a hacer shorts, necesitamos poner un nombre, necesitamos tener una marca’. Y ahí apareció un amigo, el arquitecto Chacho Caso Matta, a quien le dijimos: ‘Inventate una marca’. Con la idea de Ombú, un árbol fuerte, nosotros teníamos que hacer ropa de trabajo y por eso queríamos una idea similar. No queríamos una palabra en inglés. Y por una amiga italiana muy querida de Chile, le pusimos Forte: ropa fuerte. Si ven el logo que hizo Chacho de Forte transmite esa sensación de fuerza con la F y la T”.

A medida que Forte se iba imponiendo en el mercado, llegó el día que Taty no olvida: aquel mediodía del 77. “Cuando me di cuenta de que Lucho se había olvidado ese paquete con los pantaloncitos para la Casa Jaime, yo decía: ‘Bueno, ya va a venir’. Ese día se iba el tío Armando y yo le había dicho a Lucho: ‘No te olvides que el tío se va hoy y queremos despedirlo’. Lucho, antes de irse aquel mediodía, me reiteró: ‘Tatycita, voy y vuelvo’. Él me solía decir Tatycita. Y eso fue lo que me dijo: ‘Voy y vuelvo’. Esas fueron sus últimas palabras”. 

En la casa de la avenida Juan B. Justo, cerca de la Esquina Norte, en la casa que les alquilaba el Pamba Aráoz, en esa casa ese lunes comenzó el invierno y la noche más larga de la familia Sosa Solís. “Le había dicho ‘No te demores’, pero Lucho no llegaba. No volvió a la siesta. No volvió a la tarde. No volvió a la noche. Recuerdo que ya a la noche hacía un frío de invierno y no pensé en otra cosa que salir y buscarlo. Pensé: ‘Este se quedó charlando con Arturo Ponsatti (abogado y líder del Partido Demócrata Cristiano) en La Cosechera, donde hoy queda Il Postino de calle Junín. Ponsatti era como un padre para Lucho, pero tampoco se había reunido con él. En ese momento me dije: ‘¿Qué hago?’. Lo decía mientras lloraba. La Mariana, con dos años, me consolaba. Ella me consolaba a mí. Cuando Lucho llegaba a la casa, él le decía: ‘¿Dónde está mi amor?’. Y ella, con dos añitos, decía: ‘¡Yo!’. Y él se iba a buscarla. La gatita, la monita, la chanchita. ‘¿Dónde está mi monita?’, le decía Lucho. Eso le decía. Pobre mi gordo…”.

Cuando Taty habla con eltucumano y recuerda todo junto a su hija Mariana, hace un silencio y solo a los pájaros de Yerba Buena se escucha. Estamos sentados en la mesa del patio que linda con la pileta del fondo, bajo las aletas del ventilador de techo que espanta a los mosquitos. El café tostado de María Bourbon servido con unas gotitas de leche en tazas de cerámica amarilla que hacen juego con los individuales de hule y los pétalos del lienzo que Taty pinta completan la escena, una escena que después del último sorbo al café sigue con la parte más difícil de todo lo vivido: la búsqueda de Lucho. 

“Estuve una semana sin comer desde el día que se llevaron a Lucho. El doctor Macoco Corvalán me puso inyecciones para poder dormir. Lucho ya estaba desaparecido, pero en ese momento no teníamos real conciencia de la gravedad del estar desaparecido. La Policía de Tucumán te decía: ‘Siempre hay una primera vez’. Pero Lucho nunca volvió. Y yo no lo podía encontrar. Convivía con todo eso todo el tiempo. Al lado de nuestra cama estaba el escritorio de Lucho con los papeles de Forte. Yo no sabía qué hacer. Pensaba: ‘¿Qué hago?’. Pasó una semana así. Pero tenía a los chiquitos, tenía que alimentarlos, tenía que vivir, tenía que pagarles a las costureras, miraba ese escritorio, tenía que hacer el trabajo que hacía Lucho, un trabajo que no sabía, tenía que agarrar el auto, tenía que agarrar un autito rojo, tenía que salir a vender, y tenía que salir a buscar a Lucho, a encontrarlo”.

Mientras Rodrigo, el hijo mayor, dibujaba en una clase de Actividades Prácticas a su mamá en un auto rojo para completar la consigna “Mi mamá trabaja”, Taty era la mamá que salía a vender la ropa marca Forte en ese auto rojo y también era la esposa que iba a la jefatura con Mariana, su hija menor, en brazos. Mientras las horas no pasaban, Taty recuerda lo que vio un día: “Cuando entré a la jefatura, vi un sillón lleno de relojes pulsera. Había más de 200 relojes pulsera. Yo le había regalado un Ulysse Nardin a Lucho y decía ‘¡Ay Dios!’. Era un reloj bueno”.

Taty no vio el reloj de Lucho entre el tesoro robado por la Policía de Tucumán a los presos ilegalmente detenidos y luego desaparecidos, pero sí recibió un llamado que le detuvo el tiempo: “Yo me reuní con mucha gente para encontrar a Lucho. Me reuní con el arzobispo Conrero para preguntarle por Lucho. Nunca había perdido la fe, pero sí me enojé con la Iglesia. Conrero me dijo cuando lo vi: ‘Ustedes echaron a perder la iglesia acá’. Y al día siguiente lo vi con Bussi en la tapa de La Gaceta, siempre cómplice. También me reuní con Llamas, asesor de Bussi. Y hasta llegué a reunirme con Massera y le vomité el despacho del asco que sentí cuando lo vi. Todo eso hice en algún momento de mi búsqueda. Pero no olvido jamás cuando me sonó el teléfono y me dijeron que habían ‘encontrado’ el auto de Lucho, en Vipos. Cuando fui a buscar el auto, eran tan brutos que el pinche del ejército tenía una planilla en su escritorio donde yo podía leer al revés lo que decía sobre el auto de Lucho: le habían cambiado el color al Falcon de gris a turquesa, le habían limado el número del motor y, cuando me dieron las llaves del auto, me las dieron en el llavero que era de Lucho”.

Taty cierra los ojos cuando recuerda ciertos momentos de lo que ha vivido y también reflexiona sobre los discursos actuales que habita una parte negacionista de la Argentina de hoy: “A mi hija Mariana se le cayó el pelo. Cada uno de mis hijos tuvo reacciones y enfermaron con todo lo que le hicieron a su padre. Cuando nos hablan de 30 mil, cuando condenan el número, olvidan que somos muchos más las víctimas. A nosotros, sus familiares, nos partieron la vida en dos”. 

Todo lo que le pasó a Lucho Sosa, se hizo público y quedó asentado hace poco tiempo, el 30 de septiembre pasado, en la Megacausa “Jefatura III” con 17 condenas y 7 absoluciones a ex militares y ex policías por crímenes de lesa humanidad. “A partir de las pruebas documentales, de la lista de Clemente (Juan Carlos, testigo que declaró en 2009), se confirmó que entre los más de 200 detenidos desaparecidos estaba mi papá. Y que en esa lista, al lado de su nombre, le habían puesto ‘DF’ (Destino Final). Mi papá estuvo en la jefatura. No sabemos si ese mismo día que lo llevaron de mi casa, pero estuvo ahí. Tampoco sabemos dónde tiraron el cuerpo, pero sí sabemos que hasta llegaron a escuchar cómo lo torturaban”, cuenta Mariana. 

Antes de conocer la sentencia, Taty y Mariana vuelven a los años de Forte, la empresa de ropa tucumana que hizo tambalear a las primeras marcas con delantales, camisetas de fútbol y pantalones cortos que todavía Taty conserva en esta casa donde conversamos. Ahí están arriba todavía los delantales con hombreras para las maestras tucumanas que inventó Taty. Ahí están arriba los paquetes con pantalones cortos como el que dejó Lucho aquel mediodía. Ahí están arriba las cajas de cartón con camisetas de fútbol que dicen Forte en el pecho y que dibujó Taty para venderles a los niños tucumanos. Niños tucumanos que armaban su equipo de fútbol en el barrio y que jugaban todos los sábados de la vida con otros niños de otras cuadras. Niños tucumanos como Pedro Noli, quien en su obra Barrio Viajantes, con una camiseta azul con vivos blancos y rojos marca Forte, cuenta durante una parte de la obra que él y su grupo de amigos ahorraron dinero y compraron esas camisetas enormes para que hoy, ya de grandes, pudieran seguir usándolas: “Para que esas camisetas nos quedaran para toda la vida”.

Entre esas cajas de cartón que esta mujer de 78 años revuelve luego de subir una escalera muy empinada, entre esos recuerdos, Taty responde una última pregunta: 

-Con todo lo que has vivido, ¿de dónde has sacado las fuerzas para seguir adelante?

-Me acuerdo que en un momento me dije: ‘No sé dónde está Lucho, no sé qué pasa, no sé cuándo va a volver’. Pero soñaba con que un día Lucho volviera y me dijera: ‘¡Qué hermoso, Tatycita! Has conservado el trabajo, los chicos están bien, todo está bien’. No sé de dónde saqué la fuerza. Pero sí sé que sola no pude. Con los empleados saqué Forte adelante. Con Alberto Saguir, el primer proveedor que me ayudó, lo saqué adelante. Con el Pamba Aráoz, con Marquitos Quiroga, con mi amiga Alicia Tomé, con los hilos invisibles que nos unen a todos, con las mujeres que trabajaban conmigo. Con todos ellos salí adelante. Y así emprendí la vida para mis hijos. Para ellos, sí. Para Zoe, para mis nietos. Y para él, claro. Para Lucho.

Luis Alberto Lucho Sosa tenía 31 años.

Taty (arriba, primera a la derecha) y la familia le cantan el cumpleaños a Mariana. Cumplía 4 años. Y ya no tenía a su papá.

Lucho, Mariana, Zoe y Luchito.

Mariana y Taty, el día que recibieron a eltucumano.

Taty y Forte, el legado.

Desfile de Forte, la marca tucumana que vistieron muchos niños y niñas. Mariana sonríe con la camiseta de Boca.

Taty conserva en su casa de Yerba Buena camisetas y reliquias de la marca que creó.

Pedro Noli en un instante de la obra Barrio Viajantes (2024) con la camiseta Forte de su niñez.